Al despertar me saciaré de
tu semblante. Travesía por el Lago de Galilea, por el sacerdote Ángel Moreno de
Buenafuente
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Al
despertar me saciaré de tu semblante. Travesía por el Lago de Galilea
Es la hora de la luz recién amanecida, de la brisa sonriente, que riza
las aguas y las tiñe de color marino intenso.
Y le digo a mi memoria: “¡Despierta!” pues ante los ojos tienes el
destello de la mirada creadora, el brillo de la gloria de Quien pasó por estas
aguas atrayendo hacia sí el seguimiento de aquellos pescadores.
Y el cielo se refleja nítido en la anchura iluminada, certeza de la
mirada del rostro amigo del Maestro Nazareno, Quien puso su morada a la orilla
del Mar de Galilea.
Mas, si es verdad una presencia tan viva del Carpintero. ¿Por qué me
olvido tantas veces del reflejo en mi vida de los ojos del mejor artesano? ¿Por
qué me entretengo ensimismado en mis asuntos, o busco alivio humano, compañero?
Si en la travesía me abraza el viento, el mismo que sopló ya desde el
principio, y la luz de plano es reverso del semblante de Quien hizo todo
enamorado, ante mi experiencia olvidadiza, me asalta la sospecha de atravesar
las aguas, la existencia, sin hondura. Sin embargo, ante la duda, prefiero
celebrar, al alba, el paso mensajero de Quien dejó como testigo vivo el mar de
Galilea. No quiero privarme del encuentro que me anuncia la ráfaga del viento,
que me deja sentir la fuerza de la creación primera. No quiero caer en la
trampa engañosa, y privarme por complejo de la hora de luz resucita, que
anticipa, sin término, el sabor siempre nuevo de lo eterno.
Por aquella mañana de la Pascua se ha quedado afectado el ritmo de los
días y las horas, el tránsito de la noche al alba, por el que reinterpretar el
discurrir del tiempo. Ya no cabe la sensación de ausencia. Desde la tercia a la
undécima, desde el caer de la tarde a pleno día, cada momento se colma por el
posible encuentro con quien nos demostró que es mayor el amor que la miseria;
mayor la luz, que la herida; la presencia, aunque invisible, que la ausencia.
Y Jesús, al igual que aquel
día primero, en el que se hizo encuentro con los suyos, me invita, hoy de
nuevo, durante la travesía, a colmar cada jornada de esperanza, pues ya no hay
hora sin señal hecha llamada de intimidad amiga, en un marco de entrega,
donación, almuerzo, confesión de amor, certeza de presencia permanente, que
aguarda mi respuesta decidida.
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