Comentario al Evangelio de hoy
Queridos amigos:
Todos tenemos nuestros santos preferidos. Uno de los míos es Santiago. Lo siento; quizá se note demasiado en mi comentario.
Santiago es para muchas personas, especialmente jóvenes y no muy
cercanas a la fe, más un lugar, una ciudad, que una persona. El
atractivo que durante siglos ejerció Compostela, acreditado ya hace
tiempo, se ha intensificado en los últimos años, y son miles quienes de
modos muy diversos (en bicicleta, a caballo, a pie…) se dirigen a la
ciudad del Norte de España. Pero Santiago es -sobre todo- un apóstol, un
discípulo del Señor. Un discípulo tan recordado que se apela a él desde
grafías muy diversas: Jaime, Jacobo, Yago…
Santiago es uno de los apóstoles de los que tenemos más datos bíblicos.
Hermano de Juan, es uno de los elegidos para ser testigos de
acontecimientos bien importantes: la curación de la suegra de Pedro, la
resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración, la oración en el
huerto… Santiago es también el primero de los apóstoles en derramar su
sangre por Cristo, como atestigua la primera lectura de hoy (Hch 12, 2).
Llamado por el mismo Jesús ‘hijo del trueno’ (Mc 3, 17), las Escrituras
nos hablan del carácter impetuoso del apóstol, de su deseo de que caiga
fuego del cielo sobre quienes niegan hospedaje a Jesús, de su cobardía
inicial a la hora de acompañar al Señor que caminaba hacia la cruz… El
episodio que el evangelio de hoy nos narra, en el que quizá Mateo trata
de esconder a los Zebedeos tras su inocente madre, habla también de ese
carácter.
Debemos muchas cosas a Santiago. La historia de la fe de quienes oramos
en español está llena de su presencia y de frutos de su intercesión.
Pero también debemos agradecer que su sinceridad abriera la puerta a que
Jesús nos dejara una enseñanza tan hermosa como la que hoy se nos
proclama: ¿para qué vivimos?, ¿quién es el verdaderamente grande entre
nosotros? Leamos con calma el evangelio de hoy sin dejar de interceder
por los jóvenes reunidos en Río.
Gracias,
hermano Santiago, por tu continuo velar sobre nuestra fe. Gracias por
tu ejemplo y coherencia. Gracias por haber dejado que el Evangelio
modelara tu carácter. Gracias por avivar en tantos el deseo de bondad,
de belleza, de paz. Condúcenos a todos al que es la Verdad.
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