Wednesday, October 6, 2021
Saturday, September 4, 2021
LA FE REQUIERE EL AMOR - s.s. Benedicto XVI
LA ÚLTIMA CENA. LA FE REQUIERE EL AMOR Queridos hermanos y hermanas: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15). Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su Última Cena y de la institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo. En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8,19). Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿Sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas? Por las parábolas de Jesús sobre los banquetes, sabemos que él conoce la realidad de que hay puestos que quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una realidad actual, precisamente en aquellos países en los que Él había mostrado su particular cercanía. Jesús también tenía experiencia de aquellos invitados que vendrían, sí, pero sin ir vestidos con el traje de boda, sin alegría por su cercanía, como cumpliendo sólo una costumbre y con una orientación de sus vidas completamente diferente. San Gregorio Magno, en una de sus homilías se preguntaba: ¿Qué tipo de personas son aquellas que vienen sin el traje nupcial? ¿En qué consiste este traje y cómo se consigue? Su respuesta dice así: Los que han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado fuera. La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está muerta. Sabemos por los cuatro Evangelios que la Última Cena de Jesús, antes de la Pasión, fue también un lugar de anuncio. Jesús propuso una vez más con insistencia los elementos fundamentales de su mensaje. Palabra y Sacramento, mensaje y don están indisolublemente unidos. Pero durante la Última Cena, Jesús sobre todo oró. Mateo, Marcos y Lucas utilizan dos palabras para describir la oración de Jesús en el momento central de la Cena: «agradecer» y «bendecir». El movimiento ascendente del agradecimiento y el descendente de la bendición van juntos. Las palabras de la transustanciación son parte de esta oración de Jesús. Son palabras de plegaria. Jesús transforma su Pasión en oración, en ofrenda al Padre por los hombres. Esta transformación de su sufrimiento en amor posee una fuerza transformadora para los dones, en los que él ahora se da a sí mismo. Él nos los da para que nosotros y el mundo seamos transformados. El objetivo propio y último de la transformación eucarística es nuestra propia transformación en la comunión con Cristo. La Eucaristía apunta al hombre nuevo, al mundo nuevo, tal como éste puede nacer sólo a partir de Dios mediante la obra del Siervo de Dios. * * * EL ALMA DEVOTA ES REINA, Siempre que contemplo el gozo que me espera, desfallezco de admiración, porque «este gozo lo encuentro dentro, fuera, debajo, arriba, rodeándome por todas partes». Gozarás de todo, gozarás en todo. Tu gozo, según creo, fue anunciado, por el Apocalipsis en aquella bendita mujer, rodeada del sol, con la luna a sus pies y coronada de doce estrellas. Esta mujer, pienso, es el alma devota, hija del Rey eterno y esposa y reina: hija en la creación, esposa en la adopción de la gracia, reina en la perfección de la gloria. Se la nombra rodeada del sol por hallarse adornada del esplendor de la caridad divina, y está coronada por la magnificencia de la eterna felicidad; a esta felicidad le pertenecen los doce placeres figurados en las doce estrellas del Apocalipsis, que embellecen y complementan su dicha imperecedera. Alma devota, busca incansable este placer divino, despreciando toda consolación humana, y aprende a soportar con paz toda contradicción de este mundo, en la esperanza del disfrute seguro de aquella dicha celestial. Escribe Bernardo: «Corre veloz, alma, con la premura del ardiente deseo del espíritu y el afecto del corazón, ya que al encuentro te sale el Señor de los bienaventurados y tu Maestro, y no sólo el coro de los ángeles ni el de los bienaventurados del cielo. Te espera el Dios Padre como a su hija queridísima, el Dios Hijo como a su predilecta esposa, el Dios Espíritu Santo como a su compañera entrañable. Te espera impaciente el Padre Dios, para constituirte heredera universal de sus bienes; el Hijo de Dios, para ofrecerte al Padre como conquista de su encarnación y recompensa de su sangre preciosísima; el Dios Espíritu Santo, para que participes de su misma dulzura y bondad permanentes. Toda la familia celestial del eterno Rey de los santos y de los espíritus bienaventurados te espera para nombrarte conciudadano suyo». Alma devota, créeme: si eres capaz de saturarte desde ahora de tanto gozo divino como te espera, juzgarás las dichas humanas como el suburbio de la ciudad celeste, y te remontarás con veloz vuelo en el deseo de aquel disfrute permanente y seguro de las dulzuras de la eterna bienaventuranza del cielo. * * * EL ESPÍRITU DEL SEÑOR Libertad de espíritu Francisco se sintió extrañamente libre el día que se despojó de todo ante el obispo de Asís. A esta experiencia de liberación vino a unirse la otra de la holgura que comunica al ánimo el escuchar en lo más hondo del ser el testimonio del Espíritu que nos cerciora de que somos hijos de Dios; espíritu que no es de servidumbre, sino de adopción filial, y nos hace movernos confiadamente en el seno de la familia divina. Esta auténtica libertad de los hijos de Dios, para la que Cristo nos ha liberado de la letra muerta de la ley y de la servidumbre de todo lo que en nosotros es muerte y pecado, procede asimismo de la apertura a la verdad; el reino de la verdad es mansión de libertad. La libertad de espíritu se manifiesta en san Francisco en su manera de ir a Dios, espontánea, personal, confiada; en el campo abierto que deja a la libre acción de la gracia; y en el modo de guiar a los demás. Tiene fe en «la unción del Espíritu Santo, que enseña y enseñará a los hermanos todo lo conveniente» (LP 97). Y se fía de la disponibilidad de los hermanos para recibir esa unción. Por respeto a la operación del Espíritu, se resiste a ligar la libertad de acción del grupo con prescripciones meticulosas. En las dos Reglas sale al paso con frecuencia la cláusula referida, en general, a los responsables de la fraternidad, «como el Señor les dé la gracia», «como mejor a ellos les pareciere, según Dios». Quiere así garantizar, contando con la sinceridad de cada uno, la incesante adaptación de la fraternidad «a los lugares, y tiempos y frías regiones, a medida que la necesidad lo exija». La organización interna de la fraternidad y la actividad de ésta hubiera querido el fundador verlas animadas del mismo sentimiento de la primacía del espíritu, sin excesivos montajes jurídicos, sin planificaciones que vinieran a instrumentalizar la persona en beneficio de la institución. Prefería correr la aventura, juntamente con el grupo de sus seguidores, aun de cara a lo imprevisto, antes que perder libertad en los caminos conocidos, donde el vuelo del amor puede quedar impedido. Ante las formas de penitencia y las austeridades su actitud era de un humanismo lleno de cordura y concretez. Penitente como el que más, evitó en cuanto le fue posible institucionalizar las prácticas de penitencia, aun teniendo que sostener dura lucha con un sector de la fraternidad. También la joven Clara se sintió liberada y aligerada tras la fuga nocturna, cuando prometió la vida evangélica a los pies de Francisco. Tanto en el Testamento como en la Regla afirma con insistencia la total espontaneidad de la opción hecha. Y a las hermanas les recuerda la espontánea voluntad con la cual se han entregado al Señor por medio de la obediencia. Al igual que Francisco, Clara cree firmemente en la acción del Espíritu en sí misma y en cada una de las hermanas; por eso todas han de desear, más que otra cosa alguna, «poseer el espíritu del Señor y su santa operación» (RCl 10,9). Precisamente con el fin de hallar y proteger esa libertad se ha encerrado con las hermanas en rigurosa clausura, como se expresa el cardenal Rinaldo en el decreto de aprobación de la Regla: «Habéis elegido llevar vida encerrada en cuanto al cuerpo y servir al Señor en suma pobreza, para poder dedicaros a él con el espíritu libre». Esta libertad de espíritu, opuesta al servilismo de las formas, aparece en muchos lugares de la Regla de santa Clara, como asimismo un sentido genuinamente evangélico de moderación y de discreción. Pero semejante clima de confianza en la rectitud de los componentes de la fraternidad carecería de sentido sin el presupuesto de contar con hermanos y hermanas «espirituales», es decir, que se dejan guiar por el Espíritu y no por el propio egoísmo, pobres y desapropiados internamente. Sólo así podemos comprender esa especie de salvoconducto dado al hermano León: «Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia». El 15 de agosto de 1982, escribió Juan Pablo II a los cuatro ministros generales de la familia franciscana: «Francisco no emplea casi nunca la palabra libertad, pero su vida entera fue, en realidad, una extraordinaria expresión de la libertad evangélica. Todas sus actitudes e iniciativas testimonian la libertad interior y la espontaneidad de un hombre que ha hecho de la caridad su ley suprema y que se ha centrado perfectamente en Dios... La libertad de Francisco no se opone a la obediencia a la Iglesia y aun a "toda humana criatura"; al contrario, brota precisamente de ella. En él brilla con luz singular el ideal originario del hombre, de ser libre y soberano del universo en la obediencia a Dios... La libertad de Francisco es, además y sobre todo, fruto de su pobreza voluntaria...». Es el amor el que -como enseña san Pablo- impedirá que la libertad cristiana degenere en autarquía desordenada. Una libertad animada por la caridad nos lleva a hacernos esclavos los unos de los otros, estableciendo una porfía de servicio recíproco (Gál 5,13-15). [Cf. el texto completo en http://www.franciscanos.org/ | . |
Tuesday, August 31, 2021
Perfectamente imperfecto: el secreto del shofar. por Rav Binyomin Weisz
Perfectamente imperfecto: el secreto del shofar
30/8/2021 | por Rav Binyomin Weisz
El shofar abre el camino a la verdadera aceptación.
Nuestro humilde shofar, apenas capaz de modular su tono, tiene un impacto sorprendentemente poderoso. Sirve como un llamado que nos despierta y nos inspira a arrepentirnos. Al mismo tiempo, en Rosh Hashaná es el alegre anuncio de la coronación de nuestro Rey. En muchos lugares de la Torá y en nuestras plegarias, el shofar está ligado a la liberación y a la redención. Además, los Sabios enseñan, enigmáticamente, que a través de la mitzvá del shofar en Rosh Hashaná somos inscritos para un buen juicio.
¿Cuál es el secreto del shofar que une todos estos temas?
El código de la ley judía enseña que un shofar al que se le abre un agujero o un defecto sigue siendo completamente kasher, incluso si el agujero altera su sonido. Porque todos los sonidos son válidos para un shofar. (Ver Shulján Aruj, Oraj Jaim 586:6-7).
Esto me parece fascinante. Siento que aquí hay un mensaje muy valioso.
Las fuentes judías (en particular Rav Tzadok HaCohen de Lublin), enseñan que este simple sonido resuena en lo más recóndito de un corazón judío. Su sonido toca una cuerda y algo profundo comienza a despertar en su interior. Porque el shofar refleja nuestra voz más profunda; el grito sin palabras del alma judía que anhela elevarse por encima de la limitación y volver a acercarse a su fuente Divina, a su cercanía a Dios.
Sin embargo, cuando nos acercamos a las Altas Fiestas, e incluso cuando nos presentamos ante el Rey de reyes en Rosh Hashaná, a veces nos cuesta sentir esto en nuestras plegarias, tal como un shofar a veces se niega a emitir un sonido decente.
Anhelamos expresar nuestro ser espiritual más profundo, pero nuestro corazón a veces no desea abrirse y sentir. Las distracciones de la vida y de nuestro alrededor pueden dominar nuestros pensamientos. Decimos palabras que sabemos que pueden estar cargadas de significado; vemos a otras personas que parecen tener una plegaria apasionada. Y a veces nos cuestionamos el valor de nuestra propia plegaria, no estamos seguros cómo recibe Dios las palabras que parecen tan llanas y poco inspiradas.
Nada puede estar más lejos de la verdad.
"Todos los sonidos son kasher", no sólo para el shofar, sino también para el corazón.
Sí, es posible que el aire no flote suavemente a través de mi shofar. Puede tener un agujero o un defecto. Mi conexión espiritual puede no fluir fácilmente desde el corazón.
Pero la verdad es que "todos los sonidos son kasher", no sólo para el shofar sino también para el corazón.
Porque Dios quiere que le hable con sinceridad. Que tenga con Él una conversación íntima. Es cierto, él es un Dios incomprensible, que inspira asombro y temor. Pero como Rey también es infinitamente misericordioso y está repleto de amor. Y resulta que, además, también es mi Padre…
Él quiere que me conecte y que me acerque. Él desea escuchar las palabras auténticas que fluyen desde mi corazón, cualesquiera que sean hoy.
Él recibe con los brazos abiertos incluso el sonido que sale de un corazón "imperfecto".
De acuerdo con el texto de la plegaria de Rosh Hashaná, Dios "escucha el sonido del shofar de Su pueblo Israel con compasión".
Yo creo que esto significa que Él escucha algo más profundo. Él siente el deseo ahogado pero verdadero detrás de nuestra más humilde llamada. Él conoce las intenciones ocultas en nuestras palabras.
Él escucha con el amor y el entendimiento de Aquél que conoce nuestra esencia, Quien nos da constantemente el regalo de la vida y nos guía hacia nuestro destino. Quien verdaderamente conoce nuestros desafíos, nuestros triunfos, nuestras caídas.
Él sabe lo que realmente deseamos, incluso cuando las palabras no nos salen con facilidad, incluso cuando luchamos para llegar a enfocarnos o sentir. Él sabe que queremos conectarnos y regresar a casa.
Sí, Dios valora cada una de mis palabras. Él me acepta y me ama tal como soy hoy, a pesar de que entiende que tengo por delante un largo camino.
Por lo tanto, junto el coraje de mirar cara a cara mis limitaciones, sin esconderme ni escaparme. Me permito sentir un honesto remordimiento. Este es mi lugar "Ahora".
Acepto mi estado emocional y espiritual y elijo efectuar la declaración más poderosa que puede hacer un judío: ¡Dios, te pertenezco! Acepto Tu voluntad. Cualquier cosa que sienta, cualquier cosa que sea. Te corono como mi Rey en cada situación.
Por supuesto, aceptar no implica volverse complaciente. Todavía necesito evaluar honestamente mi vida y reflexionar respecto a cómo deseo actuar diferente este nuevo año. Tampoco impide que intente hacer lo mejor que puedo.
Pero en este mi momento, mi estado de "ahora" es mi verdad. Esta es la realidad que Tú, Dios, me presentas en este momento.
Por lo tanto, no lucho con ella, no dejo que mi crítico interno me desinfle o me robe la fe. Acepto esta realidad imperfecta. Te serviré desde este lugar.
Porque eso es exactamente lo que Él desea. "Dios está cerca… de todos los que lo invocan con sinceridad" (Tehilim 145).
En verdad, el shofar es la fanfarria más real. Habla de nuestra más profunda aceptación y sumisión a Su Reinado.
Ahora podemos sentir un nuevo mensaje en la continuación de la ley judía antes citada:
"Si alguien sella el hueco en el shofar con un material ajeno (es decir algo que no forma parte del shofar), se vuelve pasul, queda invalidado, incluso si ese arreglo restaura su sonido original".
Si tratamos de forzar la emoción, empujarnos artificialmente para lograr esa plegaria "perfecta", en verdad logramos que nuestra plegaria sea menos deseble para Dios. Porque Él no quiere la plegaria ni el sentimiento perfecto. Él quiere mi servicio auténtico, perfectamente imperfecto. Sí, Él me quiere a mí.
¿Acaso puede ser este el secreto de nuestro valioso shofar?
Cuando inspiramos y soplamos, sin saber demasiado qué clase de sonido va a emerger, revelamos nuestro simple deseo de acercarnos y aceptar la voluntad de Dios en cada situación. Actuamos creyendo que nuestra voz siempre es escuchada. Que nuestra voz es real, sin importar cómo suene externamente. Declaramos nuestro compromiso con la verdad y la esencia.
De esta manera, el sonido del shofar se entrelaza con uno de todos esos hilos de significado. Es la honesta coronación de Dios en nuestras vidas. Simultáneamente es un llamado de arrepentimiento, de retorno a casa. Es el sonido de la redención; libera nuestro espíritu para expresar su cántico, dejando de lado el silencio que nace de la duda y la limitación.
No es sorprendente que el shofar traiga un flujo de compasión Divina hacia nuestra nación, además de permitirnos ser inscriptos para un año bueno y dulce.
Deseo para todos un Rosh Hashaná de honesta aceptación, y poderoso y verdadero retorno a los brazos de Dios.
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Monday, August 30, 2021
Camino de Santidad - Papa Francisco
El Papa Francisco invitó a los fieles, durante el rezo del Ángelus de este domingo 29 de agosto, a acusarse a uno mismo como ejercicio para emprender un camino de santidad.
Durante su reflexión previa al rezo del Ángelus, el Papa señaló que “con frecuencia pensamos que el mal proviene principalmente del exterior: del comportamiento de los demás, de quienes piensan mal de nosotros, de la sociedad”.
“¡Cuántas veces culpamos a los demás, a la sociedad, al mundo, por todo lo que nos pasa! Siempre es culpa de los “otros”: de la gente, de los que gobiernan, de la mala suerte. Parece que los problemas vienen siempre de afuera. Y pasamos tiempo repartiendo culpas; pero pasar el tiempo culpando a los demás es una pérdida de tiempo”, advirtió.
Por el contrario, animó a pedir al Señor “que nos libere de culpar a los demás”. “Pidamos en la oración la gracia de no perder el tiempo contaminando el mundo de lamentos, porque eso no es cristiano. Jesús nos invita con frecuencia a mirar la vida y el mundo a partir de nuestro corazón”.
En ese sentido explicó que “si miramos dentro, encontraremos casi todo lo que detestamos de fuera. Y si, con sinceridad, pedimos al Señor que nos purifique el corazón, entonces sí que comenzaremos a hacer del mundo un lugar más limpio. Porque hay un modo infalible de vencer al mal: iniciar a derrotarlo dentro de uno mismo”.
“Los primeros Padres de la Iglesia, los monjes, cuando se preguntaban a sí mismos: ‘¿Cuál es el camino de la santidad? ¿Por dónde debo comenzar? El primer paso, decían, era acusarse a uno mismo: acúsate a ti mismo. La acusación de nosotros mismos”.
“¿Cuántos de nosotros, a lo largo del día, en un momento de la jornada, o en un momento de la semana, son capaces de acusarse a sí mismos en su interior? ‘Sí, este me ha hecho esto, aquel lo otro, ese una barbaridad…’. Pero, ¿yo? Yo hago lo mismo, yo hago así… Y es una sabiduría: aprender a acusarse uno mismo. Probad a hacerlo, os hará bien. A mí me hace bien cuando trato de hacerlo”, reconoció el Papa Francisco.
Etiquetas: Vaticano, Papa Francisco, Ángelus dominical
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Saturday, August 14, 2021
La Asuncion de la Virgen Maria - SS Benedicto XVI
LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Benedicto XVI, Ángelus del 15 de agosto de 2005 y de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
En esta solemnidad de la Asunción de la Virgen contemplamos el misterio del tránsito de María de este mundo al Paraíso: podríamos decir que celebramos su «pascua». Como Cristo resucitó de entre los muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así también la Virgen santísima, a él asociada plenamente, fue elevada a la gloria celestial con toda su persona. También en esto la Madre siguió más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros. Junto a Jesús, nuevo Adán, que es la «primicia» de los resucitados, la Virgen, nueva Eva, aparece como «figura y primicia de la Iglesia» (Prefacio), «señal de esperanza cierta» para todos los cristianos en la peregrinación terrena (cf. LG 68).
La fiesta de la Asunción de la Virgen María, tan arraigada en la tradición popular, constituye para todos los creyentes una ocasión propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el valor de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad. Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morada definitiva. Desde allí María, con su ejemplo, nos anima a aceptar la voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones falaces de todo lo que es efímero y pasajero, a no ceder ante las tentaciones del egoísmo y del mal que apagan en el corazón la alegría de la vida.
La tradición cristiana ha colocado en el centro del verano una de las fiestas marianas más antiguas y sugestivas, la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. La liturgia nos recuerda hoy esta consoladora verdad de fe, mientras canta las alabanzas de la Virgen María, coronada de gloria incomparable. «Una gran señal apareció en el cielo -leemos hoy en el pasaje del Apocalipsis que la Iglesia propone a nuestra meditación-: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1). En esta mujer resplandeciente de luz los Padres de la Iglesia han reconocido a María. El pueblo cristiano peregrino en la historia vislumbra en su triunfo el cumplimiento de sus expectativas y la señal cierta de su esperanza.
María es ejemplo y apoyo para todos los creyentes: nos impulsa a no desalentarnos ante las dificultades y los inevitables problemas de todos los días. Nos asegura su ayuda y nos recuerda que lo esencial es buscar y pensar «en las cosas de arriba, no en las de la tierra». En efecto, inmersos en las ocupaciones diarias, corremos el riesgo de creer que aquí, en este mundo, en el que estamos sólo de paso, se encuentra el fin último de la existencia humana.
En cambio, el cielo es la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena. ¡Cuán diferentes serían nuestras jornadas si estuvieran animadas por esta perspectiva! Así lo estuvieron para los santos: su vida testimonia que cuando se vive con el corazón constantemente dirigido a Dios, las realidades terrenas se viven en su justo valor, porque están iluminadas por la verdad eterna del amor divino.
* * *
TU CUERPO ES SANTO Y SOBREMANERA GLORIOSO
Pío XII, Const. apostólica «Munificentissimus Deus» (1-XI-1950)
Definición dogmática de la Asunción de María
Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
«Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios».
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:
«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta».
Otro antiquísimo escritor afirma:
«La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo conoce».
Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la Sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.
Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el último trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria».
Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.
* * *
LA DEVOCIÓN MARIANA DE SAN FRANCISCO
1. MARÍA Y CRISTO
por Kajetan Esser, ofm
«Rodeaba de amor indecible a la madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad» (2 Cel 198), «y por habernos alcanzado misericordia» (LM 9,3).
Estas sencillas palabras de sus biógrafos expresan el motivo más profundo de la devoción de san Francisco a la Virgen.
Puesto que la encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de toda su vida espiritual, y a lo largo de su vida se esforzó con toda diligencia en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado, debía mostrar un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios en forma humana, sino que hizo «hermano nuestro al Señor de la majestad». Esto hacía que ella estuviera en íntima relación con la obra de nuestra redención; y le agradecemos el que por su medio hayamos conseguido la misericordia de Dios.
Francisco expresa esta gratitud en su gran Credo, cuando, al proclamar las obras de salvación, dice: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra, te damos gracias por ti mismo... Por el santo amor con que nos amaste, quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima santa María» (1 R 23,1-3).
Aquí, «el homenaje que el hombre rinde a la majestad divina desde lo más profundo de su ser», característica de la antigua edad media, se funde en desbordante plenitud con el amor reconocido del hombre atraído a la intimidad de Dios. Otro tanto sucede en el salmo navideño que Francisco, a tono con la piedad sálmica de la primera edad media, compuso valiéndose de los himnos redactados por los cantores del Antiguo Testamento: «Glorificad a Dios, nuestra ayuda; cantad al Señor, Dios vivo y verdadero, con voz de alegría. Porque el Señor es excelso, terrible, rey grande sobre toda la tierra. Porque el santísimo Padre del cielo, nuestro rey antes de los siglos, envió a su amado Hijo de lo alto, y nació de la bienaventurada Virgen santa María. Él me invocó: "Tú eres mi Padre"; y yo lo haré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra» (OfP 15,1-4).
Con alabanza desbordante de alegría, Francisco da gracias al Padre celestial por el don de la maternidad divina concedido a María. Este es el primero y más importante motivo de su devoción mariana: «Escuchad, hermanos míos; si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21). En aquella época campeaba por sus respetos la herejía cátara, que, aferrada a su principio dualista, explicaba la encarnación del Hijo de Dios en sentido docetista y, por consiguiente, anulaba la participación de María en la obra de la salvación. Para manifestar su oposición a la herejía, Francisco, devoto de María, no se cansaba de proclamar, con extrema claridad, la verdad de la maternidad divina real de María: «Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4). Y en el Saludo a la bienaventurada Virgen María celebra esta verdadera y real maternidad con frases siempre nuevas, dirigiéndose a ella de un modo exquisitamente concreto y expresivo, llamándola: «palacio de Dios», «tabernáculo de Dios», «casa de Dios», «vestidura de Dios», «esclava de Dios», «Madre de Dios».
No estará de más recordar aquí que el santo no trató de combatir la herejía con la lucha o la confrontación, sino con la oración. Tal vez también en esto seguía el mismo principio que estableció respecto al honor de Dios: «Y si vemos u oímos decir o hacer mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos, hagamos bien y alabemos a Dios, que es bendito por los siglos» (1 R 17,19).
Cosa sorprendente: la mayor parte de las afirmaciones de Francisco sobre la Madre de Dios se encuentran en sus oraciones y cantos espirituales. A su aire, sigue con sencillez y simplicidad la exhortación del Apóstol: «No os dejéis vencer por el mal, sino venced el mal con el bien» (Rm 12,21).
Tal vez esto explique su exquisita predilección por la fiesta de navidad y su amor al misterio navideño: «Con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana» (2 Cel 199).
Pero Francisco da todavía un paso más importante. En la conocida celebración de la navidad en Greccio trata de explicar a los fieles con evidencia tangible este misterio, y habla profundamente emocionado del Niño de Belén. A este propósito es de una claridad meridiana la conclusión del relato de Tomás de Celano: «Un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño». Y prosigue: «No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados» (1 Cel 86). Mediante el amor que él tenía al Hijo de Dios hecho hombre y a su Madre la Virgen, y que lo hizo patente precisamente ese día, encendió en muchos corazones el amor que se había enfriado por completo. Lo que hizo en Greccio y cuanto manifestó en muchos detalles de su pensamiento y comportamiento, no era más que la concretización de su principio general: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho» (2 Cel 196).
Si intentamos con todo cuidado explicar la siempre válida significación de este primer rasgo fundamental de la devoción mariana de Francisco, tendremos primero que subrayar que él no ve a María aisladamente, separadamente del misterio de su maternidad divina, que es la que justifica la importancia de María en el cristianismo. Para san Francisco la veneración de la Virgen quiere decir colocar en su lugar preciso el misterio divino-humano de Cristo. Hasta podría tal vez decirse, para salvar ortodoxamente este misterio, que «se ha hecho nuestro hermano el Señor de la majestad». Por otro lado, bien podemos añadir que, al subrayar con vigor la maternidad física de María respecto de Dios, se está sin más afirmando el Jesucristo histórico, que, no pudiendo según la Escritura ser disociado del Jesús resucitado y glorificado, está presente y actúa operante en la vida cristiana, en la oración, y en el seguimiento. Por eso, la devoción de Francisco a María carecía de toda abstracción y era todo menos conocimiento conceptual; ella brota siempre y fundamentalmente de algo que es palpable por concreto e histórico, y, por consiguiente, de la revelación de Dios que se manifiesta en hechos tangibles y concretos de la historia de la salvación. Será esto precisamente lo que posibilitará a la devoción mariana de Francisco su influencia viva en el futuro de la Iglesia.
Monday, August 9, 2021
El dia que el cielo se abrió. Julia Blum en Israel Biblical Studies Institute
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Thursday, August 5, 2021
De Jerusalen A Roma (2): La Ultima Pregunta - Julia Blum - 29 de julio, 2021
De Jerusalén A Roma (2): La última Pregunta
La última vez hablamos del primer capítulo del Evangelio de Lucas. Como sabes, los dos volúmenes de Lucas (el Evangelio y Hechos) tienen mucho en común. Entre muchas otras similitudes, hay una semejanza peculiar en la estructura, especialmente al principio: en ambos volúmenes, el evento de «apertura» principal ocurre solo en el segundo capítulo: el nacimiento de Jesús en el Evangelio; el nacimiento de la Iglesia en Hechos. La última vez, de las palabras del propio Lucas, aprendimos que informar las cosas en orden era una característica muy esencial de sus escritos. Por lo tanto, los eventos del primer capítulo del Evangelio de Lucas deben haber sido muy importantes ante sus ojos si preceden al nacimiento de Jesús en «su relato ordenado». Al abrir el libro de Hechos, vemos que también en el primer capítulo, Lucas establece algunos antecedentes para eventos futuros, y al igual que el Evangelio, ¡también es un trasfondo muy judío! Al igual que en el Evangelio, este trasfondo judío del primer capítulo de Hechos forma la base y constituye el «número uno» en la secuencia del relato de Lucas, y no solo el segundo, sino todos los capítulos de este libro, deben leerse en este contexto.
La última pregunta
Entonces, comencemos a leer. Estamos en el primer capítulo de Hechos. En Hechos 1:4, Jesús ordenó a sus discípulos que no «se fueran de Jerusalén». Para entender mejor este mandamiento, debemos recordar que esta conversación ocurrió solo unos días antes de Pentecostés/Shavuót y que Shavuót es uno de los tres festivales bíblicos de peregrinación[1] cuando se esperaba que todos los judíos piadosos estuvieran en Jerusalén. En este sentido, Jesús simplemente está confirmando a sus discípulos los mandamientos dados en la Torá. Lucas enfatiza que la historia de la Iglesia comienza en la fiesta bíblica judía de Shavuót (al igual que en su Evangelio, la historia de Jesús comienza en el Templo bíblico judío).
Sin embargo, por más importante que sea este detalle, la parte más significativa del trasfondo que pone Lucas en este capítulo es sin duda la pregunta que los discípulos de Jesús le hacen aquí. Muchos lectores cristianos no prestan atención a esta pregunta, sin embargo, es absolutamente crucial para la comprensión correcta de todo el libro. Es como una configuración correcta en tu computadora: no podrás conectarte si tu configuración de WIFI está desactivada y no estás conectado. No podrás entender la historia de Jesús e Israel en general, ni el libro de Hechos en particular si te olvidas de esta última pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús: «Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este momento?».[2] Esta única pregunta es suficiente para entender cuán grande era la diferencia entre la redención que Israel estaba buscando y la que Jesús trajo.
Por supuesto, era una pregunta de gran actualidad: el Mesías que Israel estaba esperando no pudo evitar traer redención y salvación al pueblo de Israel. Se entendía que el Mashíaj (Mesías) era el que vendría principalmente para cumplir este propósito. Ninguna persona devota y creyente en Israel podría imaginar que Dios enviaría su salvación por medio de un salvador que no salvaría a su pueblo —la mayoría de mis lectores probablemente lo sabrían—. Sin embargo, hay dos puntos muy importantes que quiero enfatizar porque creo que Lucas quiere enfatizarlos. No podemos entender el libro de Hechos correctamente si no entendemos estos puntos.
Primero, debemos darnos cuenta de que los discípulos hacen esta pregunta, no solo después de tres años de comunión ininterrumpida con Jesús, sino después de su muerte en la cruz, después de su resurrección, después de los cuarenta días que se les apareció, enseñando y explicando los misterios del plan de Dios: «ser visto por ellos durante cuarenta días y hablar de las cosas que pertenecen al reino de Dios».[3] Y sí, después de todas sus explicaciones y mensajes, los discípulos que Él había elegido e instruido continuaban esperando esto de Él, entonces, ¿qué dice esto acerca de todas las otras multitudes de israelitas que, al escuchar sus mensajes y ver sus milagros, estaban absolutamente convencidos de que tarde o temprano Él estaría seguro de comenzar a salvar y restaurar a Israel?
La fe en un Mesías real que restauraría el trono de David y, por lo tanto, el reino de Israel era un componente inseparable de la fe en Dios, y se basaba en una promesa bíblica. «Estableceré tu simiente después de ti, quien vendrá de tu cuerpo, y estableceré su reino. Él edificará una casa en mi nombre, y yo afirmaré el trono de su reino para siempre. Yo seré su Padre, y él será mi hijo».[4] En este contexto, es vital darse cuenta de que el pueblo de Israel no podía aceptar a Jesús como su Mesías, por fidelidad a Dios y su Palabra: en su comprensión, esto habría contradecido las Escrituras. Y aquí está el punto que quiero que veas. Según Lucas, solo Dios pudo haber abierto los ojos del pueblo de Israel para reconocer al Mesías que difería de las expectativas tradicionales. Lo vemos muy claramente en el último y transitorio capítulo del Evangelio de Lucas, en la historia de Emaús, donde Dios mismo primero cierra y luego abre los ojos de los discípulos. Aquí en Hechos, Lucas coloca esta pregunta —La Pregunta— como una especie de prefacio de todo el libro: a partir del próximo capítulo, él mostrará cómo Dios mismo abre los ojos. En su relato, veremos tanto a aquellos cuyos ojos fueron abiertos, como a aquellos cuyos ojos Dios mismo decidió no abrir. Sin embargo, en ambos casos, la apertura de los ojos es la prerrogativa y la elección de Dios, y debemos recordar eso mientras leemos este libro.
Hay otro punto que Lucas quiere que veamos aquí. En su respuesta a los discípulos, Jesús no dice: «¡Qué pregunta tan estúpida o inapropiada!». Él no dice: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer en todo lo que los profetas han dicho», como dijo en el camino a Emaús.[5] Su respuesta implica que el reino ciertamente le será restaurado a Israel, pero no nos corresponde a nosotros saber cuándo, está fuera del conocimiento humano. Y este es el escenario que mantengo, es necesario para entender todo el libro. La mayoría de las veces, el libro de Hechos se ha visto como una prueba de que Dios ha abandonado a los judíos y se ha vuelto a los gentiles. Intentaré demostrar que este libro, si se lee correctamente, no es compatible con este punto de vista en absoluto. Está atento, como mencioné en mi última publicación, ¡estaremos «recalculando» aquí!
[1] Éxodo 23:14-17.
[2] Hechos 1:6.
[3] Hechos 1:3.
[5] Lucas 24:25.
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