Notas Sobre La Misericordia
Quien quiera algo que no sea Cristo, no sabe lo que quiere;
Quien pida algo que no sea Cristo, no sabe lo que pide;
Quien no trabaje por Cristo, no sabe lo que hace.
San Felipe Neri
Encarnación de la misericordia – Dives in misericordia – P. Juan Pablo II
Dios, que «habita una luz inaccesible»,8 habla a la vez al
hombre con el lenguaje de todo el cosmos: «en efecto, desde la creación del mundo, lo
invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las
obras ».9 Este conocimiento indirecto e imperfecto, obra del entendimiento que
busca a Dios por medio de las criaturas a través del mundo visible, no es aún «
visión del Padre ». « A Dios nadie lo ha visto », escribe San Juan para dar
mayor relieve a la verdad, según la cual « precisamente el Hijo unigénito que
está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer ».10 Esta « revelación »
manifiesta a Dios en el insondable misterio de su ser —uno y trino— rodeado de
« luz inaccesible ».11 No obstante, mediante esta « revelación » de Cristo
conocemos a Dios, sobre todo en su relación de amor hacia el hombre: en su «
filantropía ».12 Es justamente ahí donde « sus perfecciones invisibles » se
hacen de modo especial « visibles », incomparablemente más visibles que a
través de todas las demás « obras realizadas por él »: tales perfecciones se
hacen visibles en Cristo y por Cristo, a través de sus acciones y palabras y,
finalmente, mediante su muerte en la cruz y su resurrección.
De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también
particularmente visible Dios en su misericordia, esto es, se pone de relieve el
atributo de la divinidad, que ya el Antiguo Testamento, sirviéndose de diversos
conceptos y términos, definió «misericordia». Cristo confiere un significado
definitivo a toda la tradición veterotestamentaria de la misericordia divina.
La misericordia —tal como Cristo nos la ha presentado en la
parábola del hijo pródigo— tiene la forma interior del amor, que en el Nuevo
Testamento se llama agapé. Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo
pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado.
Cuando esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado,
sino como hallado de nuevo y «revalorizado». El padre le manifiesta,
particularmente, su alegría por haber sido «hallado de nuevo» y por «haber resucitado».
Esta alegría indica un bien inviolado: un hijo, por más que sea pródigo, no
deja de ser hijo real de su padre; indica además un bien hallado de nuevo, que
en el caso del hijo pródigo fue la vuelta a la verdad de sí mismo.
El mensaje mesiánico de Cristo y su actividad entre los
hombres terminan con la cruz y la resurrección. Debemos penetrar hasta lo hondo
en este acontecimiento final que, de modo especial en el lenguaje conciliar, es
definido mysterium paschale, si queremos expresar profundamente la verdad de
la misericordia, tal como ha sido hondamente revelada en la historia de nuestra
salvación. En este punto de nuestras consideraciones, tendremos que acercarnos
más aún al contenido de la Encíclica Redemptor Hominis. En efecto, si la
realidad de la redención, en su dimensión humana desvela la grandeza inaudita
del hombre, que mereció tener tan gran Redentor, 70 al mismo tiempo yo diría
que la dimensión divina de la redención nos permite, en el momento más empírico
e « histórico », desvelar la profundidad de aquel amor que no se echa atrás
ante el extraordinario sacrificio del Hijo, para colmar la fidelidad del
Creador y Padre respecto a los hombres creados a su imagen y ya desde el «
principio » elegidos, en este Hijo, para la gracia y la gloria.
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