El poder del amor
La perspectiva judía del amor.
por Rav
Noaj Weinberg y Rav Yaakov Salomon
Más...270
Amor
- ¿Ha habido alguna vez un misterio más grande?
- ¿Hay alguien que no haya deseado descifrar los secretos del amor?
- ¿Podría alguien crear una fórmula para el amor?
- ¿Qué dice el judaísmo y la Torá sobre el amor?
La
primera y quizás más enigmática cosa que necesitamos entender sobre el amor es
que el judaísmo no trata al amor como un ideal, una convicción, un principio,
un concepto hermoso o una pasión indómita. Es una obligación. Un deber. Una
responsabilidad. Un requisito.
Sí,
puedes leer eso de nuevo. A pesar de todo lo que has visto, sentido u oído
sobre el esplendor, el encanto, la fascinación y la magia del amor, a fin de
cuentas éste es una obligación.
Pero no
te desanimes. El hecho de que el judaísmo trate al amor como una obligación no
significa que no tenga magia, encanto o fascinación. Tiene todo eso, ¡y más! El
amor tiene una cantidad infinita de intriga y poder, pero es principalmente una
obligación.
¿De dónde
viene esto? ¿Qué significa esto?
Esto es
lo que dice la Torá:
“No te vengarás y no guardarás rencor, amarás a
tu prójimo como a ti mismo, yo soy Dios” (Levítico 19:18).
A
continuación examinaremos este importante concepto de forma más profunda y, en
el proceso, descubriremos algunos de los secretos más grandes sobre cómo
alcanzar una relación realmente exitosa y satisfactoria.
Las preguntas
Dios nos
instruye, de hecho nos ordena, amarnos el uno al otro. Y al hacerlo
agrega junto al mandamiento cierta información que no pareciera ser atingente.
Esto nos incita a hacer lo que mejor hacemos los judíos: ¡preguntar!
El
versículo anterior es uno de los más de 5.000 versículos que hay en la Torá, y
es uno de los más cautivadores. Léelo de nuevo y fíjate si te molestan las
mismas cosas que nos perturban a nosotros.
- ¿Cómo “amar” puede ser una obligación? O bien uno ama a alguien o bien no lo hace. ¿Quién escuchó alguna vez sobre legislar sobre una emoción? No es algo que puedas obligar a alguien a hacer.
- El mismo versículo de la Torá que nos obliga a amarnos el uno al otro también dice: “No te vengues y no guardes rencor”. ¿Qué tiene que ver vengarse o guardar rencor con amar a nuestro prójimo? ¿Qué hacen estos mandamientos juntos en el mismo versículo?
- ¿Por qué el versículo dice: “…ama a tu prójimo como a ti mismo?”. La Torá nunca utiliza palabras extra; entonces, ¿qué viene a agregar la frase “como a ti mismo”?
- Las palabras del texto original en hebreo ‘veahavta lereeja’, las cuales suelen traducirse como “ama a tu prójimo”, en realidad deberían traducirse como “ama a tu amigo”. ¿Por qué la Torá se refiere a nuestro prójimo como nuestro “amigo”?
- El versículo termina con las palabras: “Yo soy Dios”. ¿Qué tiene que ver esto con amar a tu amigo?
Responder
estas cinco preguntas nos ayudará a entender qué es realmente el amor y cómo
podemos adquirirlo.
1) ¿Cómo es posible obligar a “amar”?
A primera
vista, la idea de forzar cualquier emoción parece absurda, por no decir
imposible. Exigir que alguien “sienta” algo pareciera ser completamente
contrario a lo que son los sentimientos. Pero sin embargo, si Dios nos ordena
hacerlo, debe ser porque es posible.
Y lo es.
Considera
el siguiente ejemplo:
Tienes
dos hijos: una niña de 6 años y un niño de 9. Un día entras a la casa y
escuchas gritos. La voz de tu hijo es la más alta, por lo que naturalmente le
llamas la atención a él primero.
—Hey… ¿Qué es todo este griterío? —preguntas.
—Odio a mi hermana —te responde él—. ¡¡¡La odio, la
odio, la odio!!!
¿Cuál
crees que sería tu respuesta ante este berrinche?
—Bueno, puedo entender eso. Si la odias, la odias.
Es un sentimiento, por lo que supongo que está bien. ¿Qué hay para cenar hoy?
¡Obvio
que no!
¡No
dirías nada similar a eso! Probablemente dirías lo que la mayoría de los padres
dicen en momentos como ese:
—¡No digas eso! ¡Tienes que amar a tu hermana!
Después
de lo cual es muy probable que él diga:
—Pero te estoy diciendo sólo la verdad. ¿Quieres
que mienta? ¿Cómo puedo amar a esta pequeña maleducada? En serio, la odio.
Y si
quisieras preguntar por qué odia a su hermana, es posible que te diría “Porque
agarró el pedazo más grande de torta”, o “Agarró mi goma de borrar sin
pedírmela”, o “Movió mi silla” (Debes tener hijos para poder apreciar esto).
Ahora, si
esto sigue así, probablemente perderías el temperamento. No lo tolerarías y
dirías:
—¡¿Por eso odias a tu hermana?! ¡Es una tontería!
¡Tienes que amar a tu hermana!
No estás
simplemente sugiriendo que el hermano ame a su hermana, sino que estás
exigiéndolo. Entre hermanos y hermanas, el amor no es simplemente algo
‘preferible’, sino que es algo esperable. Nada en el mundo debería interponerse
en medio de su amor.
Entonces
no es sólo que exigir amor no es algo imposible, sino que es algo que la
mayoría de nosotros hacemos todo el tiempo. Más aún, es precisamente cuando
aceptamos la obligación de amar a alguien que comenzamos a entender el proceso
de cómo amar.
Los
padres, aún antes de que nazcan sus hijos, están comprometidos naturalmente a
amarlos y, por lo tanto, están decididos a enfocarse principalmente en las
virtudes de sus hijos.
Sin
embargo, la verdadera pregunta es: ¿Cómo podemos activar este proceso en todas
nuestras relaciones para que podamos amar “a nuestra voluntad”? Para hacerlo
necesitamos tomar conciencia de las dinámicas que se desarrollan dentro de una
persona que acepta la obligación de amar.
Los judíos vs. Cupido
Para
comenzar a entender esto de mejor manera, contrastemos la definición de amor
según el pueblo judío con la visión de amor que tiene la civilización
occidental. El judaísmo define al amor como: el placer emocional que
experimenta un ser humano cuando entiende y se enfoca en las virtudes de otro
ser humano. Por lo tanto, la emoción de amar depende en un altísimo grado
de cómo uno mire a la otra persona. Si elegimos enfocarnos en las virtudes de
una persona, entonces la amaremos. Si elegimos enfocarnos en sus deficiencias,
entonces nos desagradará.
[No es
tan simple como suena, pero tampoco es tan complicado como podrías pensar].
Esto
explica cómo es posible que la Torá nos obligue a amar a alguien. La forma en
la que elegimos ver a otra persona está completamente bajo nuestro
control. Para desarrollar el sentimiento de amor, la Torá nos obliga a
enfocarnos en las virtudes de los demás. Consecuentemente los amaremos. Y
cuanto más íntimamente conozcamos a alguien y sus virtudes, más profundo será
nuestro amor. La cultura occidental en cambio, está muy influenciada por las
ideas seculares, en este caso en particular, por el concepto griego de amor:
Cupido. Ya conoces la historia. Cupido revolotea con sus alas, le dispara una
flecha a un hombre y a una mujer, ¡y listo!, están enamorados.
Este
concepto de amor domina el mundo occidental. Nos engaña, haciéndonos creer que
el amor es un suceso místico. No te esfuerzas para amar a la gente. Es algo que
simplemente puede ocurrir o no.
Para el
mundo occidental, el amor es un golpe del destino. No hay una explicación
lógica. No hay un esfuerzo involucrado. El amor no se basa en compromiso ni en
ningún entendimiento profundo de la persona que amas.
En el
estilo de amor griego/occidental, dos personas se enamoran y se casan.
Simplemente ocurre que “se enamoran”, como si fuesen víctimas. ¡Amar a alguien
no es una elección en absoluto! Por lo tanto, si quieres seguir casado, ¡todo
lo que tienes que hacer es tener esperanza y rezar para que Cupido no te
dispare otra flecha! No es sorprendente que esta filosofía haya producido una
sociedad con una tasa de divorcio de más del 50%.
Por otro
lado, la perspectiva judía consiste en que el amor se basa en el entendimiento
y la apreciación de las virtudes de la otra persona. Cuando la gente está
verdaderamente comprometida a enfocarse en las virtudes de la otra persona, el
amor no es una casualidad. Por eso hay tan poca gente que abandona a sus hijos.
Pregúntale
a un padre:
—¿Alguna vez tus hijos te han mantenido despierto
toda la noche, gritando, tosiendo y volviéndote loco?
—Sí.
—¿Alguna vez has perdido el control y has pensado:
“Quisiera estrangular a este monstruo”?
—Bueno, ocasionalmente, ha pasado, soy humano.
—¿Todavía amas a tus hijos?
—¡Por supuesto que amo a mis hijos!
Ningún
padre se levanta a la mañana siguiente y dice: “No te voy a dar desayuno porque
me mantuviste en vela toda la noche”.
No
dejamos de cuidar a nuestros hijos porque nos molestan. No nos desenamoramos de
nuestros hijos, porque entendemos que amarlos no es una casualidad. Es una
responsabilidad que aceptamos desde el momento en que nacieron. Conocemos sus
virtudes porque como padres aceptamos la obligación de amarlos a pesar de las
incomodidades.
Si tan
sólo pudiésemos llevar ese mismo compromiso a nuestros matrimonios y amistades,
estaríamos mucho mejor.
2) ¿Cómo están relacionados el “no vengarse” y “no
guardar rencor” con el amor?
En
realidad hay tres mandamientos separados que aparecen en el versículo:
- No tomes venganza.
- No guardes rencor.
- Ama a tu prójimo como a ti mismo.
¿Por qué
estos tres mandamientos aparecen en el mismo versículo? ¿Qué tienen en común?
Su
ubicación no es accidental ni incidental. Al yuxtaponer estos mandamientos la
Torá nos revela otro secreto sobre cómo amar.
Si te
acostumbras a no tomar venganza, entonces no te molestarás en recordar las
veces en que la gente te hace mal y por lo tanto no guardarás rencor.
Consecuentemente, en lo único que podrás enfocarte es en las cosas positivas ya
que no habrá nada negativo que evite que veas los méritos de esa persona y que
la ames. En otras palabras, el camino ahora está libre para que pongas atención
especial en perfeccionar la fórmula: entender y enfocarte en las virtudes del
otro.
3) ¿Por qué el versículo de la Torá te comanda amar
a tu prójimo “como a ti mismo”?
Imagina
que estás rebanando un queso y que accidentalmente te haces un tajo en un dedo.
¿Te vengarías tomando el cuchillo y cortando tu otra mano? Después de todo, fue
la otra mano la que perpetró la ofensa, ¿verdad?
¡Por
supuesto que no! Tu otra mano es tan parte de ti como todo lo demás. ¡Vengarse
sería una locura!
Cuando
aprendemos a apreciar que en realidad todos estamos unidos, entonces, vengarte
de la otra persona es tan ridículo como herirte a ti mismo. Por eso la Torá
dice: Ama a tu prójimo “como a ti mismo”. Si me doy cuenta que la otra
persona y yo somos parte de la misma unidad, entonces la venganza es tan tonta
como cortar mi otra mano con el cuchillo.
Ahora,
toda esta charla sobre unidad te puede sonar irreal, pero eso es realmente lo
que Dios quiere de nosotros. Este estado de armonía por alguna razón continúa
eludiéndonos, y nosotros, como pueblo, estamos más y más hundidos en el abismo
de la desunión y la disonancia. Es triste.
Por lo
general hace falta un conflicto o una guerra en contra de un enemigo en común
para que entendamos el mensaje. La historia corrobora esto de forma demasiado
dolorosa.
Basta con
prestar atención a las consecuencias del ataque terrorista a las Torres Gemelas
para ver este punto con claridad. Los ciudadanos de todo Estados Unidos dejaron
inmediatamente de lado sus diferencias y se alinearon en torno al presidente y
a la democracia. Coaliciones de todos los colores, razas y credos imaginables se
formaron en los frentes locales, nacionales e internacionales. La lealtad
política y las inclinaciones previas no estuvieron a la altura del súper
patriotismo que generaron los enemigos de Estados Unidos. Así de grande es el
poder de la unidad cuando lo necesitamos.
A lo
largo de toda la historia se han registrado fenómenos similares, ya que Dios
debe recurrir periódicamente al más doloroso de los caminos para recordarnos el
mensaje del compañerismo. Cuánto más sano y prudente sería si la humanidad
aprendiera sola esta lección, sin la agonizante intervención Divina.
Los
padres se relacionan naturalmente de esta forma con sus hijos. No
importa cuán mal se comporten los niños, los padres no dejan de amarlos.
¿Molestias? Sí. ¿Reprimendas? Por supuesto. Pero los padres normales no se
vengan de sus hijos. No guardan rencor, porque se relacionan con sus hijos como
una extensión de sí mismos, por lo que lastimar a nuestros hijos es en realidad
herirnos a nosotros mismos. Como los padres no desean vengarse, pueden olvidar
las cosas malas y enfocarse en las buenas. Por eso para los padres es fácil
amar a sus hijos.
Esta
misma dinámica puede funcionar con cualquier relación. Con padres e hijos el
proceso es más instintivo. Pero cuando se trata del matrimonio, ¡el potencial
para la unidad es más grande todavía! A diferencia de la relación padre-hijo,
los integrantes del matrimonio se eligieron mutuamente, ¡lo cual permite que el
potencial de unidad sea aún mayor! Pero naturalmente, implica mucho más
trabajo...
4) ¿Por qué la Torá se refiere a nuestro prójimo
como “amigo”?
La
palabra hebrea reeja, ‘tu amigo’, transmite de forma más precisa el
mensaje de que “estamos juntos en esto” —que estamos en el mismo equipo— que la
frase tu vecino. Y ese es el sentimiento que todos deberíamos tener por los
demás.
Obviamente
la amistad, al igual que el amor, es otro tema sobre el cual hay mucho para
aprender. Y los dos temas están conectados inexorablemente. Obtener un
entendimiento más profundo sobre la dinámica de la amistad nos ayudará en
nuestra odisea para alcanzar el amor real.
Las
siguientes historias sobre amistad, tomadas del folklore judío, brindan un poco
más de claridad al significado de la amistad y del amor. La primera nos ayudara
a responder la pregunta Nº4 y la segunda nos ayudara con la pregunta final.
Ambas hablan sobre los ingredientes del amor y sobre por qué Dios le da tanta
importancia a que nos amemos unos a otros.
Una vez
un padre estaba intercambiando ideas con su hijo sobre el tema de la amistad.
El padre dijo: —Sabes, hijo, es difícil hacer
amigos.
El hijo le respondió: —¿A qué te refieres papá? Yo
tengo muchos amigos.
—¿Cuántos amigos tienes? —preguntó el padre.
El hijo pensó un momento y dijo: —Los he contado.
¡Debo tener 200 amigos! (Y esto era antes de Facebook).
—¿200 amigos? ¿Un hombre joven como tú? —dijo el
padre—. Es asombroso. No lo puedo creer.
—¿Por qué papá? ¿Cuántos amigos tienes tú?
—¿Yo? Durante toda mi vida he trabajado muy duro y
sólo conseguí medio amigo.
—Pero papá, todos te quieren. Eres un hombre
maravilloso. ¿De qué estás hablando... ¿sólo medio amigo? Y en todo caso, ¿qué
es medio amigo?
—Mira hijo, tienes que saber si tus amigos son
realmente tus amigos. Un amigo en los malos momentos es un verdadero amigo.
¿Por qué no haces la prueba y ves si tus amigos son realmente amigos?
El padre
tuvo una idea. Siendo que esta historia tuvo lugar durante la ocupación romana
de Israel, hace más de 2.000 años, debes saber que los romanos eran
especialmente estrictos en lo que se refiere a la ley y el orden. Si agarraban
a un asesino o a un ladrón, imponían un juicio rápido y duro sobre él. Y le
hacían lo mismo a cualquiera que fuese cómplice del crimen. Era un asunto
serio.
—Esto es lo que puedes hacer —sugirió el padre—. La
sangre de una cabra se parece a la sangre humana. Toma una cabra, mátala y
ponla en un saco. Luego, ve por la noche donde tus amigos y diles: “Tienen que
ayudarme. Anoche fui a un bar y tomé demasiado. Había un hombre que comenzó a
insultarme y nos pusimos a discutir. Me golpeó, y yo lo golpeé también, la
pelea siguió en la calle, y lo golpeé demasiado fuerte y lo maté. Ahora tengo
que deshacerme del cuerpo. Si no, estoy muerto”. Luego, pídele a tus amigos que
te ayuden a deshacerte del cuerpo.
El hijo
pensó que era una gran idea y lo intentó. Noche tras noche, tomó el saco con
una cabra muerta en su interior y lo llevó donde sus amigos. Se demoró un par
de semanas y unas cuantas cabras, pero visitó a los 200 amigos.
Como
podrás adivinar, ninguno quiso ayudarlo. Todos entendieron que no era su culpa
y que el otro hombre había comenzado la pelea, pero de ningún modo estuvieron
dispuestos a hacerse partícipes del asunto.
Finalmente, el hijo volvió donde su padre y le
dijo: —Papá, supongo que tenías razón. Mis amigos no son tan buenos amigos.
¿Qué hay sobre tu medio amigo? Quizás él me ayudaría.
El padre dijo: —Seguro, ponlo a prueba. Ve a su
casa y dile que eres hijo de Jaim. Dile lo que pasó y ve si te ayuda o no.
Esa noche
el hijo golpeó la puerta del amigo de su padre.
—¿Quién es? —preguntó una voz asustada.
—Soy hijo de Jaim.
—Oh, ¡el hijo de Jaim! Entra. ¿Qué puedo hacer por
ti?
El hijo
le contó toda la historia sobre el bar y la pelea y el cuerpo.
—Bueno, la verdad es que no debería ayudarte, pero
qué puedo hacer, eres hijo de Jaim.
Sacó el
cuerpo al patio, cavó un hoyo y enterró el saco.
—Ahora vuelve a casa. Aléjate de los bares. Si
alguien te insulta, mantén la calma. Pero sobre todo, olvida que alguna vez me
conociste.
El hijo
volvió donde su padre y le dijo: —Papá, ¿por qué lo llamas medio amigo? ¡Es el
único que me ayudó!
—¿Qué te dijo?
—Dijo: “En realidad no debería ayudarte, pero eres
hijo de Jaim, ¿qué puedo hacer?”.
—Eso es medio amigo —dijo el padre—. Alguien que
hace una pausa y dice: “En realidad no debería hacer esto”, ese es medio amigo.
—Entonces, papá, ¿qué es un amigo de verdad?
Entonces
su padre le contó la siguiente historia (citada en Shtei Yadot), la cual
nos ayudará a responder nuestra última pregunta.
5) ¿Por qué el versículo termina con “Yo soy Dios”?
Dos
jóvenes crecieron juntos y se volvieron muy buenos amigos. Vivieron en la época
en la que el Imperio Romano estaba dividido en dos partes: una parte estaba
controlada por un emperador en Roma y la otra mitad estaba dirigida por un
emperador en Siria. Después de que ambos se casaron, uno se mudó a Roma y el
otro a Siria. Comenzaron juntos un negocio de importación y exportación, y
aunque vivían muy lejos, siguieron siendo muy buenos amigos.
Una vez,
cuando el amigo de Roma estaba visitando Siria, alguien lo acusó de ser un
espía de Roma y de estar planeando un complot en contra del emperador. Era un
hombre inocente y sólo se trataba de un falso rumor. Entonces, lo llevaron
frente al Emperador Sirio, quien subsecuentemente lo condenó a muerte.
Cuando lo
llevaban para ser ejecutado, le preguntaron si tenía un último deseo. El hombre
acusado suplicó:
—Por favor, soy un hombre inocente, pero no puedo
probarlo. Entonces, si voy a morir, al menos déjenme volver primero a Roma,
acomodar mis negocios y decirle adiós a mi familia. Ellos no saben de mis
negocios, no saben quién me debe dinero ni dónde están mis bienes. Déjenme
volver a Roma, poner mis asuntos en orden y luego volveré para que puedan
ejecutarme.
El
emperador se rió de él.
—¿Acaso estás loco? ¿Crees que te dejaremos ir?
¿Qué garantía tendríamos de que volverás?
El judío dijo: —Espere. Tengo un amigo aquí en
Siria que se quedará en mi lugar. Será mi garante. Si no vuelvo, lo puede matar
a él en mi lugar.
El
emperador estaba intrigado.
—Esto lo tengo que ver. Está bien, trae a tu amigo.
Entonces
fue a buscar a su amigo de Siria. De acuerdo a lo esperado, el amigo accedió
sin dudar a tomar el lugar del judío romano y a que lo mataran en su lugar si
éste no volvía.
El
emperador estaba tan sorprendido por este arreglo que accedió a dejar ir al
judío romano.
—Te daré 60 días. Pon tus asuntos en orden. Si no
estás de regreso para el atardecer del día 60, tu amigo estará muerto.
Y así el
judío romano emprendió rumbo y se fue corriendo donde su familia para decir
adiós y para poner sus asuntos en orden. Después de muchas lágrimas y adioses,
partió con tiempo de sobra antes de que terminasen los 60 días.
Esos eran
los tiempos de viajar en galeras, y a veces podían pasar varios días hasta que
soplara el viento indicado. Como lo quiso la suerte, no hubo viento por varios
días, el barco se retrasó, y para cuando el judío llegó a Siria estaba
empezando el atardecer del día 60.
Como
había sido acordado, los carceleros sacaron al amigo de Siria para la
ejecución. En esos días, una ejecución era un evento de gala, y temprano por la
mañana las multitudes comenzaron a reunirse. Finalmente, cuando estaban a punto
de realizar la ejecución, llegó corriendo el amigo de Roma.
—¡Esperen! ¡Deténganse! Estoy de vuelta. No lo
maten. ¡Yo soy el prisionero real!
El
verdugo dejó ir al amigo de Siria y estaba a punto de poner al judío de Roma en
su lugar.
—Espera un minuto —discutió el garante indultado—.
No lo puedes matar a él. Su plazo se cumplió. Yo soy el garante. ¡Tienes que
matarme a mí en su lugar!
Los dos
amigos fueron inflexibles por igual.
—¡Mátame a mí en su lugar!
—¡No, mátame a mí!
El
verdugo no sabía qué hacer. La multitud estaba alborotada mirándolos pelear.
Finalmente,
el emperador intervino. Sorprendido y asombrado, se volvió hacia los dos amigos
y dijo:
—Los dejaré ir a ambos con una condición. ¡Háganme
su tercer amigo!
Eso es
amistad. Eso es unidad verdadera.
Por eso
el mismo versículo que dice “Ama a tu prójimo” dice también “Yo soy
Dios”. La unidad y la amistad entre los hijos de Dios es tan valiosa que
Dios mismo dice, por decir así, “Si se aman unos a otros, Yo quiero ser su
tercer amigo”. Eso significa que si estamos unidos, tenemos el poder de
Dios respaldándonos.
La unidad
es tan preciada para Dios que incluso cuando no somos tan buenos como
deberíamos, nuestra unión nos permite lograr mucho más de lo que cualquier
individuo piadoso, talentoso o grandioso podría alguna vez lograr solo. En los
deportes lo llamamos “trabajo en equipo”. Los equipos unidos a menudo baten a
oponentes con más talento y poder.
En la
vida, lo llamamos “amor”.
Hay
muchos ejemplos de esto en la historia judía. Ahab —a pesar de haber sido un
rey malvado— fue más exitoso en la batalla que cualquier otro rey que haya tenido
el pueblo judío en su historia. ¿Por qué? Porque se benefició de la unión
excepcional que había entre la población judía. Dios le concedió a los judíos
el éxito militar a pesar de las siniestras intenciones de su líder. La unión es
la cualidad que más quiere Dios para todos Sus hijos. Puesto de manera simple,
cuando estamos unidos, Dios es nuestro “tercer amigo”.
La lucha
interna y el conflicto entre nosotros es, por lo tanto, nuestro enemigo más
insidioso y debilitante. La discordia evita que seamos una fuerza predominante
y nos reduce a una colección de individuos que se encuentran absorbidos en sí
mismos.
Si
estamos unidos, Dios está con nosotros. Si estamos divididos, estamos solos.
Eso es
“el poder del amor”.