Ki Tavo - Los frutos de Hashem
Estimados Lectores:
Esta
semana comenzamos leyendo la miztvá de Bicurim, de las primicias. Cada
persona debía separar los primeros frutos de cada árbol (de los frutos
de la tierra de Israel) y acercarlos al altar donde su dueño recitaba la
plegaria de agradecimiento y luego bikurim eran distribuidos entre los cohanim que servían en el Beit Hamikdash.
La
grandeza de esta mitzva no era su esfuerzo económico, ya que solo una
fruta se traía por cada árbol. Pero había una importancia psicológica en
los bikurim. Después de esforzarse todo el año trabajando el campo, el
labrador quiere ver el fruto de su esfuerzo concretado, quiere probar si
la fruta es dulce, si tuvo éxito en su empresa, la Torá ordena que la
primera, sea destinada para Di-s. De esta forma reconocemos que a pesar
de todo nuestro esfuerzo sin la ayuda divina no podríamos estar en este
lugar disfrutando de toda la abundancia. Si dejáramos la ofrenda a
Hashem para el final, pensaríamos que todo viene por nuestra propia
fuerza.
Hoy en
día no tenemos el templo en pie para acercar las primicias, pero de
todas formas el concepto sigue vigente. Al levantarnos nuestras primeras
palabras son de agradecimiento a Hashem por devolvernos el alma y
darnos vida, independientemente de los problemas que tengamos estamos
vivos y eso hay que agradecerlo.
Cuando
uno reconoce que todo lo que tiene viene de Hashem, el mismo se asegura
de cuidarlo y multiplicarlo, cuando uno cree que es todo de uno, Hashem
te dirá: “Si es solo tuyo porque tengo que cuidarlo yo”.
¡Shabat Shalom!
Rabino Eli Levy
Un corazón agradecido no se compara con ningún otro don que pueda poseer el ser humano frente a las obras manifestadas por su Creador. Cuando el hombre es consciente y sensible frente a lo que el Señor le permite poseer y administrar, llegará al convencimiento de que todo ello le viene de Dios y no de sus fuerzas, capacidades o inteligencia. Brotará así, un sentimiento de gratitud tan grande como una fuente cuyo cause desembocará en darlo todo por ese amor, que derrocha y cuida a cada uno de sus hijos.
ReplyDeleteSin embargo, el asecho del maligno tampoco cesa, y el combate debe ser librado en cada momento cuando por un lado el mundo, la rutina, las pruebas y acontecimientos son malinterpretados por el acusador y el ser humano en su debilidad flaquea.
Es ahí, cuando el alma debe estar dispuesta a rendirse en los brazos del Padre se abandona, al amor que jamás lo dejará confundido.
Me remito a una bella oración que apacienta mi espíritu cada vez que la leo...
Del Beato Carlos de Foucauld
"Padre mío,
me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre."
Amén.