Homilía del Papa Francisco en la Misa del Corpus Christi
Domingo, 14 junio 2020
(zenit – 14 junio 2020).- A las 9:45 de esta mañana, el Papa Francisco presidió la Misa de la Solemnidad del Santísimo Sacramento – o Corpus Christi – este domingo 14 de junio de 2020 en la Basílica de San Pedro, en el altar de la Cátedra de San Pedro, en presencia de unas cincuenta personas.
La Misa continuó con la adoración silenciosa del Santísimo Sacramento exhibida en la custodia, y terminó con la bendición del Santísimo Sacramento y la canción de la antífona mariana “Sub tuum praesidium”.
Por su Eucaristía, Dios “sana nuestra memoria negativa”, explica el Papa Francisco: “El Señor sana esta memoria negativa, que siempre saca a la luz cosas que no están bien y deja en nuestra cabeza la triste idea de que no servimos para nada , que solo cometemos errores, que somos “malos”. Jesús viene a decirnos que este no es el caso”.
En su homilía, el Papa Francisco señaló que en el “memorial de la Eucaristía”, Dios viene a “sanar la memoria” de los creyentes: “Él sana por encima de toda nuestra memoria huérfana”, luego la “memoria negativa “, y la “memoria cerrada”.
El Papa también subrayó el poder curativo de la adoración eucarística: “La adoración continúa en nosotros el trabajo de la misa. Nos hace bien, nos cura por dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos”.
Publicamos a continuación la homilía que el Papa pronunció durante la celebración eucarística, después de la proclamación del Evangelio:
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Homilía del Papa
“Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer” (Dt 8,2). Recuerda: la Palabra de Dios comienza hoy con esa invitación de Moisés. Un poco más adelante, Moisés insiste: “No te olvides del Señor, tu Dios” (cf. v. 14). La Sagrada Escritura se nos dio para evitar que nos olvidemos de Dios. ¡Qué importante es acordarnos de esto cuando rezamos! Como nos enseña un salmo, que dice: “Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos” (77,12). Incluso las maravillas y los prodigios que ha hecho el Señor en nuestras vidas.

Es fundamental recordar el bien recibido: si no hacemos memoria de él nos convertimos en extraños a nosotros mismos, en “transeúntes” de la existencia. Sin memoria nos desarraigamos del terreno que nos sustenta y nos dejamos llevar como hojas por el viento. En cambio, hacer memoria es anudarse con lazos más fuertes, es sentirse parte de una historia, es respirar con un pueblo. La memoria no es algo privado, sino el camino que nos une a Dios y a los demás. Por eso, en la Biblia el recuerdo del Señor se transmite de generación en generación, hay que contarlo de padres a hijos, como dice un hermoso pasaje: “Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: “¿Qué son esos mandatos […] que os mandó el Señor, nuestro Dios?”, responderás a tu hijo: “Éramos esclavos […] y el Señor hizo signos y prodigios grandes […] ante nuestros ojos” (Dt 6,20-22) , tú darás la memoria a tus hijos..


Con la Eucaristía el Señor también sana nuestra memoria negativa, esa negatividad que muchas veces llena nuestro corazón, el Señor cura esta memoria negativa que siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos “equivocados”. Jesús viene a decirnos que no es así. Él está feliz de tener intimidad con nosotros y cada vez que lo recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a su banquete, los comensales que ansía. Y no sólo porque es generoso, sino porque está realmente enamorado de nosotros: ve y ama lo hermoso y lo bueno que somos. El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad.

Con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza. Ante nuestros ojos siempre estarán nuestras caídas y dificultades, los problemas en casa y en el trabajo, los sueños incumplidos. Pero su peso no nos podrá aplastar porque en lo más profundo está Jesús, que nos alienta con su amor. Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios: portadores de alegría y no de negatividad. Podemos preguntarnos: Y nosotros, que vamos a Misa, ¿qué llevamos al mundo? ¿Nuestra tristeza, nuestra amargura o la alegría del Señor? ¿Recibimos la Comunión y luego seguimos quejándonos, criticando y compadeciéndonos a nosotros mismos? Pero esto no mejora las cosas para nada, mientras que la alegría del Señor cambia la vida.


Queridos hermanos y hermanas: Sigamos celebrando el Memorial que sana nuestra memoria, recordemos, curar la memoria y el corazón. Este memorial es la Misa. Es el tesoro al que hay dar prioridad en la Iglesia y en la vida. Y, al mismo tiempo, redescubramos la adoración, que continúa en nosotros la acción de la Misa. Nos hace bien, nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos.
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