Comentario al Evangelio del domingo, 28 de
octubre de 2018
Fernando Torres cmf
Los que viven en situaciones de pobreza, de opresión e injusticia son
los que saben apreciar de verdad la liberación. En eso se parecen al ciego del
que hoy nos habla el Evangelio. No es un ciego como los demás. Hay una
diferencia clave: es consciente de su ceguera. Por eso es capaz de gritar al
paso de Jesús y pedirle que tenga compasión de él. Quizá podríamos aventurar la
idea de que este ciego no lo era de nacimiento, como algún otro que aparece en
los Evangelios. Sabía lo que era ver las cosas, el mundo, las personas. Cuando
se quedó ciego, se dio cuenta de lo que perdió. Por eso su sufrimiento era
mayor. O simplemente sus familiares le habían hablado de lo que era ver las
cosas y los rostros de las personas, los atardeceres y amaneceres con todos sus
colores. Por eso grita al paso de Jesús. Y cuanto más le dicen que se calle,
más grita. Es su oportunidad. Con su grito, está llamando la atención sobre su
limitación, sobre su pobreza. Pero el grito no es educado. Es molesto. Impide
que los discípulos escuchen la voz de Jesús. Por eso le piden que se calle.
En nuestra sociedad a veces
también resulta de poca educación poner al descubierto nuestras pobrezas,
nuestras limitaciones. Pero los pobres, los oprimidos, los que sufren la
injusticia y el dolor están siempre ahí. Por más que les echemos de nuestro
barrio o miremos a otra parte cuando pasan cerca de nosotros. Pienso ahora en
los jóvenes delincuentes. Viven en medio de la violencia. Hacen ruido, nos
quitan la paz. Pero tengo la impresión de que todas esas cosas que hacen que
tanto nos molestan y que ponen auténtica violencia en nuestros barrios no son
más que una forma de gritar su miseria, su necesidad de cariño. En el fondo no
son más que niños necesitados de una familia que les apoye, que les defienda,
que les haga sentirse seguros.
Jesús devuelve la vista al ciego. Pero el milagro físico de devolverle
la vista nos habla de otro milagro más profundo. Parece que el ciego empieza a
ver no sólo con los ojos sino también con el corazón. Dice el Evangelio al
final que “al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”. Quizá haya
pocos ciegos en el sentido físico entre nosotros. Pero es posible que haya
muchas maneras de ser ciego, muchas clases de ceguera. Y que algunos de
nosotros ni siquiera tengamos el privilegio, como aquel ciego, de darnos cuenta
de que estamos ciegos.
Ése es el milagro que hoy le tenemos que pedir a Jesús con todas las
fuerzas. Que nos cure el corazón, que nos abra los ojos, para creer, para
levantarnos y caminar mano a mano con nuestros hermanos y hermanas,
construyendo fraternidad, construyendo reino, trabajando para que nadie se
quede a la vera del camino, marginado, abandonado, para que los gritos de los
que, cerca de nosotros, nos piden ayuda no nos resulten molestos sino que sean
llamadas a vivir la fraternidad tal y como Jesús quería. Jesús nos dará la
fuerza y la gracia que necesitamos.
Para la reflexión
¿Qué gritos escuchamos en nuestra sociedad? ¿Cómo
gritan los pobres de nuestro tiempo? ¿Qué dicen? ¿Cómo podemos ayudarles a
encontrar el camino? ¿Puede ser Jesús una ayuda en ese camino? ¿Cómo?
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