LINEAS TEOLÓGICAS
FUNDAMENTALES DEL CAMINO NEOCATECUMENAL: Presentación, Introducción al
Neocatecumenado y las características del Camino
INDICE
PRESENTACION
INTRODUCCION
a) El Camino, vida antes que teología
b) El Camino nace con el Concilio
c) Misterio Pascual, centro de unidad teológica
d) Palabra-Liturgia-Comunidad
e) Teología celebrativa
f) Lenguaje simbólico
1. ANTROPOLOGIA
a) El hombre, amado por Dios
b) El hombre esclavo del pecado
c) Tentaciones o idolatrías del hombre
d) Secularización, descristianización y crisis de fe
e) El hombre a imagen del Hijo de Dios
f) Familia y sexualidad
g) Virginidad por el Reino de los cielos
2. CRISTOLOGIA
a) Jesucristo: Dios y hombre
b) Jesús, Siervo de Yahveh e Hijo del Hombre
c) La Cruz gloriosa
d) Cristo muerto y resucitado
e) Cristo Kyrios
3. ECLESIOLOGIA
a) La Iglesia es comunión
b) La Iglesia, comunión de los santos
c) Misión de la Iglesia
d) Imágenes de la Iglesia
e) Iglesia y ministerios
4. IGLESIA Y SACRAMENTOS
a) Los sacramentos hacen la Iglesia
b) Los sacramentos de la iniciación cristiana
1. Bautismo
2. Confirmación
3. Eucaristía
c) El sacramento de la Penitencia
5. MARIOLOGIA: MARIA, MADRE Y FIGURA DE LA IGLESIA
a) María, paradigma del cristiano
b) Maternidad de María y maternidad del cristiano
c) María, figura de la Iglesia
d) María: Virgen, Esposa y Madre
e) María madre nuestra
SIGLAS USADAS
AA Apostolicam actuositatem
AAS Acta Apostolicae Sedis, Roma 1909s.
AG Ad gentes
CD Christus Dominus
CEC Catechismus Ecclesiae Catolicae
DSch H. Denzinger-A. Schonmetzer, Barcelona 1976.
DV Dei Verbum
FC Familiaris consortio
GS Gaudium et spes
MR Misal Romano
LG Lumen gentium
OICA Ordo Initiationis Christianae Adultorum
OT Optatam totius
PG Patrologia greca (Migne)
PL Patrologia latina (Migne)
PO Presbyterorum ordinis
QL Questions Liturgiques, Lovaina
SC Sacrosanctum Concilium
Schr Sources Chrétienne, ParÃs 1941 s.
Sth Santo Tomás, Summa Theologica
UR Unitatis redintegratio
El Camino Neocatecumenal
es una experiencia eclesial de fe, como han testimoniado Obispos y Presbíteros
de todo el mundo, allí donde está presente. Lo que ellos han visto no han sido
"escritos", sino comunidades nacidas por la predicación oral, porque
hoy, -como en el tiempo de Pablo-, la fe viene "ex auditu":
"la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de
Cristo" (Rm 10,17). Por ello, el Camino Neocatecumenal no tiene, en
realidad, "escritos", sino sólo "Orientaciones para los
catequistas", tanto para la fase de conversión como para las otras etapas.
De hecho, el Cristianismo no es una religión del libro, sino el encuentro con
Cristo resucitado. En el Cristianismo siempre aparece en primer lugar la vida
y, sólo después, viene la reflexión y eventualmente su sistematización (Cf. Lc
1,1-4). Moisés desciende del Sinaí con las tablas "escritas por el dedo de
Dios" (Ex 31,18); los apóstoles, en cambio, descienden del Cenáculo con el
fuego del Espíritu Santo, que les envía a predicar y testimoniar el
acontecimiento del que ellos mismo son palabra viviente, carta de Cristo
"escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de
piedra, sino en tablas de carne, en los corazones" (2 Cor 3,3).
Del mismo modo, el
Camino Neocatecumenal, es decir, el itinerario de iniciación cristiana que
siguen las Comunidades Neocatecumenales, no es el resultado de una
planificación teológico-pastoral, sino un don de Dios, que presenta los mismos
rasgos de la predicación apostólica, de aquel "primerísimo modelo
apostólico", al que el Papa invita inspirarse para la nueva
evangelización.[1][1] Aparecen primero
las comunidades, fruto de la iniciativa gratuita de Dios, que potencia la
predicación de Kiko y Carmen (1964) y solamente después, en febrero de 1972, al
multiplicarse el número de los equipos de catequistas que deben dar las
catequesis iniciales del Camino, se ve la necesidad de darles una ayuda
específica.
La forma concreta
de hacerlo, que se consideró más adecuada en aquel momento, fue la siguiente:
reunir a todos los catequistas de la diócesis de Madrid, y Kiko y Carmen, les
dieron "a ellos" una a una cada catequesis, invitándoles a recibirla
"para ellos". Con la experiencia de la catequesis recién oída para
sus vidas, quizá con algún apunte escrito tomado por alguno de ellos, pero
sobre todo con los textos de la Sagrada Escritura que son pieza fundamental de
cada catequesis, los diversos equipos de catequistas se reunían para preparar
la catequesis y luego la daban a su vez en la parroquia correspondiente.
Luego, ante
la evidente imposibilidad de repetir esa experiencia vez por vez en lo
sucesivo, se adoptó entonces la solución que se consideró más adecuada para el
fin que se pretendía: transcribir literalmente las cintas magnetofónicas de
aquellas catequesis dadas -y de una de las convivencias de final de catequesis
que el equipo iniciador del Camino Neocatecumenal había dado el año anterior,
concretamente en Barcelona-, ciclostilar el escrito y entregarlo "tal
cual" a todos los catequistas del Camino Neocatecumenal como
"instrumento orientativo" para la fase de conversión.
De ese modo se
ponía en manos de los catequistas del Camino Neocatecumenal un material
voluntaria y deliberadamente interino, eventual, provisional y precario, pero
que, dentro toda una serie de impresiones, inexactitudes, omisiones,
ambigüedades e incorrecciones, propias del estilo sencillo y vivaz del lenguaje
oral coloquial y circunstancial, encierra una síntesis
kerigmática-catequética-existencial de un valor inestimable, que ha dado
contrastados frutos en tantas parroquias del mundo entero.
Además, se debe
tener en cuenta además que siempre que los catequistas reciben por primera vez
el volumen que nos ocupa, se les recuerda la naturaleza exacta del mismo y la
utilización interina que de él han de hacer, insistiéndoles positivamente en
que no se lo dejen a nadie, ni siquiera a los hermanos de su comunidad Neocatecumenal
que no son catequistas. El motivo no es -como alguno precipitadamente puede
pensar- una especie de actitud secretista u ocultista propia de los grupos
sectarios, sino sencillamente tratar de evitar que el volumen, desvirtuado,
desnaturalizado y malinterpretado al ser sacado fuera de la única utilización
concreta para la que fue concebido, y en manos de quien no conoce su génesis,
naturaleza y finalidad, sea fuente de perplejidades, malentendidos y
crispaciones.
En estas
circunstancias tan complejas y difíciles, suscitar y despertar la fe de los
oyentes mediante la predicación del Evangelio, sólo es posible gracias a un
milagro del Espíritu Santo. Es precisamente lo que Dios está haciendo en el
mundo entero desde hace 30 años mediante la síntesis catequética del Camino Neocatecumenal.
El excelente valor de las catequesis iniciales lo han reconocido algunos
expertos, como por ejemplo el P. G. Groppo, especialista en la historia de la
catequesis antigua, que afirma: "El intento de Kiko de actualizar el
catecumenado es un intento logrado. Su experiencia le ha hecho intuir aquello
de profundamente válido contenía esa institución de la Iglesia de los primeros
siglos y esto le ha permitido encarnarla en una estructura, que, sin copiar a
la letra la antigua, recoge de ella los elementos más importantes y los injerta
en un contexto nuevo: el de la conversión de los bautizados, pero que no han
hecho nunca una opción personal de fe... Ciertamente, las fórmulas usadas, proviniendo
del lenguaje vivo, tomadas así como suenan, pueden a veces dejarnos perplejos;
pero integradas en el conjunto del discurso, son plenamente ortodoxas... Este
modo de proceder quizás a algunos no les agrade, pero, según mi parecer,
representa una de las mejores vías para quien está empeñado en un proceso de
conversión, como son los oyentes de estas catequesis".
Igualmente,
Mons. Ricardo Blázquez, en su "Discernimiento teológico",
dice: "Yo..., que he estado atento
a la dimensión teológica, me he quedado con frecuencia sorprendido por su
profundidad, coherencia y originalidad. Es como una intuición profundísima que
se despliega coherentemente... En su dinamismo, cada realidad cristiana recibe
un toque peculiar y una progresiva integración en el conjunto".[2][2]
La síntesis de las
catequesis iniciales del Camino Neocatecumenal tiene el mérito de haber logrado
presentar en unos pocos "flash" los puntos centrales de la renovación
del Concilio Vaticano II, que luego serán desarrollados progresivamente a lo
largo de todo el camino de conversión. Así, por ejemplo, el misterio pascual
como "axis" de la Palabra de Dios, de las celebraciones
litúrgicas y de la vida moral; la Palabra de Dios (no sólo la Sagrada
Escritura, sino también la experiencia y la tradición viva de la Iglesia, que
la precede y la acompaña) colocada en el centro de la vida de la comunidad
cristiana; la recuperación de las celebraciones sacramentales, de modo
particular de la Eucaristía y de la Penitencia según las riquezas de la reforma
litúrgica del Concilio; el kerigma de la muerte y resurrección de Jesucristo
como alma de toda la vida y misión del cristiano; la visión conciliar de la
Iglesia como sacramento de salvación para el mundo y no como mera tabla
individual de salvación; el amor al enemigo y todas las actitudes del
"Siervo de Yahveh" como lo específico de la moral cristiana y signos
de la fe adulta que llaman a la fe a los hombres, etc.
Es muy
significativo el término con el que familiar y cariñosamente los miembros de
las Comunidades Neocatecumenales designan a las "Orientaciones a los
equipos de catequistas para la fase de conversión" -término con el que
públicamente lo designó desde su aparición el propio equipo iniciador del
Camino Neocatecumenal- es el de la palabra española "mamotreto", hecho
que ciertamente tiene también una significativa importancia, porque con ese
vocablo de la lengua castellana se designa a "un libro, legajo o
cuaderno muy aparatoso, grande, abultado y deforme en que se apuntan las cosas
que se han de tener presentes para ordenarlas después".
Lo mismo hay que
decir del formato externo que también voluntaria y deliberadamente se ha dado
desde sus orígenes a estas "Orientaciones". Siempre se ha evitado de
propósito que tuviesen la forma de un "libro", que es algo en
lenguaje escrito, definitivo y acabado. Estas "Orientaciones" siempre
se han puesto en manos de los catequistas grafiado en ciclostil o fotocopiado,
y encuadernado de forma "casera", para que también la forma externa
indicase su naturaleza de subsidio para la transmisión oral de las catequesis.
Por esto se prefiere darlas sólo a los catequistas, que conocen su génesis,
naturaleza y finalidad. El motivo no es -como alguno precipitadamente ha podido
pensar- una especie de actitud secretista u ocultista, sino sencillamente para
evitar que sean desvirtuadas, desnaturalizadas y malinterpretadas al ser
sacadas fuera de la única utilización concreta para la que fueron concebidas.
Se
comprende, de este modo, que las "Orientaciones" no son la única
fuente de formación de los catequistas ni abarcan toda la riqueza teológica del
Camino. Son simplemente el primer paso, como el motor de la puesta en marcha.
El largo camino de conversión y redescubrimiento de las riquezas del Bautismo,
que constituye la globalidad del Camino Neocatecumenal, desarrolla, explica,
gradúa, profundiza, madura y completa, mediante una abundante sucesión de
catequesis, que acompañan todas las otras etapas del Camino durante muchos
años, el contenido doctrinal de las catequesis iniciales.
Después de por lo
menos cinco años de Camino Neocatecumenal, es cuando los miembros de una
comunidad eligen por votación como catequistas a aquellos hermanos que de entre
ellos están mostrando como don del Señor mayor madurez en la fe. A esa altura
del camino, los catequistas, junto con toda su comunidad, durante dos años han
ido iniciándose en el lenguaje bíblico mediante celebraciones semanales de la
Palabra de Dios, que son preparadas durante horas por grupos de estudio, que
utilizan como base los diferentes temas del Vocabulario de Teología Bíblica
de Xavier León-Dufour. Después del paso denominado "primer
escrutinio" -en que toda la comunidad ante el Obispo han renovado la
primera parte del Bautismo-, prosiguen la iniciación bíblica estudiando y
celebrando durante otros dos años las grandes etapas de la Historia de la
Salvación. Para ello se sirven, además del mencionado Vocabulario y de
los instrumentos de estudio que ofrecen las notas y textos paralelos de la
Biblia de Jerusalén, de los libros fundamentales de introducción al Antiguo y Nuevo
Testamento, que son básicos en los cursos correspondientes de todas las
facultades católicas de teología. Después del "segundo escrutinio"
-en el que ante el Obispo renuevan la segunda parte de su Bautismo- continúa su
formación bíblica, estudiando y celebrando ahora una a una las principales
figuras bíblicas, ayudándose de los instrumentos ya citados y de otros nuevos.
Durante todo ese largo período de años, el amor a la Palabra de Dios, a la
Liturgia y a la Iglesia que poco a poco va germinando en ellos, les lleva a
leer en profundidad los documentos fundamentales del Magisterio Católico, los
principales escritos de los Santos Padres, así como libros básicos de teología,
liturgia e historia de la Iglesia, textos todos que utilizarán ya más adelante de
forma sistemática en el estudio y celebración de los Salmos, del Símbolo
Apostólico, del Padre Nuestro y del Sermón de la Montaña, que se realizan en
las fases sucesivas del camino.
La fuente
central, básica y fundamental de las catequesis, por consiguiente, no hay que
buscarla tanto en dicho volumen, como en la formación intensa y en la
experiencia personal y comunitaria que de la Palabra de Dios, de la Liturgia y
de la comunión fraterna -en definitiva, del tesoro de la fe de la Iglesia
Católica- tienen los catequistas y su comunidad Neocatecumenal, adquirida a lo
largo de años en la enorme serie de preparaciones y celebraciones de la Palabra
y de la Eucaristía, en las convivencias, en los diferentes pasos del Camino
Neocatecumenal vividos en la comunidad en el seno de la Iglesia. Y, cuando
hablamos de "experiencia", ciertamente nunca nos referimos a una
realidad subjetivista o particularista, sino al sentido experiencial eclesial
que, por ejemplo, transparenta San Juan en estas palabras: "Lo que existía
desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo
que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -pues
la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio..." (1
Jn 1,1-2).
Las catequesis del
Camino Neocatecumenal son siempre dadas por un equipo de catequistas, del
que forma parte fundamental un
presbítero. Por su ministerio pastoral y por su específico conocimiento
bíblico, magisterial y teológico, garantiza siempre la ortodoxia doctrinal de
las catequesis.
Después de treinta
años del nacimiento del Camino, en los que esta praxis ha sido confirmada y
bendecida por Dios con tantos frutos, como el Papa Juan Pablo II reconoce en su
Carta a Mons Paul Cordes del 30 de agosto de 1990, por petición de la
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, presentamos las Líneas
teológicas fundamentales del Camino Neocatecumenal.
Son fruto de una
examen preciso de las diversas catequesis orales dadas a lo largo de todo el
Camino, reviviendo las diversas etapas de la iniciación cristiana, en las
convivencias anuales para la formación de los catequistas, en las convivencias
de itinerantes, hecho por testigos, que han experimentado todo esto en primera
persona y, que teniendo además una preparación teológica específica, han podido
captar las líneas fundamentales (Cf. Lc 1,1-4).
Estas son, pues,
una breve síntesis de toda la riqueza teológica que el Señor nos ha concedido
descubrir durante estos años de Camino Neocatecumenal. La presentación global
de la teología del Camino -aunque no sea más que un pálido reflejo de la vida y
de los frutos de santidad que el Espíritu Santo está suscitando en tantos
hermanos- puede ayudar a los Pastores de la Iglesia en su tarea de discernimiento
sobre la ortodoxia y fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Los textos
patrísticos y los del Catecismo de la Iglesia Católica son un
enriquecimiento y una garantía de ellas.
La naturaleza sintética
y sistemática de las Líneas teológicas constituyen también una ayuda
para los catequistas, al ofrecerles la posibilidad de una visión de conjunto de
los contenidos teológicos de las catequesis y de los principales elementos
doctrinales de la fe de la Iglesia, que ellos han recibido y experimentado y
que son llamados a anunciar, pero al mismo tiempo hay que afirmar que no pueden
sustituir a las "Orientaciones", dedicadas "ex profeso" a
la fase inicial y de conversión del Camino.
El lenguaje de los
dos textos es necesariamente diverso, aunque sea complementario. Las
"Orientaciones" tienen un lenguaje más directo y precario, propio de
la catequesis oral. Son como los apuntes de una lección dados por el profesor,
a los que siempre ha precedido la escucha. A las "Orientaciones" les
precede siempre la catequesis y, por medio de ella, la conversión. Los apuntes
de las "Orientaciones" sirven como recuerdo, para refrescar lo
escuchado: breves "flash" que permiten estar preparado para afrontar
la gran dificultad de anunciar hoy el Evangelio.
La Líneas
fundamentales expresan los mismos contenidos con un lenguaje más teológico
y sistemático. A nosotros nos ha consolado grandemente constatar que la
predicación hecha en estos treinta años ha sido confirmada por el Catecismo
de la Iglesia Católica.[3][3]
Alocución al
VI Simposio del Consejo de las Conferencia Episcopales de Europa, L'Osservatore
Romano, 12 de octubre de 1985.
R. Blázquez, Las Comunidades Neocatecumenales. Discernimiento
teológico, Bilbao 1988, p. 15.
Prueba de ello
es el hecho de que la Congregación para la Doctrina de la Fe, que había
recibido la primera redacción de estas Líneas teológicas fundamentales del
Camino Neocatecumenal el 10 de diciembre de 1992 (por tanto, antes de la publicación
del Catecismo), dos años después pidió que se añadiesen al volumen las citas
del CEC que confirman las catequesis.
El lenguaje
catequético necesita unas formas distintas de las teológicas. El mensaje del anuncio
evangélico "hoy más que nunca ha de ser anunciado": "Debemos
anunciarlo porque el mundo es sordo y, entonces, es necesario alzar la voz, y
hay que encontrar la manera de hacer entender, se necesita insistir, convocar a
todos a una escuela nueva. La dificultad se hace provocante, se transforma en
un incentivo para convertirse en maestros de nuestro catecismo, es decir, de la
verdad del Evangelio que hay que anunciar".[1][4]
Confiamos estas Líneas
teológicas a la Virgen de Nazaret, que ha querido e inspirado el Camino Neocatecumenal,
a ella que acogió la Palabra y la conservó "en su corazón" (Cf Lc
2,51).
El Camino Neocatecumenal
tiene una síntesis teológica. Pero su teología no es fruto de un estudio o
planificación sistemática anterior, sino que se desarrollará con la vida y la
experiencia. Como siempre en el cristianismo, la vida se ha anticipado y ha
precedido a la ulterior reflexión y formulación teológica. Es Dios quien toma
la iniciativa y se revela, comunicándose El mismo, sin dar muchas
explicaciones. La teología vendrá después como intento del hombre por aclararse
a sí mismo y comunicar a los demás la experiencia de Dios en su vida y en los
demás que participan de la misma experiencia.
Así es el origen
del Camino Neocatecumenal. Lo primero fue la iniciativa sorprendente y gratuita
de Dios que elige a Kiko y a Carmen,[2][5] por separado, y
luego les hace encontrarse entre los pobres de Palomeras. Esos comienzos en las
chabolas de Palomeras Altas, en la periferia de Madrid, en 1964, fue un
contemplar la acción de Dios entre los pobres, sin escritos ni muchas formulaciones
teológicas. Podemos decir que este Camino es un don que Dios ha hecho a la
Iglesia a través de los pobres. El Espíritu Santo actuó con fuerza en su
pobreza creando la Koinonía, la comunión entre ellos.
El encuentro de
Kiko y Carmen en las barracas de Palomeras Altas fue providencial. Dios les
había preparado con una experiencia de vida y de fe, y también con una
formación teológica para acoger y llevar la renovación del Concilio a las
parroquias, donde les enviaría el Arzobispo de Madrid D. Casimiro Morcillo.
Kiko, nacido en una familia cristiana, al llegar a la universidad pasa por una
etapa de crisis de fe. La filosofía existencialista, que le lleva al ateísmo,
le hace también preguntarse seriamente por el sentido de su vida. En su
angustia, Dios se le muestra como el único que puede dar sentido a su vida,
llevándole a buscar a Dios entre los pobres y a profundizar su fe a través del
contacto con los PP. Dominicos (P. Polanco y P. Marín...) y en la "Escuela
bíblica" de los Cursillos de Cristiandad.
Carmen, por
su parte, que había sentido desde pequeña la vocación misionera, es detenida
por su padre en Madrid, donde se licencia en Ciencias Químicas. Al llegar a la
mayoría de edad se marcha a Javier (Navarra) con las Misioneras de Cristo Jesús
para partir como misionera a la India. De Javier marcha a Valencia, donde D.
Marcelino Olaechea ha abierto una escuela de teología. Carmen estudia teología
para prepararse para las misiones. Más tarde, después de un tiempo en Londres
donde ha ido para conseguir el visado para entrar en la India, inesperadamente
tiene que volver a Barcelona, donde la espera un calvario que acaba con la
salida de Las Misioneras. Esta salida de las Misioneras la hace cambiar de ruta
a través del arzobispo de Valencia, D. Marcelino Olaechea, que la orienta hacia
las misiones en América; en la espera vive con otras cuatro compañeras, que
están en las mismas condiciones, entre los pobres trabajando en un barrio de
Barcelona. Pero providencialmente en aquel año de 1962, cuando ya el Papa Juan
XXIII ha anunciado el Concilio, se encuentra con el P. Farnés -discípulo de los
PP. Botte, Journel y Bouyer-, que la ayuda a asimilar toda la renovación
litúrgica y teológica del Vaticano II, descubriendo el Misterio Pascual,
celebrado en la Eucaristía, como el centro de la vida cristiana. Pero antes de
embarcarse para las misiones decide pasar en Tierra Santa un mes, más Dios,
dándola grandes gracias, la detiene allí del 63 al 64, recorriendo la geografía
donde se desarrolla la historia de la salvación. De vuelta a Madrid encuentra a
las compañeras en Palomeras altas y que ya no quieren partir para las misiones.
A través de estos acontecimientos Dios la hace encontrar a Kiko en las barracas
de Madrid, uniéndolos para la misión a la que los ha preparado.
Tanto Kiko como
Carmen tienen su preparación teológica, cuando Dios les hace encontrarse, pero
la catequesis del Camino no es la aplicación deductiva de los tratados
teológicos al hombre actual, sino que es, más bien, una síntesis creadora entre
las líneas teológicas del Vaticano II y la cultura de nuestro tiempo. En realidad, el Camino no tiene una teología
particular, sino la misma teología de la Iglesia. Se puede decir que, ante la confusión de
tantas ideologías y teologías, el Camino dirige su mirada a las fuentes de la
fe, la Escritura como es recogida y vivida por la Iglesia primitiva, donde la
verdad nace limpia, como fundamento de identidad del cristiano. Volver a los
fundamentos de nuestra fe, dejándola resonar en nuestro interior, ilumina la
vida de los Neocatecúmenos; interiorizándola, haciéndola propia, vivencial, hace
que en la comunidad, y a través de la comunidad, la verdad de la fe siga
hablando y salvando a nuestra generación y pase a la siguiente generación. Es
lo que pretendió también el Vaticano II. Sagrada Escritura, Santos Padres y
Magisterio de la Iglesia son, pues, las fuentes de la Teología del Camino.
Por otra parte, al
tratar de hacer la síntesis de las líneas teológicas del Camino Neocatecumenal,
hay que tener en cuenta que Kiko no es un teólogo de profesión, sino un pintor
de vocación. El no presenta nunca una estructuración sistemática de la
teología, da pinceladas, revestidas de color y armonía existencial. Sólo al
final, con acentuaciones y matizaciones, sale el cuadro completo.
Habiendo
recorrido todo el proceso Neocatecumenal, hoy vemos el cuadro completo de la
teología del Camino, fruto del desarrollo de una intuición original que ha ido
tomando cuerpo y formulándose a la luz de la Sagrada Escritura, la Liturgia,
los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia en el Concilio, Sínodos posteriores
y documentos del Papa. La Tradición viva de la Iglesia ha sido recogida en el
Camino con fidelidad a su contenido, aunque formulada con un toque artístico
original, que responde a la forma pictórica que Dios ha deseado al elegir a
Kiko para llevar a cabo esta obra. De este modo, como dice Ricardo Blázquez en
su discernimiento teológico sobre las Comunidades Neocatecumenales, "en el
Camino aparece una síntesis doctrinal de la totalidad del cristianismo. En el
dinamismo pedagógico de las diversas etapas del Camino, cada realidad cristiana
recibe un enfoque peculiar y una progresiva integración en el conjunto.
Coherencia doctrinal y originalidad en su presentación son dos notas características
de todo el desarrollo teológico del Camino".[3][6]
El Camino Neocatecumenal
es un fruto del Concilio Vaticano II, como ha reconocido el Papa Juan Pablo II:
"Siempre que el Espíritu Santo hace germinar en la Iglesia impulsos de una
mayor fidelidad al Evangelio, florecen nuevos carismas que manifiestan tal
realidad y nuevas instituciones que la ponen en práctica. Así ha sucedido
después del Concilio de Trento y después del Concilio Vaticano II.[4][7] Entre las
realidades suscitadas por el Espíritu en nuestros días figuran las Comunidades
Neocatecumenales". El Concilio está a la base del proceso Neocatecumenal.
La afirmación conciliar de que allí donde se predica el Evangelio y se celebra
la Eucaristía acontece la Iglesia de Dios y que "en estas comunidades,
aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está
presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia, una, santa, católica y
apostólica" (LG, n.26), ha sido la experiencia y el apoyo teológico de las
Comunidades Neocatecumenales.[5][8]
La renovación
litúrgica, bíblica, eclesiológica y misionera -atención de la Iglesia al mundo-
de las cuatro constituciones del Concilio, las ha asumido el Camino,
integrándolas en una síntesis vital y dinámica.
Fin del Camino es
llevar el Concilio a las parroquias, traducir la teología conciliar en vida
renovada de los bautizados. "Tales Comunidades -dice el Papa en la carta
citada- hacen visible en las parroquias el signo de la Iglesia misionera y 'se
esfuerzan por abrir el camino a la evangelización de aquellos que casi han
abandonado la vida cristiana, ofreciéndoles un itinerario de tipo Catecumenal,
que recorre todas aquellas fases que en la Iglesia primitiva recorrían los
catecúmenos antes de recibir el sacramento del Bautismo; les acerca de nuevo a
la Iglesia y a Cristo'.[6][9] Es el anuncio del
Evangelio, el testimonio en pequeñas comunidades y la celebración eucarística
en grupos lo que permite a sus miembros ponerse al servicio de la renovación de
la Iglesia". Esta renovación el CEC la explicita así:
"Desde los tiempos apostólicos, para llegar a
ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que costa de varias etapas.
Comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la
acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el
Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión
eucarística" (CEC 1229). "Esta iniciación ha variado mucho a lo largo
de los siglos. En los primeros siglos de la Iglesia, conoció un gran
desarrollo, con un período de catecumenado, y una serie de ritos
preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino catecumenal y que
desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación
cristiana" (1230). "El catecumenado, o formación de los catecúmenos,
tiene por finalidad permitir a estos últimos, en respuesta a la iniciativa
divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a madurez su conversión y
su fe. Se trata de una 'formación y noviciado debidamente prolongado de la vida
cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto,
hay que iniciar adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación,
en la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben
celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe, la
liturgia y la caridad del pueblo de Dios' (AG 14; OICA 19 y 98)" (1248).
"Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de
celebración de este sacramento, éste se ha convertido en un acto único que
integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana.
Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado
postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción
posterior el bautismo, sino del desarrollo de la gracia bautismal en el
crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis"
(1231).
La nueva
eclesiología que aparece en el Concilio en las Comunidades se hace realidad. La
vida cristiana se hace espejo de la Iglesia: "La liturgia, y sobre todo la
Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y
manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la
Iglesia" (SC, n.2). Una comunidad, que vive bajo el soplo del Espíritu,
hace aparecer el rostro de Cristo glorioso presente en la historia, como
sacramento universal de salvación para los hombres, en camino hacia el Padre
con toda la creación. El Espíritu es y crea la conciencia de la Iglesia, en
cuanto le "recuerda" las palabras de Cristo y le hace transparente su
persona. El Espíritu Santo sigue presente en la Iglesia a lo largo de los
siglos cumpliendo esta misión. Como decía Pablo VI al inaugurar la segunda
sesión del Concilio:
"Nos parece que ha
llegado el momento en que la verdad acerca de la Iglesia de Cristo debe ser más
y mejor estudiada, comprendida y formulada, quizás no a través de esas
afirmaciones solemnes que se llaman definiciones dogmáticas, pero sí mediante
declaraciones por las que la Iglesia manifieste con más claras y ponderadas
enseñanzas lo que piensa de sí misma...Esperamos que el Espíritu de verdad
otorgue una mayor luz en este Concilio ecuménico de la Iglesia docente e
inspire una doctrina más clara sobre la misma Iglesia, de modo que, como Esposa
de Cristo que es, busque su imagen en El mismo y en El mismo trate, movida por
su encendido amor, de descubrir su propia naturaleza, es decir, esa hermosura
que El mismo quiso que resplandeciera en su Iglesia".[7][10]
Pablo VI, audiencia
general del 12 de enero de 1977 (Insegnamenti di Paolo VI, 15, 1977). El texto lleva
como título "Después del bautismo" y el Papa lo dedicó "ex
profeso" a las Comunidades Neocatecumenales presentes (citamos el
texto de la transcripción original de Radio Vaticana).
Francisco Argüello (Kiko) y Carmen Hernández son los iniciadores del
Camino Neocatecumenal.
R. BLAZQUEZ, Las
comunidades Neocatecumenales. Discernimiento teológico, Bilbao 1988, p.15.
Juan Pablo II, carta
"Ogniqualvolta" al venerado hermano Mons. Paul Josef Cordes,
encargado "ad personam" para el apostolado de las Comunidades Neocatecumenales,
vicepresidente del Pontificio Consejo de Laicos, del 30 de agosto de 1990 (AAS
82 (1990) 1513. También en el Catecismo se afirma: "El ministerio de la
catequesis saca energía siempre nuevas de los concilios" (CEC 9). "No
es extraño, por ello, que, en el dinamismo del Concilio Vaticano II, la
catequesis de la Iglesia haya atraído de nuevo la atención" (CEC 10).
Así leemos en el CEC:
"En el lenguaje cristiano, la palabra Iglesia designa no sólo la
asamblea litúrgica, sino también la comunidad local o toda la comunidad
universal de los creyentes. Estas tres significaciones son inseparables de hecho.
La Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de
Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica,
sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y
de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo" (752).
Cf Catecumenato postbattesimale, en Notitiae 95-96 (1974)229s.
El misterio
pascual de Cristo anunciado, celebrado y vivido es el centro de unidad
teológica del Camino. La comunidad nace del anuncio de Cristo muerto por
nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, celebra en la
Eucaristía esta victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado y vive en la
historia manifestando en el amor y la unidad de los hermanos "el paso de
la muerte a la vida" (1Jn 3,14). En la comunidad se hace realidad lo la Optatam
totius dice con relación a la formación teológica de los futuros
presbíteros: "Lo primero que hay que atender en la revisión de los
estudios eclesiásticos es que el conjunto de las disciplinas filosóficas
y teológicas se articulen mejor y a que todas ellas concurran
armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de los alumnos al
misterio de Cristo, que afecta a toda la historia de la humanidad e influye
constantemente en la Iglesia" (n.14).
"El Misterio pascual
de la Cruz y de la Resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva
que los apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al
mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de 'una vez por todas' (Hb
9,26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo" (CEC 571). "La transmisión de la fe cristiana
es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en El" (425).
"En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la
de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y muerto por nosotros
y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros"[1][11] (426). "La resurrección de Jesús es la verdad culminante de
nuestra fe, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad
central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los
documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio
Pascual al mismo tiempo que la Cruz" (638).
Al hombre esclavo del
pecado, muerto por el pecado,[2][12] incapaz de darse
por sí mismo la vida, el cristianismo no le presenta una nueva ley, por
perfecta que sea, para aplastarle y hundirlo más. En el Camino Neocatecumenal
Cristo no se presenta primeramente como un modelo, que el hombre de
pecado no puede imitar, para impulsarle a la desesperación. En las etapas
sucesivas de la iniciación cristiana, a los Neocatecúmenos se les
invitará a seguir "las huellas de Jesucristo" (1P 2,21).[3][13] La fe cristiana
no es tampoco una doctrina sublime, que de nada serviría a un hombre que se
siente ahogar en las aguas de la muerte. El Evangelio de Cristo es evangelio:
buena noticia de salvación. Esta buena noticia es el anuncio de Jesucristo
vencedor de la muerte y el pecado. Esta noticia jubilosa que resuena y corre
veloz es el Evangelio:
"Pasado el sábado,
al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron
a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Angel del
Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó sobre
ella...El Angel se dirigió a las mujeres y les dijo: No temáis, sé que buscáis
a Jesús, el Crucificado, no está aquí. ¡Ha resucitado! Y ahora id de prisa a
decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y os precederá en
Galilea. Mirad os lo he anunciado. Ellas se marcharon a toda prisa del
sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los
discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos...No
temáis. Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán"
(Mt 28,1-10).
Este anuncio
devuelve al hombre a la vida y a la libertad. La pascua de Cristo de la muerte
a la resurrección arrastra con El al hombre de la muerte a la vida, de las
tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, del cansancio al reposo, de
la tristeza a la fiesta de la alegría.
A la luz del
Misterio Pascual aparece en el Camino la verdadera imagen del hombre, la
antropología cristiana. El hombre creado a imagen de Dios, muerto por el
pecado, es redimido por Cristo, muerto y resucitado, y santificado por el
Espíritu Santo, que le testimonia que Dios es nuestro Padre, llamándonos a la
misma vida de hijos suyos. Como dice la Gaudium et spes:
"En realidad, el
misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.
Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir,
Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que
todas las verdades encuentren en Cristo su fuente y su corona.
El, que es imagen del
Dios invisible (Col 1,15; 2Cor 4,4), es también el hombre perfecto, que ha
devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer
pecado. En El, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada
también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se
ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con amor de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, semejante en
todo a nosotros, excepto en el pecado (Hb 4,15).
Cordero inocente, con la
entrega libérrima de su sangre, nos mereció la vida. En El Dios nos reconcilió
(2Cor 5,18-19; Col 1,20-22) consigo y con nosotros y nos libró de la esclavitud
del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el
Apóstol: 'El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí' (Ga 2,20).
Padeciendo por nosotros, no sólo nos dejó un ejemplo para que sigamos sus
huellas (1p 2,21; Mt 16,24; Lc 14,27), sino que nos abrió el camino, con cuyo
seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren un nuevo sentido.
El hombre
cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el primogénito entre
muchos hermanos (Rm 8,29; Col 3,10-14), recibe las primicias del Espíritu (Rm
8,23), las cuales le capacitan para cumplir (Rm 8,1-11) la ley nueva del amor.
Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Ef 1,14), se restaura
internamente todo el hombre, hasta que llegue la redención del cuerpo (Rm
8,23). Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita
en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también
vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en
vosotros (Rm 8,11; 2Cor 4,14). Urge al cristiano la necesidad y el deber de
luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso padecer la
muerte. Pero asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo,
llegará corroborado por la esperanza a la resurrección (Flp 3,10; Rm 8,17).
Este es el gran misterio
del hombre que la revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en
Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio
nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó, con su muerte destruyó la
muerte y nos dio la vida para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu:
¡Abba, Padre! (Rm 8,15; Ga 4,6)" (n.22).
De este centro
unitario del misterio pascual reciben su luz la Antropología, Cristología,
Eclesiología, Mariología, Pneumatología, Vida Trinitaria y Escatología, por
citar sólo los puntos centrales que recogemos en esta presentación de la líneas
teológicas fundamentales del Camino.
En su formación,
desarrollo y meta, el Camino se basa en el trípode:
Palabra-Liturgia-Comunidad. Es la Palabra anunciada, acogida y celebrada la que
convoca, alimenta y sostiene a la Comunidad. Es la Liturgia la que hace viva y
eficaz la Palabra, llevando a los hermanos de la división a la Comunión,
haciendo de los hermanos un Cuerpo, que tiene a Cristo como cabeza. Es la
Comunidad la que anuncia y celebra agradecida la Palabra cumplida en ella. En
todas sus etapas está presente este Trípode. También en la teología está
presente el Trípode: se trata de una teología, no especulativa, sino narrativa,
histórica, donde la Palabra se hace historia de salvación; se trata de una
teología celebrativa, expresada en un lenguaje simbólico más que conceptual; y
es una teología eclesial, fruto de la comunión en el Espíritu más que de la
enseñanza o el estudio.
"Quienes con la
ayuda de Dios han acogido la llamada de Cristo y han respondido libremente a
ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por
todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los apóstoles
ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son
llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe,
viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y la
oración" (CEC 3).
El kerigma, que
convoca, suscita la respuesta del Amen en la liturgia y en la vida, en la
Eucaristía y en el amor fraterno, que hace de la Comunidad sacramento de
Jesucristo, que llama a los alejados a la fe. Los signos del amor y la unidad
manifiestan a Jesucristo como Salvador del mundo
El cristianismo es
un acontecimiento y no un conjunto de ideas o exigencias morales. A Dios se le
encuentra en la historia y en la existencia concreta e histórica de Jesús. El
hombre para creer en Jesús, Hijo de Dios encarnado, debe pasar no tanto por la
coherencia racional cuanto por la locura de la cruz, por la aceptación
de una predicación, por la audición de la fe transmitida, por la debilidad de
los signos, que impulsan al hombre, pero no le fuerzan. Pero esa debilidad de
Dios, esa necedad, esa obediencia de la fe, son fuerza de Dios y poder
salvador. La comunicación de Dios se ofrece al hombre personalmente y no
mediante razonamientos, principios o ideas. La fe más que razonarla se la
testimonia. Lo sorprendente de los caminos de Dios en Jesucristo no puede ser
invento humano ya que rompe todos los esquemas y contrasta, superándolas, con
todas las expectativas humanas. "¡Dichoso el que no se escandaliza de
mí!", proclamó el mismo Jesús.
Esto mismo ya
aparece en el Antiguo Testamento. Dios se revela actuando y actúa hablando.
Palabra -Dabar Yahveh- es acción y palabra, es acontecimiento y no
manifestación de verdades abstractas. Dios más que hablarnos de sí, se nos ha
dado a conocer actuando y comunicándose en su palabra y acciones. De aquí -como
se subraya en el Camino- que la Palabra de Dios anteceda, acompañe y supere a
la Escritura. La Palabra se conserva viva en la Iglesia, que, al proclamarla,
reviste el esqueleto de la Escritura de carne y la da viva. Es el cuerpo
eclesial de Cristo el que hace que la Escritura sea Palabra de Dios viva y
eficaz. No es la Escritura sola sino la Escritura y la Tradición son las que,
unidas, mantienen la Revelación de Dios. Por ello, en la celebración, en la
asamblea, al ser proclamada la Escritura, es Dios mismo quien habla: "Pues
cuando se proclama en la Iglesia la Sagrada Escritura es El (Cristo) quien
habla" (SC, n.7). "En la Liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo
sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde con el canto y la
oración" (Ibidem, n.33).[4][14]
"El Antiguo
Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede
prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y conservan un valor
permanente, porque la Antigua Alianza no ha sido revocada" (121). "En
efecto, el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de
Cristo" (122). "Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como
verdadera Palabra de Dios" (123). "La Palabra de Dios, que es fuerza
de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de
modo privilegiado en el Nuevo Testamento" (124). "Los cristianos, por
tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado... Por
otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo...
El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se
hace manifiesto en el Nuevo" (129).
"Sin embargo, la fe
cristiana no es una 'religión del Libro'. El cristianismo es la religión de la
'Palabra' de Dios, 'no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y
vivo' (S. Bernardo). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es
preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos
abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (Cf. Lc 24,45)" (108).
Ya a principios de siglo,
Dom Grea describía la liturgia como el "coloquio ininterrumpido del esposo
y la esposa":
"En la alabanza, la
esposa, es decir, la Iglesia, habla de su amado y se complace en decir todas
sus bellezas; en la lectura, el amado le habla a su vez y la regocija con el
sonido de su voz; finalmente, en la oración, la esposa que ha hablado al
esposo, que ha reconocido su presencia y oído su voz, le habla también a su vez
y le confía sus deseos, sus dolores y alegrías, sus necesidades y acciones de
gracias".[5][15]
Por esto, la
Congregación para la educación católica dice, dirigiéndose a la formación de
los futuros presbíteros, pero válido para todos los cristianos:
"En orden a la recta
formación litúrgica de los futuros sacerdotes, tiene una especial importancia
la estrecha relación existente entre la liturgia y la doctrina de la fe; esta
relación debe ser puesta de relieve en la enseñanza. La Iglesia, en efecto,
expresa la propia fe principalmente orando, hasta el punto de que la 'ley de la
oración estableció la ley de la fe'. Por tanto, no sólo debe ser observada la lex
orandi para no poner en peligro la lex credendi, sino que los
estudiosos de la teología, a su vez, deben investigar cuidadosamente la
tradición del culto divino".[6][16]
El trípode de
Palabra, Liturgia y Comunidad aparece ya en las catequesis iniciales, es decir,
en la formación misma de la comunidad como fruto de la Palabra anunciada y
celebrada en la Liturgia Penitencial, en la Liturgia de la Palabra y en la
celebración de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Comunidad. Y, en
una continuidad pedagógica, la comunidad se irá afianzando mediante la Palabra
escuchada en la celebración semanal y sellada en la Eucaristía dominical y en
las celebraciones periódicas de la Penitencia, según el ritmo del Año
Litúrgico.
La gradualidad de
las etapas es de suma importancia en la iniciación cristiana de los
neocatecúmenos. En un proceso progresivo y pedagógico, el neocatecúmeno va
recibiendo y siendo gestado a la fe por la Palabra de Dios y por los Sacramentos,
que la acompañan. En una primera etapa la Comunidad se acerca a la Escritura en
una forma muy simple destinada a poner a los hermanos en contacto con la Biblia
como Palabra de salvación, aprendiendo el lenguaje de Dios, lenguaje
histórico-salvífico. La Escritura que se hace Palabra de Dios en la
celebración. De esta manera el mensaje de salvación del Evangelio es visto ya
incoado en el Antiguo Testamento y cumplido en Jesucristo, a cuya luz se
proclama y escucha siempre la Escritura:
"Por la evangelización la Iglesia es
construida y plasmada como comunidad de fe; más precisamente, como
comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada
en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia
moral cristiana. En efecto, la buena nueva tiende a suscitar en el
corazón y en la vida del hombre la conversión y la adhesión personal a
Jesucristo Salvador y Señor; dispone al Bautismo y a la Eucaristía y se consolida
en el propósito y en la realización de la nueva vida según el Espíritu".[7][17]
La Palabra es
siempre preparada por unos hermanos de la Comunidad, que se sirven del
Vocabulario de Teología bíblica de León Dufour y de las notas e introducciones
de la Biblia y de la exégesis de los mejores escrituristas de la Iglesia. El
presbítero, que preside la celebración, garantiza la comunión eclesial en la
interpretación de la Escritura.
En las sucesivas
etapas se recorre de nuevo toda la Escritura, viendo la historia de la
salvación en sus momentos fundamentales o profundizando en aspectos
particulares, como las figuras o personajes bíblicos, los salmos, las
bienaventuranzas... Se puede decir que en el neocatecumenado la Escritura es
el alma de la vida y de la formación de los miembros de la Comunidad. Y con la
Escritura, los neocatecúmenos se abren a la Tradición de la Iglesia. Al
respecto es significativa la etapa de la traditio y de la redditio
symboli, en la que "cada artículo del Credo es estudiado, personalizado
y celebrado comunitariamente. La respuesta al kerigma no se agota en la acogida
del Señor como Salvador; se requiere, además, que los contenidos de la fe se
expliciten y se reciban".[8][18] La fe como
actitud creyente, que lleva al neocatecúmeno a apoyar confiadamente su vida en
Dios, es al mismo tiempo fe objetiva, creencia, y asentimiento a los contenidos
de la fe confesados en el Credo.[9][19]
Quizás convenga
subrayar algo obvio para poder entender mejor la teología de las Comunidades.
El Camino Neocatecumenal es gradual, de otro modo no sería camino ni
catecumenal. Se acomoda al ritmo de conversión y de fe de las personas. Esta
gradualidad no significa graduar o rebajar el Evangelio, sino iniciar
progresivamente en las riquezas del mismo.[10][20] Esta gradualidad
pedagógica es pastoralmente necesaria si se tiene en cuenta que el Camino se
inicia con personas que llegan a él desde la increencia, desde el abandono de
la Iglesia, desde el espíritu anticristiano del mundo actual secularizado.[11][21] Así de etapa en
etapa, paso a paso, el Neocatecúmeno va madurando en su fe y en la conversión
de su vida hasta llegar a la estatura adulta, "a la madurez de la plenitud
de Cristo" (Ef 4,13).[12][22]
Juan Pablo II, Catechesi tradendae, 5.
Cf Rm 5,12. El Concilio de Trento (DSch 1512), citado por CEC 403,
habla de la "muerte del alma": "Siguiendo a San Pablo, la
Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y
su inclinación al mal y a la muerte son incomprensibles sin su conexión con el
pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos
nacemos afectados y que es 'muerte del alma'".
Como existe una "pedagogía divina" en la revelación de sí
mismo (Cf, por ejemplo, CEC 53,122,684,708,1950,2339...), un camino de
"avances y progresos" (S. Gregorio Nacianceno, Or. theol. 5,26; CEC
684), así también se hay una pedagogía en la Iglesia en la Iniciación
cristiana, que introduce gradualmente al catecúmeno en la plenitud de la vida
de gracia.
Cf también la Institutio Generalis Missalis Romani, 9 y el Ordo
Lectionum Missae, 3,12.
A. GREA, La saint liturgie, París 1909, p.2.;Cf. SC, n.84).
Inst.. de la S. Congregación de
la Educación Católica, In ecclesiasticam futurorum, 44, sobre la formación
litúrgica en los Seminarios del 3-6-79.
Juan Pablo II, Christifideles,
33.
La fe como actitud creyente ("fides qua"), que lleva al
Neocatecúmeno a apoyar confiadamente su vida en Dios, es al mismo tiempo fe
objetiva ("fides que), creencia y asentimiento a los contenidos de la fe
confesados en el Credo.
Cf. Catechesi tradendae, n. 31. Esto mismo hizo ya San Agustín en su
época "con su famosa obra De catechizandis rudibus" (Cf.
Catechesi tradendae, n. 59).
Esto explica algunas expresiones de las Catequesis iniciales, que
fuera de este contexto pudieran parecer chocantes, pero que responden a lo que
el Papa Pablo VI decía precisamente a las Comunidades Neocatecumenales en la
audiencia del 12-1-1977: "El mundo está sordo y es necesario elevar la
voz, es necesario encontrar la manera de hacerse entender, es necesario
insistir, es necesario convocar a todos a una nueva escuela".
El Papa Pablo VI, en la audiencia a las Comunidades el 12-1-1977, les
habló elogiosamente del "método de evangelización gradual e intensivo",
y El Papa Juan Pablo II se lo ha repetido en otras muchas ocasiones: "os
dedicáis a una tarea a la que la Iglesia atribuye una gran importancia: la
edificación en la fe de la comunidad eclesial a través de una catequesis
sistemática, sólida, progresiva" (16-10-1980).
Para lograr esta
madurez en la fe, la predicación del Camino se da en tres niveles: Kerigma,
que funda la fe o la hace resonar, transmitiendo una vida; catequesis,
que edifica el hombre nuevo sobre el fundamento del kerigma,
"profundizando, consolidando, alimentando la fe";[1][23] homilía,
que es la parénesis que invita a ser fieles a la predicación recibida.
La comunidad se
reúne primordialmente, no para estudiar ni para reflexionar en común, sino para
celebrar la Palabra de Dios, la Eucaristía y la Comunión eclesial, fruto de la
Palabra y los Sacramentos.
El Camino no ha
partido de unas ideas preconcebidas. Ni en la catequesis ni en la celebración
se usa un lenguaje abstracto. La predicación kerigmática ofrece gratuitamente
el Evangelio de Dios y no razonamientos sobre su existencia. Este anuncio
acogido es salvador y provoca la gratitud, que se expresa en la celebración de
la "Acción de gracias" y en una vida moral responsorial, como culto a
Dios en la historia "en espíritu y verdad". En el acto de fe, el
creyente no se adhiere a una fórmula conceptual, sino que se adhiere con toda
su persona a la realidad misma de lo creído. Así la fe se hace, en vez de
doctrina, confessio fidei. Aunque suponga la aceptación de las verdades
creídas, ser creyente es mucho más que eso; significa aceptar una forma de
vida, o mejor, entrar en una nueva forma de ser. Por eso, la fe supone la
conversión, un nuevo nacimiento, una recreación o regeneración. No se cree sólo
con la mente o el corazón, se cree con todo el ser, con toda la persona.
El cristiano,
engendrado en la Pascua de Cristo, celebra su fe en la liturgia y en la vida,
sin divorcio entre ellas, porque la Pascua es la fiesta de la Vida.
"Cristo resucitado convierte la vida en una fiesta perenne".[2][24] El mismo Jesús,
en el Evangelio, compara constantemente el reino de Dios, predicado y vivido
por El, con la "alegría de las bodas". Como "primogénito de los
muertos" y "conductor de la vida" contra los poderes de la
muerte, El es "el que guía las danzas nupciales" y la comunidad es
"la esposa que danza con El", como decía S. Hipólito. El es "el
Señor de la gloria" (1Cor 2,8). La gracia, experimentada en el perdón, se
manifiesta en las Comunidades en la fiesta, en el banquete, en el canto, en las
salas tapizadas y llenas de luces y flores,
en las danzas, en la alegría de la celebración y de la vida (Cf. Lc
15,11ss).
En las Comunidades
se expresa la propia fe principalmente orando y celebrando, según el axioma
"lex orandi, lex credendi".[3][25] La liturgia es la
"didascalia de la Iglesia", es decir, "el órgano más importante
del magisterio ordinario de la Iglesia", como dijo ya Pío XI.[4][26] O en la repetida
frase del teólogo ruso Cipriano Kern: "El coro de la Iglesia es la cátedra
de la teología".[5][27] Que es lo que
leemos también en la Sacrosanctum Concilium:
"Aunque la sagrada
liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una
gran instrucción para el pueblo fiel...Los mismos signos visibles han sido
escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar realidades divinas
invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee 'lo que ha sido escrito para
nuestra enseñanza' (Rm 15,4), sino también cuando la Iglesia ora, canta o
actúa, la fe de los participantes se alimenta y sus mentes se elevan a Dios a
fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor
abundancia" (n.33).
El hombre
secularizado de nuestra época no busca ya en la religión la solución a
problemas que le resuelve la ciencia y la técnica. Pero este cienticismo y
tecnicismo no dan tampoco un sentido a sus problemas existenciales. Entrar en
el proceso de producción y consumo, -"vivir para trabajar y trabajar para
vivir"-, le hace sentir el sin-sentido de la vida. Sólo la experiencia
viva de la gratuidad de la liturgia le hace sentir que la vida vale la pena. Da
una respuesta a sus interrogantes.
"Catequizar es
descubrir en la persona de Cristo el designio eterno de Dios... Se trata de
procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo,
los signos realizados por El mismo' (CT 5). El fin de la catequesis: conducir a
la comunión con Jesucristo: sólo El puede conducirnos al amor del Padre en el
Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad" (CEC
426).
"Es el Misterio de
Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los
fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo. En efecto, la
liturgia, por medio de la cual 'se ejerce la obra de nuestra redención', sobre
todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los
fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y
la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia' (SC 2)" (1068).[6][28]
La teología
bautismal, -inspirada en los descubrimientos arqueológicos de los baptisterios
de las iglesias primitivas de Nazaret-, se presenta en el Camino por un
descendimiento del catecúmeno de siete peldaños hasta quedar sumergido en la
piscina bautismal. En el Bautismo el cadáver del hombre viejo queda sepultado
dentro del agua, que significa la muerte. De la misma forma que Jesús ha
entrado en la muerte y ha sido sacado de ella por Dios como hombre nuevo
resucitado, así el hombre, entrando y saliendo del agua muere y resucita,
realizándose en él la muerte y resurrección de Jesucristo. El que sale del agua
es un hombre nuevo, "nacido del agua y del Espíritu" (Jn 3,5; Cf. Rm
6,1ss). El catecumenado es ese descendimiento hasta las aguas del Bautismo, es
decir, es el camino de conversión, de desnudamiento del hombre viejo, hombre de
pecado, para dejarle sepultado en las aguas y renacer de nuevo con Cristo.
"La catequesis
litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo (es 'mistagogia'),
procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los
'sacramentos' a los 'misterios'" (1075).
La renovación
litúrgica, impulsada por el Vaticano II y que el Camino Neocatecumenal está
llevando a las parroquias, ha dado una gran importancia al lenguaje de los
signos y gestos litúrgicos, un lenguaje al que es tan sensible el hombre
actual, cuando son realizados con dignidad y arte, con fe y unción auténtica.
El hombre actual siente el vacío interior, que ha creado en él la civilización
científico-técnica, con su positivismo y pragmatismo materialista, por ello es
sensible al lenguaje simbólico, cuando una catequesis adecuada le introduce
existencialmente en la participación litúrgica de la Iglesia. No le cansan las
celebraciones largas, sino las celebraciones sin vida.
El lenguaje
simbólico tiene un valor primordial en el Camino, como lo tiene en Vaticano II,
que más que darnos una definición de la Iglesia, la describió mediante la
integración de múltiples imágenes tomadas de la vida pastoril, agrícola,
familiar o de la construcción.[7][29] El símbolo
orienta más que analiza; inspira más que explica. Habla a todo el hombre,
incidiendo directamente en la vida de fe. Algo necesario para el hombre de hoy,
como para el de todos los tiempos.
Incluso en nuestro
mundo técnico, eficientista y desacralizado, el hombre en los momentos
fundamentales de su existencia no puede por menos de recurrir a los símbolos,
es decir, dar un significado no material a las cosas. Nacimiento y muerte, la
comida y la misma relación sexual son algo más que pura biología, se cargan de
significado interno. El comer, por ejemplo, no es en el hombre un simple
engullir alimentos; el comer se hace banquete, celebración, comunión con los
demás. El hombre, espíritu encarnado en el mundo, hace de las cosas símbolos,
cuyo significado transciende su valor material inmediato. En esta realidad de
la existencia humana entra Jesucristo en su encarnación. Dios se comunica al
hombre entero, en su ser corpóreo y espiritual, sin dualismo alguno. Hechos,
palabras y cosas, sacramentos, son signos visibles que manifiestan y realizan
en la Iglesia lo que significan.
Los símbolos en la
liturgia constituyen un lenguaje que prolonga e intensifica la palabra; su
poder evocador ilumina la palabra y saca a la luz los sentimientos interiores
del hombre. La alianza de Dios con su
pueblo santo se sella con gestos y ritos y no solamente mediante palabras. Más
aún, palabra y acción -dabar- están íntimamente vinculadas.
"Toda
celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en
Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a
través de acciones y palabras. Ciertamente, las acciones simbólicas son ya un
lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la respuesta de fe acompañen
y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla del Reino dé su fruto en
la tierra buena. Las acciones litúrgicas
significan lo que expresa la palabra de Dios: a la vez la iniciativa gratuita
de Dios y la respuesta de fe de su pueblo" (1153). "La palabra y la acción litúrgica,
indisociables en cuanto signos y enseñanza, lo son también en cuanto que
realizan lo que significan" (1155).
Los siete
sacramentos de la Iglesia, signos sacramentales de la Iglesia, realizan lo que
significan. Pero no son sólo los sacramentos, sino toda la Liturgia es acción,
que une palabra y cosas, materia y forma, cargando las cosas de significado:
piedra como memorial del encuentro divino (Gn 28,18), óleo derramado como
unción de reyes o sacerdotes, incienso como símbolo de la nube de la presencia
de Dios, que baja hasta el hombre, o de la oración del hombre que sube a la
presencia de Dios, ceniza como signo de duelo penitencial, "sal de la
alianza de Dios" (Lv 2,13; Nm 18,19). En el Nuevo Testamento se recogen
los símbolos del Antiguo, cargándolos de nuevo significado: pan, vino, agua,
aceite, perfume...La Iglesia sigue haciendo lo mismo: fuego nuevo, luz, mezcla
de leche y miel, flores, el soplo del hálito, imposición de manos...
Los símbolos
litúrgicos son primeramente símbolos cósmicos, pero al penetrar en la liturgia
reciben una significación nueva al convertirse en símbolos históricos, lo mismo
que sucede con las fiestas. Ya Israel había injertado en el significado cósmico
una referencia a la historia de la salvación. La Iglesia, en la misma línea,
las enriquecerá de un significado nuevo, refiriéndolas a Cristo. También el
Catecismo ha valorado el lenguaje simbólico:
"Una celebración
sacramental está tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de
la salvación, su significación tiene su raíz en la creación y en la cultura humana, se perfila
en los acontecimientos de la Antigua alianza y se revela en plenitud en la
persona y la obra de Cristo" (1145).
"El hombre, ser a la vez
corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través
de signos y símbolos materiales. Como
ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse con los
demás, mediante gestos y acciones. Lo
mismo sucede en su relación con Dios" (1146). "Dios habla al hombre a
través de la creación visible... La luz y la noche, el viento y el fuego, el
agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios" (1147). "Lo
mismo sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar
y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia
santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador. La Liturgia de
la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la
cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación
nueva en Jesucristo" (1148).[8][30]
La significación y
transparencia de los símbolos se oscurece cuando se minimiza el signo mismo:
ablución reducida a unas gotas de agua; unción que se limita al simple contacto
de un dedo humedecido; incensación cuya humareda es casi invisible y cuyo perfume
es imperceptible...Sin signo se pierde el simbolismo y el significado. De aquí
que en el Camino Neocatecumenal, con celo misionero, se valoricen tanto los
signos, en fidelidad a los deseos del Concilio: "En la liturgia, los
signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación
del hombre" (SC 7). "Los mismos signos visibles que usa la liturgia
han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar realidades
divinas invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee lo que ha sido escrito
para nuestra enseñanza, sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la
fe de los asistentes se alimenta y sus almas se elevan hacia Dios a fin de
tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia"
(Ibíd, n.33):
"Los sacramentos
están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo
de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos,
también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que, a la
vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas;
por esto se llaman sacramentos de la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero
también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir
fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la
caridad" (SC 59)
"La santa madre
Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados creados
según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan
efectos, sobre todo, de carácter espiritual. Por ellos los hombres se disponen
a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas
circunstancias de la vida" (Ibíd. 60).
Pero el símbolo no
llega a su plenitud hasta que el hombre lo incorpora a sí en el gesto
litúrgico, entrando en contacto corporal con él. Entonces el símbolo, bajo
la acción del Espíritu Santo, actúa sobre el creyente, realizando lo que
significa. De este modo, el símbolo del agua se convierte en baño lustral o
inmersión regeneradora; el aceite en unción; el pan en comida; la luz en
iluminación.. La liturgia no es dualista. Lejos de ser una oración mental, se
expresa con los labios, se traduce en actitudes corporales, en gestos. Y es que
la Revelación no divorcia el cuerpo y el alma, sino que ve al hombre en su unidad,
como espíritu encarnado en el mundo. Así lo ha creado Dios y así lo salva.
"En el hombre -escribe dom Capelle- lo espiritual y lo corporal no están
yuxtapuestos sino unidos y dicha unión no es una composición de dos cosas
distintas, sino la correlación interna de dos elementos de un solo y mismo ser;
esa unión es propiamente una unidad substancial; por eso, un culto puramente
espiritual no sólo no sería humano, sino que es imposible".[9][31]
La liturgia no se
celebra en la interioridad, sino en el ámbito de lo sensible; primero, porque
es comunitaria y con los demás nos comunicamos por los sentidos; y segundo,
porque es preciso incorporar la dimensión corporal cuando el hombre quiere
hacer algo auténticamente humano, dada su unidad de espíritu y cuerpo. La
celebración litúrgica, por ello, despierta y plenifica todos los sentidos del
hombre y, a través de su corporeidad, toda la persona unitaria. Como dice O.
Clement:
"Por la liturgia, la
palabra se inserta en un arte total, en una experiencia de santa belleza, que
pacifica y transfigura nuestros sentidos, nuestras facultades. Todos los
aspectos de la celebración, el perfume, el incienso, las luces vivas, los
iconos, los cantos, son símbolos del cielo y de la tierra unidos y renovados en
el cuerpo de Cristo bajo las llamas del Espíritu, mientras los iconos nos ponen
en comunión con presencias personales devenidas transparentes al amor y a la
belleza".[10][32]
El hecho de haber
elegido Dios a un artista como inspirador del Camino Neocatecumenal ha llevado
a dar a la liturgia y a la teología una presentación llena de belleza y
armonía, donde símbolos y gestos llegan al hombre y le hacen participar
plenamente del misterio divino manifestado en Cristo Jesús. Con San Juan,
podemos decir: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo
que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y tocaron nuestras
manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos
para que estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el
Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,1-4).
Un capítulo aparte
y largo habría que dedicar a la iconografía del Camino que, en su lenguaje,
abarca expresivamente toda la teología cristiana, ayudando a comprenderla y a
entrar vitalmente en ella.[11][33]
Cf. Evangelii nuntiandi, n.54; Catechesi tradendae, n.44.
S. Atanasio, Cartas pascuales 5,1..
Audiencia concedida a Dom B. Capelle, abad del monasterio de Mont
Cesar, quien la publica en La
Saint-Siège et le moviment liturgique, Lovaina 1936, p.22.
C. KERN, citado por I.H. DALMAIS, en A.G. MARTIMORT, La Iglesia en
oración, Barcelona 1988, p.251.
Cf también CEC 88,89,1074,1124,2652.
Cf además CEC 1150-1152;1101,1127.
B. CAPELLE, Travaux liturgiques de
doctrine d'histoire I, Lovaina 1955, p.40.