Retratos BÍblicos: JudÁ (final)
By Julia Blum
- mayo 30, 2018
JUDÁ Y SUS HERMANOS
La última vez dejamos nuestra
historia justo después de haber encontrado la copa en el saco de
Benjamín. Supongo que comprenderán que esta ya era la última prueba.
Teóricamente, los diez hermanos podían haberse ido a casa —estaban
completamente libres de hacerlo, el mayordomo lo dejó claro—: “aquel
en quien se hallare será mi siervo, y vosotros seréis sin culpa”.[1] Más aún, ellos tenían una
buena excusa —sus familias estaban hambrientas y verdaderamente debían
llevarles alimentos—. Entonces todos podrían haber dejado a Benjamín y
haber marchado a casa; puedo imaginar a José sentado en su palacio,
casi mordiéndose las uñas, esperando a ver quién regresaría: Benjamín
solo, o bien todos los hermanos. Se sintió muy aliviado de verlos a
todos regresar: de hecho, el que todos regresaran juntos era una buena
señal —los hermanos habían superado otra prueba—.
Y, como lo mencioné la última
vez, a partir de ahora esta historia se convierte en la historia de
Judá y sus hermanos. Leemos en Génesis 44:14:
Vino Judá con sus
hermanos a casa de José, que aún estaba allí, y se postraron
delante de él en tierra.
¿Saben dónde se encuentra en la
Biblia esta misma expresión: “Judá y sus hermanos”? Cuando abrimos el
Nuevo Testamento, leemos en Mateo: “Abraham engendró a Isaac,
Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos”. Judá y
sus hermanos —así es como las Escrituras ven la historia—. ¿Por qué?
Para poder responder esta pregunta, necesitamos recordar la historia de
Judá y Tamar y el arrepentimiento y confesión de Judá allí. En el
capítulo 38, la narrativa de Judá/Tamar, vino a ser parte de la
historia de José, precisamente por eso: las Escrituras se aseguran que
sepamos que el Judá que conocemos, quien más tarde va a Egipto y habla
con José, no es el mismo Judá que vemos en el capítulo 37, en la
historia de la venta de José. Este Judá, quien ha experimentado la
terrible tragedia de perder a dos de sus hijos, tiene un corazón
arrepentido y humilde y ha pasado por un profundo arrepentimiento y
transformación.
DIOS HABÍA ENCONTRADO
¿Qué sucede cuando Judá y sus
hermanos regresan y se presentan delante de José, después del presunto
“crimen” de Benjamín con la copa robada? Parece ser que su inocencia en
esta acusación, que hasta no hace mucho habían defendido con tanta
furia, se desmorona ante una ola de arrepentimiento que cae sobre sus
almas. Al final vemos ese arrepentimiento en las palabras de Judá, ya
que él es quien habla:
“Entonces dijo Judá: ¿Qué
diremos a mi señor? ¿Qué hablaremos, o con qué nos justificaremos?”[2]
¿Qué podemos decir? ¿De qué
podemos hablar? Y ¿cómo podemos justificarnos? En estos momentos
él ciertamente había llegado a comprender que lo que les estaba
sucediendo era algo entre ellos y Dios —los hermanos no tenían razón ni
manera de justificarse ellos mismos—. El Espíritu de Dios estaba
trabajando detrás de toda esta escena —tocando sus corazones y Él mismo
guiando el diálogo entre ellos—. Si bien ellos no eran culpables de este
crimen en particular, bajo el liderazgo de Judá, aceptaron la culpa y
el castigo de Aquél, ante quien habían pecado tan terriblemente tiempo
atrás—. Judá sigue: “Dios ha hallado la maldad de tus siervos”.[3] En hebreo no es “encontró”, sino más
bien “descubrió” —מצא—como si todos estos años hubieran estado
verdaderamente jugando al juego del escondite —haber escondido su
crimen de Dios, y finalmente después de este juego de frío-y-caliente,
Dios los ha encontrado—. Él los había condenado por su
pecado y lo había marcado en ellos. Y aunque en un principio ellos se
vieron como inocentes respecto a ese pecado en particular, cuando
estuvieron delante de Dios y abrieron sus corazones ante el brillo de
Su luz, la confesión de ellos fue profunda y verdadera. Las palabras de
Judá dieron paso a una de las más hermosas historias de arrepentimiento
—y no tengo ninguna duda de que es este arrepentimiento de Judá lo que
hace que esta historia sea tan importante—.
VAYIGASH
Cuando leemos la Biblia en
inglés, toda la historia de los hermanos regresando hacia José, después
del “robo” de Benjamín —su discurso, su arrepentimiento y luego José
revelando su identidad—parece ser una historia sin interrupción. Pero
no es así en hebreo. La Torá hebrea, junto con la división de
capítulos, también hay divisiones en las porciones de la Torá (Parashat
Shavua) —y Parashat Shavua Miketz—, súbitamente
finaliza a mitad del capítulo 44, para dar paso a una nueva
Parasha, Vayigash. Hay una línea invisible de puntos,
una pausa indicando que algo muy importante está a punto de suceder. La
siguiente porción de la Torá, Vayigash, empieza con
las palabras: “Entonces Judá se acercó a él…” Este movimiento de
Judá prueba ser crucial: es aquí, en Vayigash, que
José se revela ante sus hermanos. La división de la Torá en porciones
deja claro que el discurso de Judá se percibe como algo precedente,
incluso instigado por la revelación de José. ¿Por qué es así?
Ahora es el momento de
completar nuestro retrato bíblico con algunos retoques finales. Ya he
mencionado que el nombre hebreo de Judá, Yehudah (יהודה),
puede ser traducido literalmente como “acción de gracias” o “alabanza”:
el verbo lehodot (להודות) significa “agradecer”
o “alabar”, y el nombre hebreo Yehudah es el
nombre formado por esta raíz Y-D-H (ידה).
Supongo que la mayoría de mis
lectores lo conocen. Sin embargo, pocos estarían al tanto de que el
verbo lehodot tiene también otro significado: admitir,
confesar. Por ejemplo, Vidui, el nombre hebreo para una
oración especial de confesión que es leída antes y durante Yom
Kippur (Día de la Expiación), procede de la misma raíz. Antes
de Yom Kippur, recitamos oraciones especiales llamadas Selichot.
La palabra Selichot significa “confesiones”. Una de
las más hermosas y profundas oraciones de esta época dice: “¿Cómo
podemos lamentarnos? ¿Qué podemos decir? ¿Qué debemos hablar? ¿Y cómo
podemos justificarnos a nosotros mismos? Examinaremos nuestros caminos
y los escrutaremos y nos volveremos a Ti porque Tu mano está extendida
para aceptar a quienes retornan a Ti. No con riquezas ni con
obras venimos ante Ti, como pobres y mendigos llamamos a tu puerta”.
¿Qué podemos
decir? ¿Qué podemos hablar? ¿Y cómo podemos justificarnos? Estas son exactamente las palabras que empleó Judá cuando él y
sus hermanos fueron de vuelta a José —y aquí probablemente podemos
encontrar una respuesta a la pregunta que hicimos al principio—. Todos
sabemos que la tribu de Judá estaba destinada al mayor y único honor
—traer al Rey David y también a Jesús —¿Por qué?— ¿Por qué era Judá,
cuyas debilidades e incluso pecados, son revelados tan claramente en el
libro de Génesis, tanto en la historia de José como en la historia de
Tamar, quien fue honrado con este extraordinario privilegio? José fue
justo —¿no hubiera sido más lógico esperar que viniese esta línea
monárquica/ mesiánica de las tribus de José (de Manasés o Efraín)? ¿Por
qué Judá?
Espero que el retrato bíblico
que aquí he estado mostrando les ayude a ver la respuesta: Judá
es un hombre de corazón contrito. Judá fue la primera
figura bíblica que estaba preparada en reconocer su pecado y
arrepentirse; él se arrepiente dos veces en el libro de Génesis —con
Tamar y con José—; sus palabras forman parte de las oraciones de Yom
Kippur, y así designan la actitud que el Señor requiere de sus hijos.
Creo que es a causa de este arrepentimiento de corazón que Judá fue tan
especial ante los ojos del Señor, como muchos siglos después David, el
descendiente de Judá, también un hombre de corazón contrito, fue
especial ante los ojos del Señor: “Los sacrificios de Dios son
el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17).
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Sinceramente,
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