El Hijo Del
Hombre En La Escena Judía
By Julia Blum - julio 12, 2018
UNA LECCIÓN DE SEMIÓTICA
Ya sabemos que “el público de Jesús no
estaba solo en la escena judía”.[1]
Durante las últimas semanas, hemos intentado entender las ideas y conceptos que
existían en esta escena en aquel tiempo —para ser capaces de leer los textos
del Nuevo Testamento a través de los ojos de los judíos del Segundo Templo—.
¿Por qué queremos hacer esto?
Muchos años atrás, mientras estudiaba
en la Universidad Tartu de Estonia, participé en las conferencias sobre el
entonces popular y al mismo tiempo infame tema de semiótica. Sucedió que
recordé la primera clase con perfecta claridad. El conferencista, el profesor
de renombre mundial, Yuri Lotman, comenzó dibujando dos círculos en la pizarra.
“Este es el emisor del mensaje y este es el receptor”, dijo. “En la comprensión
de la semiótica, el texto” —entonces él dibujó una línea en zig-zag uniendo los
dos puntos— “la comunicación es llevada de un emisor a un receptor”, es decir,
no solo el texto en el estricto sentido de la palabra, sino también cualquier
fenómeno cultural podría ser referido como “texto”. (Esta es la manera en que
lo entendí; no recomiendo utilizar esta descripción como una definición
académica). El texto enviado no debe ser recibido solamente, sino también leído
—decodificado o descifrado, por así decirlo—. Naturalmente, en algún lugar a lo
largo de este camino, es posible que ocurran distorsiones o descifrados
incorrectos. El destinatario del texto puede comprender completamente o no, lo
que el mensajero-remitente quizo comunicar. Una de las tareas de un historiador
cultural es descifrar fielmente los “textos” de siglos pasados, para que puedan
ser leídos con el significado exacto que sus autores quisieron adjudicarles.
En este sentido, uno de los ejemplos
más sorprendentes de la enorme disparidad entre la comprensión moderna y lo que
el lector original hubiese entendido en los mismos textos, es el tema —e
incluso el mismo término—de “Hijo del Hombre”. Hijo del Hombre es el título
principal de Jesús en los Evangelios (especialmente en Marcos y Lucas) —y el
hecho de que la expresión nunca se aplica a Jesús por otra persona como un
título o nombramiento y siempre está adjudicado por los evangelistas en Sus
propios labios —es un hecho muy remarcable y significativo—. ¿Qué quería decir Jesús y a qué aludía Él, cuando Él mismo se
llamó “el Hijo del Hombre”? Hablando en el lenguaje de la semiótica,
¿qué envió el remitente que nosotros no fuimos capaces de “descifrar” y
entender?
En la interpretación tradicional
cristiana de hoy, la expresión “Hijo del Hombre” designa la naturaleza humana
de Jesús. Para la inmensa mayoría de cristianos, Jesús se llamó a Sí mismo Hijo
del Hombre porque Él no fue completamente divino, Él fue completamente humano,
Él quiso articular este mensaje. Muchas veces, me he sorprendido al descubrir
que incluso aquellos que poseen algún conocimiento del judaísmo del Segundo
Templo, todavía se adhieren a esta opinión. De hecho, lo contrario es verdad —e intentaré demostrarlo en
este y en los siguientes artículos—.
El mismo libro fascinante sobre el que
comentamos el mes pasado —el Libro de Enoc— será de nuevo un recurso muy
valioso en este caso. En nuestro comentario anterior, hablamos sobre el Libro
de los Vigilantes, la primera parte del libro de Enoc. Para propósitos de nuestro
estudio actual, leeremos el segundo sub-libro del libro de Enoc, conocido como
las “Similitudes” (o Parábolas) de Enoc. Este texto, que según una opinión
académica, fue escrito durante el primer siglo d.C., no está conectado con los
Evangelios de ninguna forma directa, y por eso muestra completa independencia
de “que allí hubo otros judíos palestinos que esperaron a un Redentor conocido
como el Hijo del Hombre, que sería una figura divina encarnada en un humano
exaltado”.[2]
¿Cómo empezó esta expectativa? Permíteme decir unas pocas palabras sobre el
predecesor y precursor del Hijo del Hombre de Enoc —y también del Nuevo
Testamento—.
EL SALVADOR TRASCENDENTAL
Las Escrituras hebreas enseñaron el
concepto de Dios reinando visible y tangiblemente en la historia de Su pueblo.
Un rey era el ungido de Dios. Si el rey era justo, Dios bendeciría al pueblo, y
esta bendición, al igual que el reino en sí, sería una realidad terrenal muy
tangible. Sin embargo, ¿qué sucedía si el rey no era justo? Alguien tenía que
remediar los errores perpetrados por un rey gobernando injustamente. Por lo
tanto, dentro de la historia actual, la visión de un “ungido por venir” comenzó
a surgir —un futuro salvador trascendental—. Cuanto peor se volvió la situación
histórica actual, más fuerte surgió la esperanza del orden inverso que este
salvador traería. Así pues, el género del Apocalipsis nació. En Apocalipsis,
los textos bíblicos originales sobre “los ungidos” fueron colocados en un marco
escatológico, y por lo tanto, transformados en textos mesiánicos escatológicos.
Consecuentemente, este género vino a ser central en el proceso de volver a
pensar y en la reinterpretación de la Biblia en el periodo del Segundo Templo.
A la cabeza de esta mentalidad
apocalíptica, estuvo el libro bíblico de Daniel (Apocalipsis), con la famosa
visión de Daniel de “uno parecido al Hijo del Hombre” en el capítulo 7. Este
capítulo describe una visión en la cual el profeta ve cuatro bestias grandes
saliendo del mar, cada una diferente de las otras. El “Anciano
de Días” aparece en esta visión en toda Su gloria. Entonces, después
de que la cuarta bestia sea destruida, aparece en escena “uno parecido al Hijo del Hombre” quien es
transportado en las nubes delante del Concilio celestial de Dios donde
permanece ante la presencia divina: “Miraba yo en la visión de la
noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de
hombre, que vino hasta el Anciano de días…Y le fue dado dominio, gloria y
reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su
dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será
destruido”.[3]
El Apocalipsis de Daniel nos da un
nuevo paradigma para las expectactivas mesiánicas, bastante diferente de las de
David. Así pues, el Apocalipsis de Daniel marca claramente el final del periodo
orientado bíblicamente, y al mismo tiempo, permanece como el principio de un
nuevo periodo apocalíptico, con un punto de vista totalmente nuevo de la
historia y un nuevo paradigma mesiánico. En “El Hijo del Hombre” de Daniel,
comienza un concepto totalmente nuevo de la participación de Dios en la vida
terrenal: el representante de Dios viene a ser el “trascendental”. “El que es
“parecido al Hijo del Hombre” que viene en las nubes del cielo en Daniel 7:13,dio fuerza a una clase
diferente de expectativa mesiánica, la cual enfatizaba el carácter celestial,
trascendente, de la figura salvadora”.[4]
En los siglos siguientes, esta clase trascendente de libertador celestial,
jugará un rol muy importante en la escatología judía. La próxima vez, veremos
que las “Similitudes” usa constantemente el término “Hijo del Hombre”
—refiriéndose a una figura divina-humana del tiempo final del Salvador y a
veces sonando casi “cristiano”—.
En este artículo están incluidos extractos de mis libros (y muchos otros post aquí), por eso, si te gustan mis artículos en este blog, puede que también te gusten mis libros, puedes obtenerlos a través de mi página: https://blog.israelbiblicalstudies.com/julia-blum/
[1] Boyarin, Daniel. The
Jewish Gospels (Kindle Locations 1134-1139). The New Press. Kindle Edition.
[2] Boyarin, Daniel. The Jewish
Gospels (Kindle Locations 1134-1139). The New Press. Kindle Edition.
[4] John J. Collins. The Scepter and the Star: the Messiah of the Dead Sea Scrolls and
other ancient literature (The Anchor Bible reference library,
1995), p.175
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