Guatemala
Jueves, 1 de junio de 2017
Queridos hermanos,
La Consagración al Sagrado Corazón de Jesús ha sido tema de muchísima
importancia para varios Papas… Los dejo con la Crónica del Fin de los Tiempos –
y la referencia a Annum Sacrum del Papa León XIII. – ¡Tan real hoy como en 1899!
-- También incluyo la Consagración al Inmaculado Corazon de Maria y la Consagración al Sagrado Corazon de Jesus... Ambos corazones llevan la misma sangre que fue derramada en la Pasion... La de la Virgen Madre de Dios!!! !Shalom!
CRONICA DEL FIN DE LOS TIEMPOS
miércoles, 1 de junio de 2011
Encíclica del Papa LEÓN XIII
A LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS Y OTROS ORDINARIOS, EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA
De la Consagración del Género Humano al Sagrado Corazón de Jesús
Hace poco, como sabéis, ordenamos por cartas apostólicas que
próximamente celebraríamos un jubileo (annum sacrum), siguiendo la costumbre
establecida por los antiguos, en esta ciudad santa. Hoy, en la espera, y con la
intención de aumentar la piedad en que estará envuelta esta celebración
religiosa, nos hemos proyectado y aconsejamos una manifestación fastuosa. Con
la condición que todos los fieles Nos obedezcan de corazón y con una buena
voluntad unánime y generosa, esperamos que este acto, y no sin razón, produzca
resultados preciosos y durables, primero para la religión cristiana y también
para el género humano todo entero.
Muchas veces nos hemos esforzado en mantener y poner más a la luz del día
esta forma excelente de piedad que consiste en honrar al Sacratísimo Corazón de
Jesús. Seguimos en esto el ejemplo de Nuestros predecesores Inocencio XII,
Benedicto XIV, Clemente XIII, Pío VI, Pío VII y Pío IX. Esta era la finalidad
especial de Nuestro decreto publicado el 28 de junio del año 1889 y por el que
elevamos a rito de primera clase la fiesta del Sagrado Corazón.
Pero ahora soñamos en una forma de veneración más imponente aún, que
pueda ser en cierta manera la plenitud y la perfección de todos los homenajes
que se acostumbran a rendir al Corazón Sacratísimo. Confiamos que esta
manifestación de piedad sea muy agradable a Jesucristo Redentor.
Además, no es la primera vez que el proyecto que anunciamos, sea puesto
sobre el tapete. En efecto, hace alrededor de 25 años, al acercarse la
solemnidad del segundo Centenario del día en que la bienaventurada Margarita
María de Alacoque había recibido de Dios la orden de propagar el culto al
divino Corazón, hubo muchas cartas apremiantes, que procedían no solamente de
particulares, sino también de obispos, que fueron enviadas en gran número, de
todas partes y dirigidas a Pío IX. Ellas pretendían obtener que el soberano
Pontífice quisiera consagrar al Sagrado Corazón de Jesús, todo el género
humano. Se prefirió entonces diferirlo, a fin de ir madurando más seriamente la
decisión. A la espera, ciertas ciudades recibieron la autorización de
consagrarse por su cuenta, si así lo deseaban y se prescribió una fórmula de
consagración. Habiendo sobrevenido ahora otros motivos, pensamos que ha llegado
la hora de culminar este proyecto.
Este testimonio general y solemne de respeto y de piedad, se le debe a
Jesucristo, ya que es el Príncipe y el Maestro supremo. De verdad, su imperio
se extiende no solamente a las naciones que profesan la fe católica o a los
hombres que, por haber recibido en su día el bautismo, están unidos de derecho
a la Iglesia, aunque se mantengan alejados por sus opiniones erróneas o por un
disentimiento que les aparte de su ternura.
El reino de Cristo también abraza a todos los hombres privados de la fe
cristiana, de suerte que la universalidad del género humano está realmente
sumisa al poder de Jesús. Quien es el Hijo Único de Dios Padre, que tiene la
misma substancia que El y que es “el esplendor de su gloria y figura de su
substancia” (Hebreos 1:3), necesariamente lo posee todo en común con el Padre;
tiene pues poder soberano sobre todas las cosas. Por eso el Hijo de Dios dice
de sí mismo por la boca del profeta: “Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión
mi monte santo… El me ha dicho: Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la
tierra” (Salmo 2: 6-8).
Por estas palabras, Jesucristo declara que ha recibido de Dios el poder,
ya sobre la Iglesia, que viene figurada por la montaña de Sión, ya sobre el
resto del mundo hasta los límites más alejados. ¿Sobre qué base se apoya este
soberano poder? Se desprende claramente de estas palabras: “Tu eres mi Hijo.”
Por esta razón Jesucristo es el hijo del Rey del mundo que hereda todo poder;
de ahí estas palabras: “Yo te daré las naciones por herencia”. A estas palabras
cabe añadir aquellas otras análogas de san Pablo: “A quien constituyó heredero
universal.”
Pero hay que recordar sobre todo que Jesucristo confirmó lo relativo a
su imperio, no sólo por los apóstoles o los profetas, sino por su propia boca.
Al gobernador romano que le preguntaba:”¿Eres Rey tú?”, el contestó sin
vacilar: “Tú lo has dicho: Yo soy rey!” (Juan 18:37)La grandeza de este poder y
la inmensidad infinita de este reino, están confirmados plenamente por las
palabras de Jesucristo a los Apóstoles: “Se me ha dado todo poder en el Cielo y
en la tierra.” (Mt 28:18). Si todo poder ha sido dado a Cristo, se deduce
necesariamente que su imperio debe ser soberano, absoluto, independiente de la
voluntad de cualquier otro ser, de suerte que ningún poder no pueda equipararse
al suyo. Y puesto que este imperio le ha sido dado en el cielo y sobre la
tierra, se requiere que ambos le estén sometidos.
Efectivamente, El ejerció este derecho extraordinario, que le
pertenecía, cuando envió a sus apóstoles a propagar su doctrina, a reunir a
todos los hombres en una sola Iglesia por el bautismo de salvación, a fin de
imponer leyes que nadie pudiera desconocer sin poner en peligro su eterna
salvación. Pero esto no es todo. Jesucristo ordena no sólo en virtud de un
derecho natural y como Hijo de Dios sino también en virtud de un derecho
adquirido. Pues “nos arrancó del poder de las tinieblas” (Colos. 1:13) y
también “se entregó a si mismo para la Redención de todos” (1 Tim 2:6).
No solamente los católicos y aquellos que han recibido regularmente el
bautismo cristiano, sino todos los hombres y cada uno de ellos, se han
convertido para El “en pueblo adquirido.” (1 P 2:9). También san Agustín tiene
razón al decir sobre este punto: “¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved
lo que El dio y sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la
compra. ¿Qué otro objeto podría tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo
entero? ¿Cuál sino todas las naciones? ¡Por el universo entero Cristo pagó un
precio semejante!” (Tract., XX in Joan.).
Santo Tomás nos expone largamente porque los mismos infieles están
sometidos al poder de Jesucristo. Después de haberse preguntado si el poder
judiciario de Jesucristo se extendía a todos los hombres y de haber afirmado
que la autoridad judiciaria emana de la autoridad real, concluye netamente:
“Todo está sumido a Cristo en cuanto a la potencia, aunque no lo está todavía sometido
en cuanto al ejercicio mismo de esta potencia” (Santo Tomás, III Pars. q. 30,
a.4.). Este poder de Cristo y este imperio sobre los hombres, se ejercen por la
verdad, la justicia y sobre todo por la caridad.
Pero en esta doble base de su poder y de su dominación, Jesucristo nos
permite, en su benevolencia, añadir, si de nuestra parte estamos conformes, la
consagración voluntaria. Dios y Redentor a la vez, posee plenamente y de un
modo perfecto, todo lo que existe. Nosotros, por el contrario, somos tan pobres
y tan desprovistos de todo, que no tenemos nada que nos pertenezca y que
podamos ofrecerle en obsequio. No obstante, por su bondad y caridad soberanas,
no rehusa nada que le ofrezcamos y que le consagremos lo que ya le pertenece,
como si fuera posesión nuestra. No sólo no rehusa esta ofrenda, sino que la
desea y la pide: “Hijo mío, dame tu corazón!” Podemos pues serle enteramente
agradables con nuestra buena voluntad y el afecto de nuestras almas.
Consagrándonos a El, no solamente reconocemos y aceptamos abiertamente su
imperio con alegría, sino que testimoniamos realmente que si lo que le
ofrecemos nos perteneciera, se lo ofreceríamos de todo corazón; así pedimos a
Dios quiera recibir de nosotros estos mismos objetos que ya le pertenecen de un
modo absoluto. Esta es la eficacia del acto del que estamos hablando, y este es
el sentido de sus palabras.
Puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la
caridad infinita de Jesucristo, caridad que nos impulsa a amarnos los unos a
los otros, es natural que nos consagremos a este corazón tan santo. Obrar así,
es darse y unirse a Jesucristo, pues los homenajes, señales de sumisión y de
piedad que uno ofrece al divino Corazón, son referidos realmente y en propiedad
a Cristo en persona.
Nos exhortamos y animamos a todos los fieles a que realicen con fervor
este acto de piedad hacia el divino Corazón, al que ya conocen y aman de
verdad. Deseamos vivamente que se entreguen a esta manifestación, el mismo día,
a fin de que los sentimientos y los votos comunes de tantos millones de fieles
sean presentados al mismo tiempo en el templo celestial.
Pero, ¿podemos olvidar esa innumerable cantidad de hombres, sobre los
que aún no ha aparecido la luz de la verdad cristiana? Nos representamos y
ocupamos el lugar de Aquel que vino a salvar lo que estaba perdido y que vertió
su sangre para la salvación del género humano todo entero. Nos soñamos con
asiduidad traer a la vida verdadera a todos esos que yacen en las sombras de la
muerte; para eso Nos hemos enviado por todas partes a los mensajeros de Cristo,
para instruirles. Y ahora, deplorando su triste suerte, Nos los recomendamos
con toda nuestra alma y los consagramos, en cuanto depende de Nos, al Corazón
Sacratísimo de Jesús.
De esta manera, el acto de piedad que aconsejamos a todos, será útil a
todos. Después de haberlo realizado, los que conocen y aman a Cristo Jesús,
sentirán crecer su fe y su amor hacia El. Los que conociéndole, son remisos a
seguir su ley y sus preceptos, podrán obtener y avivar en su Sagrado Corazón la
llama de la caridad. Finalmente, imploramos a todos, con un esfuerzo unánime,
la ayuda celestial hacia los infortunados que están sumergidos en las tinieblas
de la superstición. Pediremos que Jesucristo, a Quien están sometidos “en cuanto
a la potencia”, les someta un día “en cuanto al ejercicio de esta potencia”. Y
esto, no solamente “en el siglo futuro, cuando impondrá su voluntad sobre todos
los seres recompensando a los unos y castigando a los otros” (Santo Tomás, id,
ibidem.), sino aún en esta vida mortal, dándoles la fe y la santidad. Que
puedan honrar a Dios en la práctica de la virtud, tal como conviene, y buscar y
obtener la felicidad celeste y eterna.
Una consagración así, aporta también a los Estados la esperanza de una
situación mejor, pues este acto de piedad puede establecer y fortalecer los
lazos que unen naturalmente los asuntos públicos con Dios. En estos últimos
tiempos, sobre todo, se ha erigido una especie de muro entre la Iglesia y la
sociedad civil. En la constitución y administración de los Estados no se tiene
en cuenta para nada la jurisdicción sagrada y divina, y se pretende obtener que
la religión no tenga ningún papel en la vida pública. Esta actitud desemboca en
la pretensión de suprimir en el pueblo la ley cristiana; si les fuera posible
hasta expulsarían a Dios de la misma tierra.
Siendo los espíritus la presa de un orgullo tan insolente, ¿es que puede
sorprender que la mayor parte del género humano se debata en problemas tan
profundos y esté atacada por una resaca que no deja a nadie al abrigo del miedo
y el peligro? Fatalmente acontece que los fundamentos más sólidos del bien
público, se desmoronan cuando se ha dejado de lado, a la religión. Dios, para
que sus enemigos experimenten el castigo que habían provocado, les ha dejado a
merced de sus malas inclinaciones, de suerte que abandonándose a sus pasiones
se entreguen a una licencia excesiva.
De ahí esa abundancia de males que desde hace tiempo se ciernen sobre el
mundo y que Nos obligan a pedir el socorro de Aquel que puede evitarlos. ¿Y
quién es éste sino Jesucristo, Hijo Único de Dios, “pues ningún otro nombre le
ha sido dado a los hombres, bajo el Cielo, por el que seamos salvados” (Act
4:12). Hay que recurrir, pues, al que es “el Camino, la Verdad y la Vida”.
El hombre ha errado: que vuelva a la senda recta de la verdad; las
tinieblas han invadido las almas, que esta oscuridad sea disipada por la luz de
la verdad; la muerte se ha enseñoreado de nosotros, conquistemos la vida.
Entonces nos será permitido sanar tantas heridas, veremos renacer con toda
justicia la esperanza en la antigua autoridad, los esplendores de la fe
reaparecerán; las espadas caerán, las armas se escaparán de nuestras manos
cuando todos los hombres acepten el imperio de Cristo y sometan con alegría, y
cuando “toda lengua profese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios
Padre” (Fil. 2:11).
En la época en que la Iglesia, aún próxima a sus orígenes, estaba
oprimida bajo el yugo de los Césares, un joven emperador percibió en el Cielo
una cruz que anunciaba y que preparaba una magnífica y próxima victoria. Hoy,
tenemos aquí otro emblema bendito y divino que se ofrece a nuestros ojos: Es el
Corazón Sacratísimo de Jesús, sobre él que se levanta la cruz, y que brilla con
un magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos poner todas nuestras
esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres.
Finalmente, no queremos pasar en silencio un motivo particular, es
verdad, pero legítimo y serio, que nos presiona a llevar a cabo esta
manifestación. Y es que Dios, autor de todos los bienes, Nos ha liberado de una
enfermedad peligrosa. Nos queremos recordar este beneficio y testimoniar
públicamente Nuestra gratitud para aumentar los homenajes rendidos al Sagrado
Corazón.
Nos decidimos en consecuencia, que el 9, el 10 y el 11 del mes de junio
próximo, en la iglesia de cada localidad y en la iglesia principal de cada
ciudad, sean recitadas unas oraciones determinadas. Cada uno de esos días, las
Letanías del Sagrado Corazón, aprobadas por nuestra autoridad, serán añadidas a
las otras invocaciones. El último día se recitará la fórmula de consagración
que Nos os hemos enviado, Venerables Hermanos, al mismo tiempo que estas
cartas.
Como prenda de los favores divinos y en testimonio de Nuestra
Benevolencia, Nos concedemos muy afectuosamente en el Señor la bendición
Apostólica, a vosotros, a vuestro clero y al pueblo que os está confiado.
Dado en Roma, el 25 de mayo de 1899, el 22 de Nuestro Pontificado. León
XIII, papa
ACTO DE CONSAGRACION AL SAGRADO CORAZON DE JESUS
CONSAGRACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Sacratísima Reina de los cielos y Madre mía amabilísima!
Yo N.N., aunque lleno de miserias y ruindades, alentado sin embargo con la
invitación benigna del Corazón de Jesús, deseo consagrarme a Él; pero,
conociendo bien mi indignidad e inconstancia, no quisiera ofrecer nada sino por
tus maternales manos, y confiando a tus cuidados el hacerme cumplir bien todas
mis resoluciones.
Corazón dulcísimo de Jesús, Rey de bondad y de amor,
gustoso y agradecido acepto con toda la decisión de mi alma ese suavísimo pacto
de cuidar Tú de mí y yo de Ti, aunque demasiado sabes que vas a salir
perdiendo. Lo mío quiero que sea tuyo; todo lo pongo en tus manos bondadosas:
mi alma, salvación eterna, libertad, progreso interior, miserias; mi cuerpo,
vida y salud; todo lo poquito bueno que yo haga o por mi ofrecieren otros en
vida o después de muerto, por si algo puede servirte; mi familia, haberes,
negocios, ocupaciones, etc., para que, si bien deseo hacer en cada una de estas
cosas cuanto en mi mano estuviere, sin embargo, seas Tú el Rey que haga y
deshaga a su gusto, pues yo estaré muy conforme, aunque me cueste, con lo que
disponga siempre ese Corazón amante que busca en todo mi bien.
Quiero en cambio, Corazón amabilísimo, que la vida
que me reste no sea una vida baldía; quiero hacer algo, más bien quisiera hacer
mucho, porque reines en el mundo; quiero con oración larga o jaculatorias
breves, con las acciones del día, con mis penas aceptadas, con mis vencimientos
chicos, y en fin, con la propaganda no estar a ser posible, ni un momento sin
hacer algo por Ti. Haz que todo lleve el sello de tu reinado divino y de tu
reparación hasta mi postrer aliento, que ¡ojalá! sea el broche de oro, el acto
de caridad que cierre toda una vida de apóstol fervorosísimo. Amén.
Hay concedida indulgencia
parcial a todos los fieles que devotamente reciten esta CONSAGRACIÓN PERSONAL
al Sagrado Corazón de Jesús.
Forma resumida de pacto con el Corazón de Jesús: "Corazón
de Jesús yo cuidaré de tu honra y de tus cosas y tú cuida de mí y de las mías."
ACTO DE
CONSAGRACION AL INMACULADO CORAZON DE MARIA
Rezarla junto con tu espos(o)a
Oh, María, Madre de la Divina Gracia, para responder a
los deseos de Tu Corazón Inmaculado, renuevo hoy, en Tus Manos, los compromisos
de mi Bautismo.
Renuncio para siempre a Satanás, a sus seducciones, y a sus obras.
Me consagro enteramente a Jesús, Hijo Tuyo amado, para llevar detrás de
Él mi cruz, día tras día siempre. Para ser más fiel que en mi vida pasada. Te
elijo hoy, en la presencia de los Ángeles y de los Santos, como mi Madre y
Dueña.
A Ti, como hijo esclavo, yo me abandono y consagro todo mi mismo, mi
cuerpo y mi alma, mis bienes internos y externos, el valor de mis buenas obras
pasadas, presentes y futuras.
Te dejo pleno derecho de disponer de mí y de cuanto me pertenece a Tu
arbitrio, sin excepción, para que Tu, oh María, me hagas una alabanza de gloria
de la Santísima Trinidad en el tiempo y en la eternidad.
Así establezco en plena libertad. Amén.
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