Thursday, July 6, 2017

CARTA ENCICLIA "ECCLESIAM SUAM" Sumo Pontifice Pablo VI


Guatemala, C.A.

6 de julio de 2017

Queridos hermanos,



Con sumo agrado someto at ustedes esta referencia al Concilio Vaticano II, donde el Sumo Pontífice, Pablo VI, nos hace participes de sus pensamientos sobre el “MANDATO” de la Iglesia en el mundo contemporáneo- Hago referencia a la introducción de su encíclica “ECCLESIAM SUAM” que se explica por si sola… En el Link que se indica como referencia podrán encontrar la encíclica completa. Y la razón por la que he preferido indicar esta fuente orientadora en vez de otras que manejo en mi base de datos, es porque Kiko y el P. Mario nos están urgiendo salir de dos en dos predicando el evangelio como los primeros cristianos: “mirad que os envío como corderos en medio de lobos. 4No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y a nadie saludéis por el camino. 5En cualquier casa que entréis, decid primero: ``Paz a esta casa.…” Yo sé que algunas comunidades no han tenido la oportunidad de hacer esta bella experiencia. Les prometo que, al tener la oportunidad, se apunten con un corazón generoso por compartir con los hermanos menos favorecidos, no se van a arrepentir.

Con mucho cariño,

Noel y Silvia





CARTA ENCÍCLICA
«ECCLESIAM SUAM»
DEL SUMO PONTÍFICE
PABLO VI

EL "MANDATO" DE LA IGLESIA
EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO


 Venerables hermanos y queridos hijos:

Habiendo Jesucristo fundado su Iglesia para que fuese al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación, se ve claramente por qué a lo largo de los siglos le han dado muestras de particular amor y le han dedicado especial solicitud todos los que se han interesado por la gloria de Dios y por la salvación eterna de los hombres; entre éstos, como es natural, brillaron los Vicarios del mismo Cristo en la tierra, un número inmenso de Obispos y de sacerdotes y un admirable escuadrón de cristianos santos.

LA DOCTRINA DEL EVANGELIO Y LA GRAN FAMILIA HUMANA

2. A todos, por tanto, les parecerá justo que Nos, al dirigir al mundo esta nuestra primera encíclica, después que por inescrutable designio de Dios hemos sido llamados al Sumo Pontificado, volvamos nuestro pensamiento amoroso y reverente a la santa Iglesia.

Por este motivo nos proponemos en esta Encíclica aclarar lo más posible a los ojos de todos cuánta importancia tiene, por una parte, para la salvación de la sociedad humana, y con cuánta solicitud, por otra, la Iglesia lo desea, que una y otra se encuentren, se conozcan y se amen.

Cuando, por la gracia de Dios, tuvimos la dicha de dirigiros personalmente la palabra, en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, en la fiesta de San Miguel Arcángel del año pasado, a todos vosotros reunidos en la basílica de San Pedro, os manifestamos el propósito de dirigiros también por escrito, como es costumbre al principio de un pontificado, nuestra fraterna y paternal palabra, para manifestaros algunos de los pensamientos que en nuestro espíritu se destacan sobre los demás y que nos parecen útiles para guiar prácticamente los comienzos de nuestro ministerio pontificio.

Verdaderamente nos es difícil determinar dichos pensamientos, porque los tenemos que descubrir en la más cuidadosa meditación de la divina doctrina teniendo muy presentes las palabras de Cristo: Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado(1); tenemos, además, que adaptarlos a las actuales condiciones de la Iglesia misma en una hora de intensa actividad y tensión, tanto de su interior experiencia espiritual como de su exterior esfuerzo apostólico; y, finalmente, no podemos ignorar el estado en que actualmente se halla la humanidad en medio de la cual se desenvuelve nuestra misión.

TRIPLE TAREA DE LA IGLESIA

3. Nos no pretendemos, sin embargo, decir cosas nuevas ni completas: para ello está el Concilio Ecuménico; y su obra no debe ser turbada por esta nuestra sencilla conversación epistolar, sino, antes bien, honrada y alentada. Esta nuestra encíclica no quiere revestir carácter solemne y propiamente doctrinal, ni proponer enseñanzas determinadas, morales o sociales: simplemente quiere ser un mensaje fraternal y familiar. Pues queremos tan sólo, con esta nuestra carta, cumplir el deber de abriros nuestra alma, con la intención de dar a la comunión de fe y de caridad que felizmente existe entre nosotros una mayor cohesión y un mayor gozo, con el propósito de fortalecer nuestro ministerio, de atender mejor a las fructíferas sesiones del Concilio Ecuménico mismo y de dar mayor claridad a algunos criterios doctrinales y prácticos que puedan útilmente guiar la actividad espiritual y apostólica de la Jerarquía eclesiástica y de cuantos le prestan obediencia y colaboración o incluso tan sólo benévola atención.

Podemos deciros ya, Venerables Hermanos, que tres son los pensamientos que agitan nuestro espíritu cuando consideramos el altísimo oficio que la Providencia —contra nuestros deseos y méritos— nos ha querido confiar, de regir la Iglesia de Cristo en nuestra función de Obispo de Roma y por lo mismo, también, de Sucesor del bienaventurado Apóstol Pedro, administrador de las supremas llaves del reino de Dios y Vicario de aquel Cristo que le constituyó como pastor primero de su grey universal; el pensamiento, decimos, de que ésta es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio, debe explorar, para propia instrucción y edificación, la doctrina que le es bien conocida, —en este último siglo investigada y difundida— acerca de su propio origen, de su propia naturaleza, de su propia misión, de su propio destino final; pero doctrina nunca suficientemente estudiada y comprendida, ya que contiene el plan providencial del misterio oculto desde los siglos en Dios... para que sea ahora notificado por la Iglesia(2), esto es, la misteriosa reserva de los misteriosos designios de Dios que mediante la Iglesia son manifestados; y porque esta doctrina constituye hoy el objeto más interesante que ningún otro, de la reflexión de quien quiere ser dócil seguidor de Cristo, y tanto más de quienes, como Nos y vosotros, Venerables Hermanos, han sido puestos por el Espíritu Santo como Obispos para regir la Iglesia misma de Dios(3).
REF: http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_06081964_ecclesiam.html

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