Ejemplaridad, misión y servicialidad, caminos
inexcusables de la Iglesia – editorial Ecclesia
«Confiemos en el Santo Padre. Recemos por él y por
la Iglesia chilena. Y que así “tenga lugar la conversión de todos”,
quicio imprescindible para la superación progresiva de esta inmensa crisis».
Con estas palabras, concluía el comentario Editorial de ecclesia de la pasada
semana, redactado ante el encuentro del Papa con los obispos de Chile a
propósito de los escándalos de abusos del caso Karadima. La reunión discurrió
desde la tarde del martes 15 a la tarde del jueves 17 de mayo. Recién
concluida, el Vaticano hizo pública una carta de Francisco a los prelados
chilenos, en la que anunciaba «cambios y resoluciones» a «implementar en el
corto, mediano y largo plazo, necesarias para restablecer la justicia y la
comunión eclesial».
Al día siguiente, viernes 18 de mayo, tras haberse
filtrado otra misiva de Francisco a los obispos de Chile (esta mucho más larga,
explícita y dura), estos anunciaron que, individualmente y por escrito, habían
puestos sus «cargos en las manos del Santo Padre para que libremente decida con
respecto a cada uno de nosotros».
Y más allá de lo que el Papa decida, cuando lo
decida y sobre quienes lo decida, y más allá de que probablemente las
responsabilidades son muy distintas en cada uno de los casos y de las personas
afectadas, purificar, sanar y reparar – y hacerlo en justicia- unos sucesos tan
lamentables como los originados y derivados de esta situación solo es posible
mediante la ejemplaridad. Una ejemplaridad que significa también integridad,
honestidad, sinceridad, humildad, disponibilidad, generosidad y asunción de
responsabilidades. Que significa asimismo poner confiadamente la cuestión en
manos de Pedro, del Vicario de Cristo en la tierra. Y ponerla acompañada de la
oración unánime de toda la Iglesia y evitando cualquier actitud frívola,
sensacionalista y farisaica.
Y es que solo desde la ejemplaridad es fecunda y
evangélica la misión de la Iglesia, misión que es caridad, misión que es opción
por los más necesitados, misión que es servir, desde estos parámetros y
actitudes, al entero Pueblo de Dios (pastores, consagrados y fieles) y a las
periferias de nuestra humanidad. Y al respecto, ¡cómo no congratularnos cuando
se reconoce y visibiliza este servicio mediante el capelo cardenalicio a
algunos pastores de nuestra Iglesia!
En efecto, catorce nuevos cardenales serán creados
por Francisco el próximo 29 de junio. Representan a once países distintos
(Italia, España, Polonia y Portugal, en Europa; Perú, México y Bolivia, en
América Latina; Irak, Pakistán y Japón, en Asía; y Madagascar, en África). De
ellos, tres son religiosos (dos jesuitas y un claretiano). Dos rigen
importantes diócesis italianas. Otros dos (como el teólogo español Ladaria)
sirven en la Curia Romana, más el polaco Krajewski, que, como limosnero
apostólico, pone rostro y pan a la caridad del Papa. El peruano Barreto, además
de presidir una archidiócesis, es responsable en el CELAM de la Red Eclesial
para la Amazonía (REPAM), y estamos, no lo olvidemos, a año y medio del Sínodo
Especial de los Obispos para la Amazonía.
El Colegio Cardenalicio recibirá a partir del
próximo 29 de junio a dos testigos de la Iglesia perseguida: el patriarca de
Bagdad, en el permanentemente atribulado Irak, y el arzobispo de Karaci, en
Pakistán. En su voluntad por proseguir con la mayor universalización del
sacro colegio, Francisco ha incluido entre los nuevos cardenales a pastores de
diócesis en Madagascar y Japón; y a la par ha recordado, con el nombramiento a
su obispo diocesano, que lugares santos como Fátima son patrimonio de toda la
Iglesia y hontanares de gracia y de conversión y, precisamente por ello, de
misión evangelizadora.
Diócesis como Xalapa en México y Corocoro en
Bolivia jamás han contado con un cardenal y sus respectivos obispos eméritos a
buen seguro que jamás pensaron en esta dignidad. Nada ni nadie es
insignificante para los ojos de Dios y para la vida y misión de la Iglesia.
Sencillo, trabajador, serio, honesto, afectuoso,
humilde, discreto, bondadoso, castellano recio y curtido, y profundamente
eclesial y misionero. Así podríamos describir al padre claretiano español
Aquilino Bocos, flamante y sorprendente –pero no por ello menos justo y
merecido- cardenal. La suya es toda una vida dedicada a la guía,
servicio, formación y dinamización apostólica de la vida consagrada.
Y así, mediante todas estas actitudes, es como
crece la Iglesia y como la Iglesia se hace digna de la misión que le confió su
Señor.
No comments:
Post a Comment