Mensaje
del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal
Tras el Acuerdo firmado por la Santa
Sede y China
En nombre de toda la Iglesia, pido al Señor el don
de la paz, a la vez que os invito a todos a invocar conmigo la protección
maternal de la Virgen María.
Madre del cielo, escucha la voz de tus hijos, que
humildemente invocan tu nombre.
Virgen de la esperanza, a ti confiamos el camino de
los creyentes en la noble tierra de China. Te pedimos que presentes al Señor de
la historia las tribulaciones y las fatigas, las súplicas y las esperanzas de
los fieles que te rezan, oh Reina del cielo.
Madre de la Iglesia, te consagramos el presente y
el futuro de las familias y de nuestras comunidades. Protégelas y ayúdalas en
la reconciliación fraterna y en el servicio hacia los pobres que bendicen tu
nombre, oh Reina del cielo.
Consoladora de los afligidos, nos dirigimos a ti
para que seas refugio de los que lloran en la hora de la prueba. Vela sobre tus
hijos que alaban tu nombre, haz que lleven juntos el anuncio del Evangelio.
Acompaña sus pasos por un mundo más fraterno, haz que todos lleven la alegría
del perdón, oh Reina del cielo.
María, Auxilio de los cristianos, te pedimos para
China días de bendición y de paz. Amén.
(ZENIT – 26 sept. 2018).- Francisco dirige un
mensaje de aliento a los hermanos católicos de China: “En un momento tan
significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje,
deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración
además de compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón”.
En este contexto, el Papa ha hecho un llamamiento
esta mañana, 26 de septiembre de 2018, en la audiencia general: “¡Tenemos una
tarea importante! Estamos llamados a acompañar a nuestros hermanos y hermanas
en China con fervientes oraciones y amistad fraterna. Saben que no están solos.
Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos”.
El Acuerdo Provisional trata del nombramiento de los obispos, una cuestión de
gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea las condiciones para una
colaboración más amplia a nivel bilateral.
A continuación, ofrecemos el Mensaje íntegro que el
Papa Francisco ha escrito para los católicos chinos y a la Iglesia universal:
***
Mensaje del Papa Francisco
«Su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades»
(Salmo 100, 5).
Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes,
personas consagradas y todos los fieles de la Iglesia católica en China: damos
gracias al Señor, porque es eterna su misericordia y reconocemos que «él nos
hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3).
En este momento resuenan en mi interior las
palabras con las que mi venerado Predecesor os exhortaba en la Carta del 27 de
mayo de 2007: «Iglesia católica en China, pequeña grey presente y operante en
la vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo resuenan
alentadoras y provocadoras para ti las palabras de Jesús: “No temas, pequeño
rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” (Lc
12,32)! Por tanto, “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y den gloria a vuestro a Padre que está en el cielo” (Mt
5,16)» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 5).
1.
En los últimos tiempos, han circulado muchas voces opuestas sobre el presente
y, especialmente, sobre el futuro de la comunidad católica en China. Soy
consciente de que semejante torbellino de opiniones y consideraciones habrá
provocado mucha confusión, originando en muchos corazones sentimientos
encontrados. En algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación
de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan
inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de
Pedro. En otros muchos, en cambio, predominan expectativas y reflexiones
positivas que están animadas por la esperanza de un futuro más sereno a causa
de un testimonio fecundo de la fe en tierra china.
Dicha
situación se ha ido acentuando sobre todo con referencia al Acuerdo Provisional
entre la Santa Sede y la República Popular China que, como sabéis, se ha
firmado recientemente en Pekín. En un momento tan significativo para la vida de
la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que
cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los
sentimientos que están en mi corazón.
Son sentimientos de gratitud al Señor y de sincera
admiración —que es la admiración de toda la Iglesia católica— por el don de
vuestra fidelidad, de la constancia en la prueba, de la arraigada confianza en
la Providencia divina, también cuando ciertos acontecimientos se demostraron
particularmente adversos y difíciles.
Tales experiencias dolorosas pertenecen al tesoro
espiritual de la Iglesia en China y de todo el Pueblo de Dios que peregrina en
la tierra. Os aseguro que el Señor, precisamente a través del crisol de las
pruebas, no deja nunca de colmarnos de sus consolaciones y de prepararnos para
una alegría más grande. Con el Salmo 126 tenemos la certeza de que «los que
sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (v. 5).
Sigamos, entonces, con la mirada fija en el ejemplo
de tantos fieles y pastores que no han dudado en ofrecer su “testimonio
maravilloso” (cf. 1 Tm 6,13) al Evangelio, hasta el ofrecimiento de la
propia vida. Se han de considerar como verdaderos amigos de Dios.
2.
Por mi parte, siempre he considerado a China como una tierra llena de grandes
oportunidades, y al Pueblo chino como artífice y protector de un patrimonio
inestimable de cultura y sabiduría, que se ha ido acrisolando resintiendo a las
adversidades e integrando las diferencias, y que tomó contacto, no por
casualidad, desde tiempos remotos con el mensaje cristiano. Como decía con gran
sutileza el P. Mateo Ricci, S.J., desafiándonos a vivir la virtud de la
confianza, «antes de establecer una amistad, se necesita observar; después de
tenerla, se necesita confianza mutua» (De Amicitia, 7).
Tengo también la convicción de que el encuentro
solo será auténtico y fecundo si se realiza poniendo en práctica el diálogo,
que significa conocerse, respetarse y “caminar juntos” para construir un futuro
común de mayor armonía.
En este surco se coloca el Acuerdo Provisional, que
es fruto de un largo y complejo diálogo institucional entre la Santa Sede y las
Autoridades chinas, iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido por el Papa
Benedicto XVI. A lo largo de dicho recorrido, la Santa Sede no tenía —ni tiene—
otro objetivo, sino el de llevar a cabo los fines espirituales y pastorales que
le son propios; es decir, sostener y promover el anuncio del Evangelio, así
como el de alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad
católica en China.
Sobre el valor y finalidades de dicho Acuerdo,
deseo proponeros algunas reflexiones, ofreciéndoos además alguna sugerencia de
espiritualidad pastoral para el camino que, en esta nueva fase, estamos
llamados a recorrer.
Se trata de un camino que, como la etapa
precedente, «requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las partes»
(Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4), pero
para la Iglesia, dentro y fuera de China, no se trata solo de adherirse a
valores humanos, sino de responder a una vocación espiritual: salir de sí misma
para abrazar «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres
de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos» (Conc.
Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1), así como los desafíos del
presente que Dios le confía. Por tanto, es una llamada eclesial para que nos
hagamos peregrinos en los caminos de la historia, confiando ante todo en Dios y
en sus promesas, como hicieron Abrahán y nuestros padres en la fe.
Abrahán, llamado por Dios, obedeció partiendo hacia
una tierra desconocida que tenía que recibir en heredad, sin conocer el camino
que se abría ante él. Si Abrahán hubiera pretendido condiciones, sociales y
políticas, ideales antes de salir de su tierra, quizás no hubiera salido nunca.
Él, en cambio, confió en Dios y por su Palabra dejó su propia casa y sus
seguridades. No fueron pues los cambios históricos los que le permitieron
confiar en Dios, sino que fue su fe auténtica la que provocó un cambio en la
historia. La fe, de hecho, «es fundamento de lo que se espera y garantía de lo
que no se ve. Por ella son recordados los antiguos» (Heb 11,1-2).
3.
Como Sucesor de Pedro, deseo confirmaros en esta fe (cf. Lc 11,32) —en
la fe de Abrahán, en la fe de la Virgen María, en la fe que habéis recibido—,
para invitaros a que pongáis cada vez con mayor convicción vuestra confianza en
el Señor de la historia, discerniendo su voluntad que se realiza en la Iglesia.
Invoquemos el don del Espíritu para que ilumine la mente, encienda el corazón y
nos ayude a entender hacia dónde nos quiere llevar para superar los inevitables
momentos de cansancio y tener el valor de seguir decididamente el camino que se
abre ante nosotros.
Con el fin de sostener e impulsar el anuncio del
Evangelio en China y de restablecer la plena y visible unidad en la Iglesia,
era fundamental afrontar, en primer lugar, la cuestión de los nombramientos
episcopales. Todos conocéis que, lamentablemente, la historia reciente de la
Iglesia católica en China ha estado dolorosamente marcada por las profundas
tensiones, heridas y divisiones que se han polarizado, sobre todo, en torno a
la figura del obispo como guardián de la autenticidad de la fe y garante de la
comunión eclesial.
Cuando, en el pasado, se pretendió determinar
también la vida interna de las comunidades católicas, imponiendo el control
directo más allá de las legítimas competencias del Estado, surgió en la Iglesia
en China el fenómeno de la clandestinidad. Dicha experiencia —cabe señalar— no
es normal en la vida de la Iglesia y «la historia enseña que pastores y fieles
han recurrido a ella sólo con el doloroso deseo de mantener íntegra la propia
fe» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 8).
Quisiera daros a conocer que, desde que me fue
confiado el Ministerio Petrino, he experimentado gran consuelo al constatar el
sincero deseo de los católicos chinos de vivir su fe en plena comunión con la
Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, que es «el principio y fundamento
perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de
fieles» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 23). De este
deseo, he recibido durante estos años numerosos signos y testimonios concretos,
también de parte de los que, incluso obispos, han herido la comunión en la
Iglesia, a causa de su debilidad y de sus errores, pero, además, no pocas
veces, por la fuerte e indebida presión externa.
Por lo tanto, después de haber examinado
atentamente cada situación personal y escuchado distintos pareceres, he
reflexionado y rezado mucho buscando el verdadero bien de la Iglesia en China.
Finalmente, ante el Señor y con serenidad de juicio, en continuidad con las
directrices de mis Predecesores inmediatos, he decidido conceder la
reconciliación a los siete restantes obispos “oficiales” ordenados sin mandato
pontificio y, habiendo remitido toda sanción canónica relativa, readmitirlos a
la plena comunión eclesial. Al mismo tiempo, les pido a ellos que manifiesten,
a través de gestos concretos y visibles, la restablecida unidad con la Sede
Apostólica y con las Iglesias dispersas por el mundo, y que se mantengan fieles
a pesar de las dificultades.
4.
En el sexto año de mi Pontificado, que ya desde los primeros pasos puse bajo el
amor misericordioso de Dios, invito por lo tanto a todos los católicos chinos a
que se hagan artífices de reconciliación, recordando con renovado empuje
apostólico las palabras de san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por medio de
Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18).
De hecho, como escribí al concluir el Jubileo
Extraordinario de la misericordia, «no existe ley ni precepto que pueda impedir
a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado,
pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley
equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. […] Incluso en los casos
más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una
justicia que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de
la gracia divina» (Carta ap. Misericordia et misera, 20 noviembre 2016,
11).
Con este espíritu, y con las decisiones adoptadas,
podemos iniciar un camino inédito, que confiamos en que ayudará a sanar las
heridas del pasado, a restablecer la plena comunión de todos los católicos
chinos y a abrir una fase de mayor colaboración fraterna, para asumir con
renovado compromiso la misión de anunciar el Evangelio. En efecto, la Iglesia
existe para dar testimonio de Jesús y del amor del Padre que perdona y salva.
5. El
Acuerdo Provisional firmado con las Autoridades chinas, aun cuando está
circunscrito a algunos aspectos de la vida de la Iglesia y está llamado
necesariamente a ser mejorado, puede contribuir —por su parte— a escribir esta
nueva página de la Iglesia católica en China. Por primera vez, se contemplan
elementos estables de colaboración entre las Autoridades del Estado y la Sede
Apostólica, con la esperanza de asegurar buenos pastores a la comunidad
católica.
En este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que
le corresponde hasta el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes,
personas consagradas y fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de
forma conjunta buenos candidatos que sean capaces de asumir en la Iglesia el
delicado e importante servicio episcopal. No se trata, en efecto, de nombrar
funcionarios para la gestión de las cuestiones religiosas, sino de tener
pastores auténticos según el corazón de Jesús, entregados con su trabajo
generoso al servicio del Pueblo de Dios, especialmente de los más pobres y
débiles, teniendo en cuenta las palabras del Señor: «El que quiera ser grande
entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea
esclavo de todos» (Mc 10,43-44).
En este sentido, es evidente que un Acuerdo no es
nada más que un instrumento, y por sí solo no podrá resolver todos los
problemas existentes. En realidad, este resultaría ineficaz y estéril si no
fuera acompañado por un compromiso profundo de renovación de la conducta
personal y del comportamiento eclesial.
6. A
nivel pastoral, la comunidad católica en China está llamada a permanecer unida,
para superar las divisiones del pasado que tantos sufrimientos han provocado y
lo siguen haciendo en el corazón de muchos pastores y fieles. Que todos los
cristianos, sin distinción, hagan ahora gestos de reconciliación y de comunión.
En este sentido, tomemos en serio la advertencia de san Juan de la Cruz: «A la
tarde te examinarán en el amor» (Palabras de luz y de amor, 1,60).
Que, en el ámbito civil y político, los católicos
chinos sean buenos ciudadanos, amen totalmente a su Patria y sirvan a su País
con esfuerzo y honestidad, según sus propias capacidades. Que, en el plano
ético, sean conscientes de que muchos compatriotas esperan de ellos un grado
más en el servicio del bien común y del desarrollo armonioso de la sociedad
entera. Que los católicos sepan, de modo particular, ofrecer aquella aportación
profética y constructiva que ellos obtienen de su fe en el reino de Dios. Esto
puede exigirles también la dificultad de expresar una palabra crítica, no por
inútil contraposición, sino con el fin de edificar una sociedad más justa, más
humana y más respetuosa con la dignidad de cada persona.
7. Me
dirijo a todos vosotros, queridos hermanos obispos, sacerdotes y personas
consagradas, que «servís al Señor con alegría» (Sal 100,2). Que nos
reconozcamos como discípulos de Cristo en el servicio al Pueblo de Dios. Que
vivamos la caridad pastoral como brújula de nuestro ministerio. Que superemos
las contradicciones del pasado, la búsqueda de intereses personales y atendamos
a los fieles, haciendo nuestras sus alegrías y sufrimientos. Que trabajemos
humildemente por la reconciliación y la unidad. Que retomemos con fuerza y
pasión el camino de la evangelización, como señaló el Concilio Ecuménico
Vaticano II.
A todos vosotros os digo nuevamente con afecto:
«Nos moviliza el ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos
que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces
arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos
recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino
misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera
vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de
la mediocridad tranquila y anestesiante» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate,
19 marzo 2018, 138).
Os ruego con convicción que pidáis la gracia de no
vacilar cuando el Espíritu nos reclame que demos un paso adelante: «Pidamos el
valor apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer
de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. En todo caso, dejemos que el
Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado.
De ese modo la Iglesia, en lugar de estancarse, podrá seguir adelante acogiendo
las sorpresas del Señor» (ibíd., 139).
8. En
este año, en el que toda la Iglesia celebra el Sínodo de los Jóvenes, deseo
dirigirme especialmente a vosotros, jóvenes católicos chinos, que atravesáis
las puertas de la Casa del Señor «con himnos dándole gracias y bendiciendo su
nombre» (Sal 100,4). Os pido que colaboréis en la construcción del
futuro de vuestro País con los dones personales que habéis recibido y con
vuestra fe joven. Os animo a llevar a todos, con vuestro entusiasmo, la alegría
del Evangelio.
Estad dispuestos a acoger como guía segura al
Espíritu Santo, que indica al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y
la paz. Dejaos sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando
os pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras
fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide fraternidad,
encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y espíritu de servicio, a pesar de
tantas experiencias dolorosas del pasado reciente y de las heridas todavía
abiertas.
Abrid el corazón y la mente para discernir el plan
misericordioso de Dios, que nos pide superar los prejuicios personales y
antagonismos entre los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente
y fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.
Muchas son las tentaciones de hoy: el orgullo del
éxito mundano, la cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las
cosas materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced
firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es eterna», solo
su fidelidad dura «por todas las edades» (Sal 100,5).
9.
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos reconocer
como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está sucediendo hoy en la vida
de la Iglesia en China. Tenemos una tarea importante: acompañar con la oración
fervorosa y la amistad fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De
hecho, ellos deben experimentar que no están solos en el camino que en este
momento se abre ante ellos. Es necesario que sean acogidos y ayudados como
parte viva de la Iglesia: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos
unidos» (Sal 133,1).
Que
cada comunidad católica local, en todo el mundo, se comprometa a valorizar y a
acoger el tesoro espiritual y cultural específico de los católicos chinos. Ha
llegado la hora en que probemos juntos los frutos genuinos del Evangelio
sembrado en el seno del antiguo “Reino del Medio” y que elevemos al Señor
Jesucristo el canto de la fe y de la acción de gracias, embellecido con
auténticas notas chinas.
10. Me dirijo con
respeto a los que guían la República Popular China y renuevo la invitación a
continuar el diálogo iniciado hace tiempo con confianza, valentía y amplitud de
miras. Deseo asegurar que la Santa Sede seguirá trabajando sinceramente para
crecer en la auténtica amistad con el Pueblo chino.
Los contactos actuales entre la Santa Sede y el
Gobierno chino se están revelando útiles para superar las contraposiciones del
pasado, también reciente, y para escribir una página de colaboración más serena
y concreta en la certeza de que «las incomprensiones no favorecen ni a las
Autoridades chinas ni a la Iglesia católica en China» (Benedicto XVI, Carta
a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4).
De este modo, China y la Sede Apostólica, llamadas
por la historia a una tarea difícil pero apasionante, podrán actuar más
positivamente a favor del crecimiento ordenado y armonioso de la comunidad
católica en tierra china, y se esforzarán en promover el desarrollo integral de
la sociedad, asegurando un mayor respeto por la persona humana también en el
ámbito religioso, trabajando de forma concreta en la protección del ambiente en
el que vivimos y en la construcción de un futuro de paz y de fraternidad entre
los pueblos.
Es de suma importancia que también en China, a
nivel local, se profundicen cada vez más las relaciones entre los Responsables
de las comunidades eclesiales y las Autoridades civiles, mediante un diálogo
sincero y una escucha sin prejuicios que permita superar las actitudes
recíprocas de hostilidad. Se tiene que aprender un estilo nuevo de colaboración
sencilla y cotidiana entre las Autoridades locales y las eclesiásticas
—obispos, sacerdotes, ancianos de las comunidades— de tal modo que se garantice
el desarrollo ordenado de las actividades pastorales, armonizando las
expectativas legítimas de los fieles y las decisiones que son competencia de
las Autoridades.
Esto ayudará a comprender que la Iglesia en China
no es ajena a la historia china, ni pide ningún privilegio: su finalidad en el
diálogo con las Autoridades civiles es la de «llegar a una relación basada en
el respeto recíproco y en el conocimiento profundo» (ibíd.).
11. En nombre de
toda la Iglesia, pido al Señor el don de la paz, a la vez que os invito a todos
a invocar conmigo la protección maternal de la Virgen María.
Madre del cielo, escucha la voz de tus hijos, que
humildemente invocan tu nombre.
Virgen de la esperanza, a ti confiamos el camino de
los creyentes en la noble tierra de China. Te pedimos que presentes al Señor de
la historia las tribulaciones y las fatigas, las súplicas y las esperanzas de
los fieles que te rezan, oh Reina del cielo.
Madre de la Iglesia, te consagramos el presente y
el futuro de las familias y de nuestras comunidades. Protégelas y ayúdalas en
la reconciliación fraterna y en el servicio hacia los pobres que bendicen tu
nombre, oh Reina del cielo.
Consoladora de los afligidos, nos dirigimos a ti
para que seas refugio de los que lloran en la hora de la prueba. Vela sobre tus
hijos que alaban tu nombre, haz que lleven juntos el anuncio del Evangelio.
Acompaña sus pasos por un mundo más fraterno, haz que todos lleven la alegría
del perdón, oh Reina del cielo.
María, Auxilio de los cristianos, te pedimos para
China días de bendición y de paz. Amén.
Vaticano, 26 de septiembre de 2018
FRANCISCO
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