Como ya se acercan tiempos litúrgicos fuertes, me parece oportuno repasar algunas ideas que han sido temas de preocupación de la Iglesia en el mundo moderno en el que todavía vivimos. Ya ayer hice el post sobre el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma del 2018… Y es que, a nosotros, los católicos adultos, somos a quienes los Papas de nuestros tiempos nos exhortan… EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DE SU SANTIDAD PABLO VI "EVANGELII NUNTIANDI AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES DE TODA LA IGLESIA ACERCA DE LA EVANGELIZACIÓN EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DE SU SANTIDAD PABLO VI
“Tema frecuente de nuestro pontificado”
“3. En diversas ocasiones, ya antes del Sínodo, Nos pusimos de relieve la importancia de este tema de la evangelización. "Las condiciones de la sociedad —decíamos al Sacro Colegio Cardenalicio del 22 de junio de 1973— nos obligan, por tanto, a revisar métodos, a buscar por todos los medios el modo de llevar al hombre moderno el mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus interrogantes y la fuerza para su empeño de solidaridad humana" (7). Y añadíamos que, para dar una respuesta válida a las exigencias del Concilio que nos están acuciando, necesitamos absolutamente ponernos en contacto con el patrimonio de fe que la Iglesia tiene el deber de preservar en toda su pureza, y a la vez el deber de presentarlo a los hombres de nuestro tiempo, con los medios a nuestro alcance, de una manera comprensible y persuasiva.” [EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DE SU SANTIDAD PABLO VI "EVANGELII NUNTIANDI" AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES DE TODA LA IGLESIA ACERCA DE LA EVANGELIZACIÓN EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO]
El Sumo Pontífice incluye a los seglares y en especial a la familia:
“La familia
71. En el seno del apostolado
evangelizador de los seglares, es imposible dejar de subrayar la acción
evangelizadora de la familia. Ella ha merecido muy bien, en los diferentes
momentos de la historia y en el Concilio Vaticano II, el hermoso nombre de
"Iglesia doméstica" (106). Esto significa que en cada familia
cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por
otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el
Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia.
Dentro, pues, de una familia
consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son
evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que
pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido.
También las familias formadas por un matrimonio mixto tienen el deber de
anunciar a Cristo a los hijos en la plenitud de las implicaciones del bautismo
común; tienen además la no fácil tarea de hacerse artífices de unidad.
Una familia así se hace
evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive.
Los jóvenes
72. Las circunstancias nos invitan a
prestar una atención especialísima a los jóvenes. Su importancia numérica y su
presencia creciente en la sociedad, los problemas que se les plantean deben
despertar en nosotros el deseo de ofrecerles con celo e inteligencia el ideal
que deben conocer y vivir. Pero, además, es necesario que los jóvenes bien
formados en la fe y arraigados en la oración, se conviertan cada vez más en los
apóstoles de la juventud. La Iglesia espera mucho de ellos. Por nuestra parte,
hemos manifestado con frecuencia la confianza que depositamos en la juventud.”
Y mas adelante, Su Santidad se refiere a los
evangelizadores:
“Exhortación apremiante
74. No quisiéramos poner fin a este
coloquio con nuestros hermanos e hijos amadísimos, sin hacer una llamada
referente a las actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelización.
En nombre de nuestro Señor
Jesucristo, de los Apóstoles Pedro y Pablo, exhortamos a todos aquellos que,
gracias a los carismas del Espíritu y al mandato de la Iglesia, son verdaderos
evangelizadores, a ser dignos de esta vocación, a ejercerla sin resistencias
debidas a la duda o al temor, a no descuidar las condiciones que harán esta
evangelización no sólo posible, sino también activa y fructuosa. He aquí, entre
otras las condiciones fundamentales que queremos subrayar.
Bajo el aliento del Espíritu
75. No habrá nunca evangelización
posible sin la acción del Espíritu Santo. Sobre Jesús de Nazaret el Espíritu
descendió en el momento del bautismo, cuando la voz del Padre —"Tú eres mi
hijo muy amado, en ti pongo mi complacencia"— (107) manifiesta de manera
sensible su elección y misión.
Es "conducido por el
Espíritu" para vivir en el desierto el combate decisivo y la prueba
suprema antes de dar comienzo a esta misión (108). "Con la fuerza del
Espíritu" (109) vuelve a Galilea e inaugura en Nazaret su predicación,
aplicándose a sí mismo el pasaje de Isaías: "El Espíritu del Señor está
sobre mí". "Hoy —proclama El— se cumple esta Escritura" (110). A
los Discípulos, a quienes está para enviar, les dice alentando sobre ellos: "Recibid
el Espíritu Santo" (111).
En efecto, solamente después de la
venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, los Apóstoles salen hacia
todas las partes del mundo para comenzar la gran obra de evangelización de la
Iglesia, y Pedro explica el acontecimiento como la realización de la profecía
de Joel: "Yo derramaré mi Espíritu" (112). Pedro, lleno del Espíritu
Santo habla al pueblo acerca de Jesús Hijo de Dios (113). Pablo mismo está
lleno del Espíritu Santo (114) ante de entregarse a su ministerio apostólico,
como lo está también Esteban cuando es elegido diácono y más adelante, cuando
da testimonio con su sangre (115). El Espíritu que hace hablar a Pedro, a Pablo
y a los Doce, inspirando las palabras que ellos deben pronunciar, desciende
también "sobre los que escuchan la Palabra" (116).
"Gracias al apoyo del Espíritu
Santo, la Iglesia crece" (117). El es el alma de esta Iglesia. El es quien
explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su
misterio. El es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en
cada evangelizador que se deja poseer y conducir por El, y pone en los labios
las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma
del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino
anunciado.
Las técnicas de evangelización son
buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta
del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue
absolutamente nada sin El. Sin El, la dialéctica más convincente es impotente
sobre el espíritu de los hombres. Sin El, los esquemas más elaborados sobre
bases sociológicas o sicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor.
Nosotros vivimos en la Iglesia un
momento privilegiado del Espíritu. Por todas partes se trata de conocerlo
mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente feliz de estar bajo su
moción. Se hace asamblea en torno a Él. Quiere dejarse conducir por El.
Ahora bien, si el Espíritu de Dios
ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia, actúa todavía mucho más en
su misión evangelizadora. No es una casualidad que el gran comienzo de la
evangelización tuviera lugar la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del
Espíritu.
Puede decirse que el Espíritu Santo
es el agente principal de la evangelización: Él es quien impulsa a cada uno a
anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y
comprender la Palabra de salvación (118). Pero se puede decir igualmente que Él
es el término de la evangelización: solamente Él suscita la nueva creación, la
humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en
la variedad que la misma evangelización querría provocar en la comunidad
cristiana. A través de Él, la evangelización penetra en los corazones, ya que Él
es quien hace discernir los signos de los tiempos —signos de Dios— que la
evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia.
El Sínodo de los Obispos de 1974,
insistiendo mucho sobre el puesto que ocupa el Espíritu Santo en la
evangelización, expresó asimismo el deseo de que Pastores y teólogos —y
añadiríamos también los fieles marcados con el sello del Espíritu en el
bautismo— estudien profundamente la naturaleza y la forma de la acción del
Espíritu Santo en la evangelización de hoy día. Este es también nuestro deseo,
al mismo tiempo que exhortamos a todos y cada uno de los evangelizadores a
invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a dejarse guiar
prudentemente por El como inspirador decisivo de sus programas, de sus
iniciativas, de su actividad evangelizadora.”
Y por otra parte, sobre los agentes
evangelizadores…
Ministerios diversificados
73. Es así como adquiere toda su
importancia la presencia activa de los seglares en medio de las realidades
temporales. No hay que pasar pues por alto u olvidar otra dimensión: los
seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus
Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida
de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que
el Señor quiera concederles.
No sin experimentar íntimamente un
gran gozo, vemos cómo una legión de Pastores, religiosos y seglares, enamorados
de su misión evangelizadora, buscan formas cada vez más adaptadas de anunciar
eficazmente el Evangelio, y alentamos la apertura que, en esta línea y con este
afán, la Iglesia está llevando a cabo hoy día. Apertura a la reflexión en
primer lugar, luego a los ministerios eclesiales capaces de rejuvenecer y de
reforzar su propio dinamismo evangelizador.
Es cierto que al lado de los
ministerios con orden sagrado, en virtud de los cuales algunos son elevados al
rango de Pastores y se consagran de modo particular al servicio de la
comunidad, la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin orden sagrado, pero
que son aptos a asegurar un servicio especial a la Iglesia.
Una mirada sobre los orígenes de la
Iglesia es muy esclarecedora y aporta el beneficio de una experiencia en
materia de ministerios, experiencia tanto más valiosa en cuanto que ha
permitido a la Iglesia consolidarse, crecer y extenderse. No obstante, esta
atención a las fuentes debe ser completada con otra: la atención a las
necesidades actuales de la humanidad y de la Iglesia. Beber en estas fuentes
siempre inspiradoras, no sacrificar nada de estos valores y saber adaptarse a
las exigencias y a las necesidades actuales, tales son los ejes que permitirán
buscar con sabiduría y poner en claro los ministerios que necesita la Iglesia y
que muchos de sus miembros querrán abrazar para la mayor vitalidad de la
comunidad eclesial. Estos ministerios adquirirán un verdadero valor pastoral y
serán constructivos en la medida en que se realicen con respecto absoluto de la
unidad, beneficiándose de la orientación de los Pastores, que son precisamente
los responsables y artífices de la unidad de la Iglesia.
Tales ministerios, nuevos en
apariencia pero muy vinculados a experiencias vividas por la Iglesia a lo largo
de su existencia —catequistas, animadores de la oración y del canto, cristianos
consagrados al servicio de la palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos
necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de Movimientos
apostólicos u otros responsables—, son preciosos para la implantación, la vida
y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse en torno a
ella y hacia los que están lejos. Nos debemos asimismo nuestra estima
particular a todos los seglares que aceptan consagrar una parte de su tiempo,
de sus energías y, a veces, de su vida entera, al servicio de las misiones.
Para los agentes de la
evangelización se hace necesaria una seria preparación. Tanto más para quienes
se consagran al ministerio de la Palabra. Animados por la convicción, cada vez
mayor, de la grandeza y riqueza de la palabra de Dios, quienes tienen la misión
de transmitirla deben prestar gran atención a la dignidad, a la precisión y a
la adaptación del lenguaje. Todo el mundo sabe que el arte de hablar reviste
hoy día una grandísima importancia. ¿Cómo podrían descuidarla los predicadores
y los catequistas?
Deseamos vivamente, que en cada
Iglesia particular, los obispos vigilen por la adecuada formación de todos los
ministros de la Palabra. Esta preparación llevada a cabo con seriedad aumentará
en ellos la seguridad indispensable y también el entusiasmo para anunciar hoy
día a Cristo.
Y últimamente, Papa Francisco nos exhorta en su Evangelii Gaudium:
“1. La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años.
i. Alegría que se renueva y se comunica 2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida
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en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado. 3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque « nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor ».1 Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: « Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores ». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar « setenta veces siete » (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante! 4. Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: « Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo » (9,2). Y anima a los habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: « ¡Dad gritos de gozo y de júbilo! » (12,6). A quien ya lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a convertirse en mensajero para los demás: « Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén » (40,9). La creación entera participa de esta alegría de la salvación: « ¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! ¡Prorrumpid, montes, en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido » (49,13). Zacarías, viendo el día del Señor, invita a dar vítores al Rey que llega « pobre y montado en un borrico »: « ¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén, que viene a ti tu Rey, justo y victorioso! » (9,9). Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto: « Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo » (3,17). Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: « Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día » (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!”
Con mucho cariño,
Noel y Silvia
Desde “La
Porciúncula”
Centro San Pablo
Guatemala
(502) 5299-0462
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