Oculto Y Revelado En Lucas – Hechos
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Julia Blum - enero 25, 2018
Antes
y después
En
mi post anterior subrayé porqué según Isaías 53:3 el ocultar
el rostro ha sido un paso importante en el programa
mesiánico y una característica prominente en la imagen del “Siervo
Mesiánico”. Por lo tanto, podríamos esperar que este
concepto esté también presente en el Nuevo Testamento: el Mesías,
oculto en el cielo desde el principio, viene a la tierra, pero sigue
permaneciendo oculto, solo para ser revelado en el tiempo señalado.
Por eso, si Jesús era el Mesías y tenía que cumplir con el
programa mesiánico de Isaías 53, era necesario que ocultase
su rostro, su estatus mesiánico necesitaba ser ocultado
durante su vida y su ministerio. Por lo tanto, podemos sugerir que el
mesianismo de Jesús fue entendido, no solo por él mismo, sino
también por aquellos que describían su vida y su ministerio, en
términos de un Mesías “escondido y revelado”—un Mesías cuyo
mesianismo está oculto hasta el tiempo señalado, y solo revelado
tiempo después—. ¿Encontramos pruebas de este concepto en el
Nuevo Testamento?
Ya
que Lucas es el único autor que describe tanto la vida terrenal de
Jesús como el ministerio de sus discípulos después de la
crucifixión y resurrección, son los escritos de Lucas los que nos
proporcionan una única oportunidad para seguir el desarrollo de
este “antes y después” del tema. Mientras escribía
sobre la vida terrenal de Jesús, Lucas continuamente le describe
ocultando su mesianismo (y llamándose a sí mismo como Hijo del
Hombre, en lugar de Mesías), mientras que en Hechos, el secreto del
mesianismo de Jesús cede ante la proclamación pública y ahí vemos
los implacables esfuerzos de sus discípulos en comunicar a todos su
mesianismo.
Él le
mandó que no lo dijese a nadie
Empecemos
por el primer caso en Lucas, donde vemos a Jesús prohibiendo hacer
público su mesianismo. Sigue inmediatamente después del episodio
conocido sobre el rechazo de Jesús en la sinagoga de Nazaret, en el
capítulo 4. Vemos que a diferencia del pueblo de Nazaret, habían
algunos que le reconocieron como Mesías —estos eran los demonios,
pero Él siempre les prohibió que lo proclamaran —. Así pues, el
endemoniado de Capernaum ocurre en Lucas 4:33, cuando el Mesías es
saludado y Jesús le reprende: Estaba
en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu de demonio inmundo,
el cual exclamó a gran voz, diciendo: Déjanos; ¿qué tienes con
nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Yo te
conozco quién eres, el Santo de Dios. Y Jesús le reprendió,
diciendo: Cállate, y sal de él.[1] En
la descripción en 4:40 esta confesión demoniaca del Mesías es
formulada otra vez y allí Jesús prohíbe a los demonios que
proclamen su mesianismo: Y
Él le reprendió, no les permitió que hablasen, porque ellos sabían
que Él era el Cristo. [2]
De
la misma manera, los enfermos también fueron objeto de semejante
veto. Encontramos la prohibición de Jesús tanto en la historia del
leproso como en la resurrección de la hija de Jairo. Después de que
el leproso fuese limpio, y
él le mandó que no lo dijese a nadie[3]; después
de la resurrección de la hija del jefe de la sinagoga, Jesús
les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido.[4] Vemos
que “Jesús está manifiestamente preocupado de que la proclamación
de sus milagros le empujen a levantar el velo”.[5]
Sin
embargo, la historia del gentil endemoniado del país de los
gadarenos, revela una excepción. En este caso, la orden de Jesús al
hombre que fue sanado es muy diferente de lo que Él mandó a sus
conciudadanos judíos en situaciones similares: Vuélvete
a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo.[6] Es
importante señalar que este caso proporciona la única excepción en
todo el Evangelio: en todos los otros casos, Jesús rápidamente
evita los títulos mesiánicos y se opone firmemente a que se
propaguen sus milagros. Vemos a Jesús evitando el título de Mesías
incluso mientras hablaba con sus discípulos. Cuando Él les
pregunta: “¿Y
vosotros quién decís que soy? Entonces
respondiendo Pedro, dijo:
El Cristo (Mesías) de Dios”. En
lugar de confirmar la revelación, como sucedió en Mateo, pero él
les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente, y
diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas
cosas…[7] Incluso
aquí y ahora, tiene mucho cuidado al decir: El Cristo (Mesías) ha
de sufrir muchas cosas, como uno seguramente esperaría que dijese
después de la confesión de Pedro.
Proclamado
desde las azoteas
Así
pues, vemos que en el Evangelio de Lucas, Jesús continuamente
prohíbe a sus conciudadanos que hablen de su dignidad mesiánica y
de sus milagros, mientras que al mismo tiempo Él les permite a los
gentiles que digan esas cosas. Pero cuando abrimos el segundo volumen
del mismo autor —el libro de Hechos— el contraste es bastante
drástico. No hay palabras que describan mejor este súbito cambio en
el ambiente, del Evangelio a los Hechos, más que el versículo del
mismo Lucas: Lo
que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las
azoteas.[8] Aquí
en Hechos, ya no se oculta nada más, y la dignidad mesiánica de
Jesús es proclamada a voces y públicamente: contrario a oculto,
escondido, apenas revelado al
oído el
secreto de la dignidad mesiánica de Jesús en el Evangelio, hay una
proclamación abierta de su Mesianismo en el libro de Hechos. En
estos tres discursos públicos —en los capítulos 2, 3 y 4 de
Hechos— Pedro está proclamando en alta voz, casi literalmente en
las azoteas que Jesús de Nazaret es el Mesías: Sepa,
pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a
quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y
Cristo.[9] Sepa,
pues, ciertísimamente toda la casa de Israel. De
repente, el secreto, el conocimiento esotérico del Evangelio, se
convierte en un mensaje ampliamente difundido en Hechos. En algún
lugar, entre el Evangelio y el libro de Hechos, el secreto del
mesianismo de Jesús es revelado.
En
este sentido, la crucifixión de Jesús es sin duda el punto cardinal
de la historia, el tiempo señalado para que el Mesías Oculto sea
revelado. Si retrocedemos desde este punto, vemos a Jesús
escondiendo su mesianismo; si vamos hacia delante, escuchamos a sus
discípulos proclamando su mesianismo abiertamente y sin descanso.
Por eso es que en el último capítulo del Evangelio de Lucas,
tenemos la historia de Emaús. Lucas, un gran escritor, quiere que
examinemos de nuevo el Evangelio completo a la luz de este capítulo
—y también mirar el libro de Hechos a la luz de este capítulo—.
La próxima vez, analizaremos juntos esta maravillosa historia para
que podamos entender mejor esta abrupta transición del Evangelio a
Hechos—del Mesías Oculto al Mesías Revelado—.
Si
te gustó este artículo, puede que también te guste mi libro As
Though Hiding His Face, en el que discutimos en profundidad el tema
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Books by Julia
[1] Lucas
4:33-35
[2] Me
gustaría recordarles que Cristo (del griego Χριστός,
Christós) significa “el Ungido”, el Mesías.
[3] Lucas
5:14
[4] Lucas
8:56
[6] Lucas
8:39
[7] Lucas
9:20-21
[8] Lucas
12:3
[9] Hechos
2:36
CapÍtulo
Transitorio (1) Sus Ojos Estaban Velados
By
Julia Blum - febrero
1, 2018
En
el mismo día
Como
todos sabemos, Lucas es el único autor en el Nuevo Testamento que
sintió la necesidad de completar la historia de la vida “oculta” de
Jesús en el Evangelio, con la historia de sus discípulos en Hechos,
proclamando aquí abiertamente que Jesús es el Mesías. Más aún,
en su escrito de dos volúmenes, Lucas nos proporciona una formidable
herramienta para entender la naturaleza del abrupto cambio entre el
Evangelio y Hechos: ¿Por qué el estatus mesiánico de Jesús,
escondido tan a fondo en el Evangelio, de repente empieza a ser
proclamado públicamente en Hechos? ¿Por qué lo que fue
hablado al oído en cámaras secretas en el Evangelio,
es “proclamado desde las azoteas” en Hechos? El
último capítulo del Evangelio de Lucas sirve no solo como una
maravillosa transición literaria hacia el segundo volumen, sino
también como una clave espiritual para toda la historia del
mesianismo de Jesús y la restringida visión de Israel en el escrito
de Lucas.
Ustedes
recuerdan, por supuesto, esta hermosa historia de los dos discípulos
en el último capítulo del Evangelio de Lucas —cómo en el primer
día de la semana—, ese mismo día de Yom
Rishon,
el domingo, que comenzó con la asombrosa historia de las mujeres y
cómo ellas no encontraron el cuerpo de Jesús , en el mismo día,
pero horas más tarde, dos
de ellos viajaban… hacia una villa llamada Emaús” (en
hebreo es Ammaus —
עמאוס), que
estaba a 60 estadios(como
a unas siete millas) de
Jerusalén. Podemos
imaginar lo que estaba sucediendo en sus corazones y en sus mentes.
Estaban absolutamente perplejos de todo lo que había sucedido a su
Maestro, y estaban hablando entre ellos sobre estos eventos. Ahora
bien, en el camino el
mismo Jesús… fue con ellos, pero
ellos no le reconocieron. Siguieron comentando; respondieron a Jesús
cuando Él les preguntó sobre las últimas noticias de Jerusalén;
estaban desconcertados de que Él no supiese qué había sucedido
—pero no le reconocieron—. Entonces Él dijo algo muy
remarcable: ¡Oh
insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas
han dicho![1] Debemos
admitir que es realmente difícil imaginar a un viajero ocasional
diciendo algo tan duro —uno ha de tener una verdadera autoridad
para decir estas palabras— pero a pesar de esas palabras, no le
reconocieron. Entonces Él comenzó a enseñarles sobre las
escrituras. Uno podría pensar que ellos deberían haberle recordado,
habiéndoles enseñado tantas veces cuando estaba con ellos, aún
así, fueron incapaces de reconocerle. Mas
los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen.[2]
Ya
vimos que referirse a la venida del Mesías
como oculto y revelado podría
tomarse como una representación del judaísmo del primer siglo. La
idea del mesías siendo irreconocible por el pueblo
de Israel, era una idea muy común en el pensamiento judío. En este
sentido, la historia de Emaús apenas conlleva una prueba adicional a
esta idea. Sin embargo, mediante esta historia, Lucas muestra
claramente cómo y por qué ellos no le reconocieron —y eso es lo
que vamos a comentar ahora—.
Sus
ojos estaban velados
Intentemos
comprender qué sucedió en los ojos de los discípulos camino a
Emaús. Leemos que sus ojos estaban
velados.En
inglés, como en griego, el verbo velados es
la forma pasiva del verbo velar.
Esencialmente significa que, fuera lo que fuese que les sucediera a
los discípulos, su incapacidad para reconocer a Jesús no dependía
de ellos mismos. Alguien estaba velando sus
ojos hasta que el momento señalado llegara.[3] Entonces,
cuando el tiempo señalado llegó, ese mismo alguien abrió
sus ojos: Entonces
les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron.[4] Una
vez más, como en el versículo 16, el texto utiliza la forma
pasiva: les
fueron abiertos los ojos.
El verbo griego[5]empleado
aquí significa “ser completamente abierto, enteramente”, y
ocurre varias veces en la Septuaginta. El uso de la forma activa
de este verbo es remarcable. En casi todos los lugares en la
Septuaginta, donde este verbo se encuentra en la forma activa, el
sujeto de la oración es Dios mismo, lo cual nos lleva a una
conclusión muy importante: Dios es el único que puede abrir
nuestros ojos espirituales. Por ejemplo, en II Reyes 6:17. Elías
ruega al Señor que abra los ojos de su siervo: “SEÑOR,
te ruego, abresus
ojos para que él pueda ver. Y el SEÑOR abrió los
ojos del joven y vio. Ese
es el porqué de las palabras de Lucas al final del mismo
capítulo: Entonces
les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las
Escrituras[6],
de alguna forma, es una declaración de fe: Lucas evidentemente cree
que Jesús es Dios y esa es la causa del porqué Él tiene la
autoridad de Dios para abrir.
Según Lucas, el Señor y solo Él, tiene el poder para velar el
entendimiento y los ojos —y es el único que puede abrir,
desbloquear el entendimiento y los ojos. Los ojos de los discípulos
en el camino de Emaús fueron velados de una manera soberana
solamente por Su mano, y de algún modo podrían haber reconocido a
Jesús hasta que Él mismo abrió sus ojos.
Respecto
a esto, me gustaría recordar la conocida escena en la sinagoga de
Nazaret del capítulo 4 del Evangelio de Lucas: Vino
a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en
la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a
leer… [7] Mientras
leía esos versículos, Lucas 4:16:30, uno sin duda se asombra ante
el increíble ambiente tenso que llenaba la sinagoga cuando Jesús
leía al profeta Isaías. ¿Cuál es la raíz de la tensión, y de
qué da testimonio? Y
los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él… Y todos
daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras
de gracia que salían de su boca.[8] En
otras palabras, Lucas muestra un cuadro muy similar al que
vimos en el camino de Emaús: los corazones de aquellos que
escucharon a Jesús, ardían, estaban claramente sintiendo que Aquel
que estaba delante de ellos tenía una autoridad especial, una
autoridad extra humana. Y
los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él con
un deseo intenso y esperando ver en Él a Aquel a quien sentían en
sus corazones, Él era. Yo creo que ellos deseaban desesperadamente
obedecer la voz de sus corazones y reconocerle como Mesías —¿y
aun así? — no pudieron. ¿Por qué? ¿Cuál fue la diferencia
entre los discípulos del camino de Emaús y los conciudadanos de
Jesús en Nazaret? Lucas deja claro que en ambos casos, los corazones
ardían, y en ambos casos los ojos fijos en Jesús estaban velados
por nadie más que por el mismo Señor (ya sabemos que en la Biblia
nadie más puede velar o abrir los ojos de alguien). Sin embargo, los
ojos de los discípulos en el camino de Emaús fueron finalmente
abiertos, mientras que los ojos de la gente de Nazaret permanecieron
velados…
Este
es un mensaje que Lucas transmite a su lector en este capítulo
transitorio: ninguno, aparte del mismo Dios puede velar o
abrir los ojos espirituales. Para Lucas, está clara Su decisión,
y es solo suya en ambos casos, en el caso de los discípulos camino a
Emaús, cuyos ojos al final fueron abiertos y que finalmente le
reconocieron, y en el caso de la sinagoga, donde los ojos de la gente
permanecieron velados y no le reconocieron.
Continuará…
(Si
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libros, puedes obtenerlos en mi
página, https://blog.israelbiblicalstudies.com/julia-blum/.)
[1] Lucas
24.25
[2] Lucas
24:16
[3] En
griego, exactamente como en inglés, tenemos la forma
pasiva (εκρατουντο) del
verbo velar (Κρατεω).
[4] Lucas
24:31
[5] Διανοιγω
[6] Lucas
24:45
[7] Lucas
4:16
[8] Lucas
4:20, 22
CONTINUARA - Shalom
Noel y Silvia
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