En este paso de la Redditio, Kiko nos da la opción de poner como himno invitatorio en la Liturgia de Laudes, el himno de "La Cruz Gloriosa". Y es muy apropiado, dado lo que les transcribo a continuación:
Con mucho cariño,
Noel y Silvia
"La Porciúncula", Guatemala.
Significado de la Cruz Gloriosa
Dentro de la pedagogía del Camino Neocatecumenal aparece, ya desde los
comienzos, un elemento clave que acompañará al catecúmeno en el
redescubrimiento de su Bautismo: La Cruz.
Kiko Argüello, iniciador de las comunidades neocatecumenales, diseñó una
cruz para las celebraciones que recibiría el nombre, entre los catecúmenos, de
“Cruz Gloriosa” . Kiko, como artista que es, ha dotado a la seña de identidad
más importante del cristianismo de toda una catequesis en la que nos vamos a
adentrar. En el Camino Neocatecumenal existe un cuidado muy especial de los
signos, porque todos ellos deben ser para el espectador un reflejo del amor de
Dios para con el hombre. No se puede, por tanto, menospreciar el valor y
significado de algunos elementos de nuestras celebraciones. Ignorar dicho
significado equivaldría a perdernos la oportunidad de participar más directamente
del misterio del Amor cristiano: “Amaos como yo os he amado” (Jn. 13,34) pero
¿como nos ha amado el Señor? “Cuando éramos sus enemigos” (Rom.5, 6-10). Veamos
que se desprende del misterio.
No fue hasta el siglo IV cuando la cruz se
convirtió en el símbolo predilecto para representar a Cristo y su misterio de
salvación. Fue gracias a Constantino y a su madre Elena cuando la atención de
los cristianos a la cruz fue creciendo, de tal modo que desde el siglo V en
Oriente y desde el VII en Occidente se celebra el 14 de septiembre la fiesta de
la Exaltación de la Cruz.
En un principio las representaciones artísticas ofrecían a un Cristo
glorioso, vestido con larga túnica y corona real; Aún estando en la cruz él es
el Vencedor. Más adelante, con la espiritualidad de la Edad Media, se le
representará en su estado de sufrimiento y de dolor. Kiko Argüello ha recogido
toda la tradición artística de la cruz para representar a un Cristo crucificado
por nuestras culpas, como lo profetizó Isaías en su visión del “siervo de
Yavhé” (Is. 53) pero al mismo tiempo vencedor sobre las mismas, de
tal modo que el que crea sea salvo, como insiste San Pablo en toda su teología
de la salvación en la epístola a los Romanos.
La cruz que se utiliza en el Camino Neocatecumenal es una cruz alzada,
elevada, a diferencia de otras cruces que podemos encontrar en las Iglesias
adosadas al presbiterio o situadas encima del altar, o incluso en suspensión
sobre el mismo. Es una cruz también procesional, que permite encabezar con ella
el rito de entrada en las ocasiones más solemnes. Pero ¿Qué significado
encierra el hecho de ser alzada? ¿Es casualidad o tiene una importancia
determinada que ignoramos?
Una de las respuestas la encontramos en el libro de los Números, en un
relato en el que los Israelitas son atacados por serpientes enviadas por Dios
para castigar la murmuración de su pueblo, fruto de su rebeldía. Moisés,
intercediendo por el pueblo, pide a Dios un remedio que permita sobrevivir a
los que han sido mordidos, y el Señor le responde:”Hazte un Abrasador y ponlo
sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá” (Num.21,8).
De la misma manera que todo Israelita que mirara la serpiente colgada del
mástil quedaba salvo así todo aquel que mira la cruz levantada recibe la
salvación, porque experimenta dentro de su ser el perdón de los pecados.
Es por tanto propicio que la cruz pueda ser visible para toda la
asamblea, con una cierta elevación, que permita el descubrimiento del amor de
Dios Padre para con el hombre, siendo su Hijo, en la cruz, el camino que nos
lleva al Padre.
La Cruz, sobre la que Cristo reina, tiene una dimensión mucho más
trascendente de la que podamos imaginar. El hecho de ser alzada tiene también
una cierta relación con otro personaje de la historia sagrada: Jacob. Como
relatan las Escrituras, Jacob, en un momento de su vida tiene una revelación en
forma de sueño. La escalera que él vislumbra en este sueño (Gn.28,12) por la
que suben y bajan los ángeles es una imagen fiel reflejo de la cruz de Cristo.
Así como la escalera del sueño de Jacob unía el cielo y la tierra del mismo
modo la cruz de Cristo “rompe el velo” que separaba al hombre de Dios (Lc.23,
Mc.15, Mt.27), y le permite contemplar y gustar de su amor y misericordia.
Cristo, siervo de los siervos, ha reunido lo que en un principio estaba unido y
quedó separado por la caída de Adán y Eva. La distancia y la incomunicación que
había aparecido entre el hombre y Dios, por el pecado de nuestros padres, fue
salvada por la Cruz.
La Cruz es esta “escalera de Jacob” que permite al hombre llamar a Dios
Abba, Padre; esta escalera que acerca la criatura al creador, que permite al
que se había alejado retornar a la casa del Padre. En definitiva, la Cruz es el
medio que Dios ha pensado para reconciliarnos con él y para poder darnos de su
naturaleza divina, de modo que ya ni la altura ni la profundidad nos podrán
separar de Dios (Rom. 8,35).
La cruz es también elevada porque el lugar en el que se produjo nuestra
condenación y después nuestra liberación fue junto a un árbol. En el paraíso
Adán y Eva desobedecieron a Dios al pie de un árbol, un manzano, y en el
Gólgota Cristo y la Virgen repiten la escena pero obedeciendo al Dios y Señor
de la Vida junto a un leño, la cruz. Por eso la cruz se eleva como un árbol,
árbol de la salvación, que, como canta el salmo, no vacila aún estando delante
de fuertes corrientes (Sal.1), y sigue lozano y frondoso aún pasando el tiempo.
La cruz es este árbol que nos cobija, que nos protege, que “resiste las
corrientes de agua”, sobre el que ponemos nosotros nuestra tienda, que nos
alimenta con su fruto, Cristo, el pan vivo.
Por último, sobre la elevación de la Cruz, cabe también resaltar la
profecía que encontramos en la Escritura por boca de Zacarías, que anuncia a
aquel que ha de venir: “mirarán al que traspasaron” (Za. 12,10) por lo que el
hecho de que esté levantada permite que nosotros participemos de esta profecía,
permitiéndonos ser incluidos en el libro de la Vida.
Sabiendo ya porqué la cruz se levanta pareciendo querer unir el cielo y
la tierra, veremos el significado de cada una de las partes de la misma.
El pie de la cruz que hace de base tiene una forma muy característica.
Aparecen tres figuras simétricas y curvas. Uno de los extremos de cada figura
tiene una forma de cabeza de un animal semejante al águila, con una especie de
pico. En este caso es muy importante el número, porque el tres es el número de
la perfección. La Escritura enseña que Satanás, el ángel caído, era el más
bello de los ángeles, y que fue precisamente su soberbia la que le llevó a
enemistarse con Dios. En toda la tradición iconográfica cristiana las
representaciones animales poco definidas simbolizaban o escenificaban el mal,
entendido como el caos, la oscuridad, la tiniebla, el desorden. Estas tres
figuras de animales poco definidas recuerdan la sinuosidad del diablo, que
condenado a arrastrase por el polvo (Gn. 3,14) intenta con toda su astucia y
maldad engañar al hombre para que rompa con Dios, de tal modo que sea él, y no
otro, dios de si mismo.
El demonio lucha para que Dios, que se ha revelado como YO SOY (Dt.5,6),
no sea, y la forma de conseguirlo es haciéndonos creer que nosotros SOMOS, que
nosotros valemos, que nosotros, en definitiva, somos capaces de distinguir el
bien del el mal. El demonio, aprovechando la libertad que Dios nos ha regalado,
invita al hombre a separarse de él y ser él el centro de su vida, de su
existencia. Cristo, sobre la cruz, muestra la consecuencia de ser “uno mismo”
el centro de su vida, es decir, muestra la consecuencia del pecado.
La cruz, levantada sobre esta base que representa el mal, simboliza y
anuncia la victoria de la Vida sobre la muerte, de la verdad sobre la mentira.
Cristo, el más bello de los hombres (Sal.45), se hace pecado, se hace serpiente
(como nos relatan los Números) “para aniquilar mediante la muerte al Señor de
la muerte, es decir al diablo, y libertar a los que por miedo a la muerte
estaban sometidos de por vida a esclavitud” (Hb. 2,14). Cristo , el YO SOY, el
Justo, rebaja su condición a la de esclavo (Flp.2,1), y cumpliendo las
Escrituras, que maldecían a los que colgaban de un madero, el “bendito para
siempre” se hace maldito, para que nosotros pudiéramos ser los benefactores de
su bendición.
Esta cruz que se eleva sobre el mal es imagen de nuestra cruz, que,
iluminada, nos hace a nosotros caminar por encima del mal, de las aguas que
significan la muerte. Como Cristo mismo reveló: “el que quiera venir en pos de
mi, tome se cruz y me siga, porque el que busca su vida la perderá y el que
pierde su vida por el amor mío la encontrará” (Mt. 9,35ss). Esta cruz, que está
por encima de la muerte y que literalmente la aplasta, recuerda la predicación
de San Pablo: “¿oh muerte donde está tu victoria?” (1ªCor. 15).
Por tanto la “Cruz Gloriosa” que se eleva sobre esta base que simboliza
el mal reproduce fielmente la victoria de Cristo sobre la muerte, y su
elevación, además de significar la gloria y majestad del mismo (Flp. 2,9),
indica que sólo Cristo ha sido capaz de “cubrir de vergüenza la muerte”, como
dice Melitón de Sardes en su Homilía, mostrando así que ésta no tiene poder
sobre Él, y que Él si tiene poder sobre ella, de tal modo que todo el que crea
en el nombre del Señor se salvará.
La Cruz no es un símbolo decorativo, estético, sino que es una de las
formas de ajusticiar que más deshonra y sufrimiento provocaban, tanto es así
que los ciudadanos romanos no podían morir de tal modo. La Cruz muestra la
fuerza del pecado que está en la Ley (1ª Cor. 15). Pero la Ley, como dirá San Pablo
a los Romanos, no ha sido creada para matarnos, es perfecta; Sin embargo ha
sido el hombre, engañado por el diablo, el que ha utilizado la Ley para matar
al otro, para ajusticiar al otro. En definitiva para matar el TU y poder ser
YO. Sin este pecado Cristo no nos habría rescatado: “Oh feliz culpa” cantamos
en la noche de Pascua, “que mereció tan gran redentor”. La cruz es toda ella
una síntesis teológica- catequética que nos enseña la lucha entre el bien y el
mal, que nos habla de Adán y Eva y del Nuevo Adán y de la Nueva Eva.
Este palo, que es la columna, que es lo que levanta la cruz, es imagen
pues del leño, que tiene muchas prefiguraciones. Una es la leña del árbol
prohibido del paraíso, con cuyo fruto Satanás engaño a Adán y a Eva. Recuerda
también la leña para el sacrificio de Isaac, porque en esta cruz, en esta leña,
se consuma el sacrificio de “nuestro Isaac” que es Cristo, el cordero, que
libre y voluntariamente acepta el holocausto en un acto de amor gratuito y
eterno, para remisión de nuestras culpas, y para reconciliarnos, como dice San
Pablo, con Dios. Este leño es reflejo también de la zarza ardiente, que no se
consumía. Esta zarza, cuyo ardor significaba el amor de Dios para con el
hombre, es imagen de la cruz, donde se muestra este amor que es la Luz que
ilumina a todo hombre (Jn.1). La Cruz estaba también prefigurada en el leño con
el que se hizo el Arca de la Alianza, la Shekiná, la presencia de Dios, porque
en la cruz Cristo mostraba la presencia de Dios Padre, su sustancia (Hb. 1,3).
Su cruz era portadora del misterio insondable de su Luz que ilumina a
todo hombre, y así como el Arca recibía el título de la “Alianza” así la Cruz
es para nosotros el arca de la “Nueva Alianza” del “nuevo pacto” de la “Nueva
economía de la Salvación”. La leña de la cruz estaba también prefigurada en el
Arca de Noé, construida con leños y que sobrevivió a las aguas torrenciales que
inundaron la Tierra. Esta cruz es nuestra arca de Noé. Si nos subimos a ella no
pereceremos, “caminaremos” por encima del mar, imagen de la muerte. Y esta cruz
estaba también prefigurada en el cayado de Moisés, con el que abre las aguas
del Mar Rojo. Esta Cruz tiene el poder de abrirnos un “camino” en medio de la
muerte, del sufrimiento, de la angustia. Solo hemos de cogerla, como Moisés
cogió el cayado, en obediencia a Dios, para que nuestro “vino viejo” se
transforme en un “vino nuevo”.
Seguido del leño, de la columna, aparece en la base de la cruz,
propiamente dicha, una gran bola redonda, imagen del mundo. La Iglesia enseña
que nuestros enemigos contra los que hay que combatir son tres: El demonio, el
mundo y la carne. Hemos visto que el demonio está representado en la base y es
el que entra en contacto con la tierra, porque, como Dios ordenó, fue condenado
a arrastrarse por la misma. Después de haber visto el significado de la
columna, que es el leño, y sus prefiguraciones, llegamos a la representación
del mundo, en esta bola, que es imagen de la gran ciudad, de la Babilonia, que
nos somete, que nos oprime, que nos persigue, que nos arrebata la paz. La Gran
Ramera, que narra el Apocalipsis, es el espíritu de la gran ciudad. La lucha no
es contra la ciudad o sus habitantes, sino contra su espíritu, que es el
espíritu de su príncipe, el maligno,“el príncipe de este mundo” (Jn.16,11)
Dios ha bajado porque no se ha quedado indiferente frente al sufrimiento
de su pueblo. Ha descendido para liberar a los hombres del “espíritu de las
tinieblas” que lo tenían preso. Ha venido para dar la vista a los ciegos, y
abrir el oído a los sordos, y para proclamar el año de gracia del Señor
(Lc.4,18). Este mundo está bajo los pies de Cristo, porque "todo lo
sometiste bajo sus pies" (Sal.8). Cristo está por encima del mundo, es
decir, por encima de nuestros sufrimientos, de nuestros pecados, de nuestras
culpas.
Porque se humilló Dios lo exaltó, dándole el nombre sobre todo nombre,
Kiryos, de forma que al oír su nombre toda rodilla se doble, en el cielo y en
la tierra (Flp.2). La cruz que se eleva como “perfume suave” sobre nosotros nos
hace conscientes de que solo en él se encuentra el amor y solo en él se
encuentra el perdón (Sal.130). El mundo está entre Cristo, la Vida, y el
diablo, la muerte, y ha sido Cristo el que ha triunfado en este “prodigioso
duelo” (Melitón de Sardes) .Tiene poder de caminar sobre las aguas, de vencer
este miedo a la muerte que nos atenaza. En esta cruz no participamos de un
misterio abstracto, de una entelequia, sino que visibilizamos algo real,
tangible: Un hombre que se levanta de la muerte.
Cristo ha vencido al mundo, como dirá la víspera de su Pasión (Jn.16),
por una razón concreta: Hacernos a nosotros vencedores y no vencidos,
invitándonos a nosotros a pasar de este mundo al padre, ¿como? A través de la
cruz.
Después del mundo está la Virgen María, columna de la Iglesia. Al pie de
la cruz nos invita a imitar a Cristo, a no escandalizarnos, a no huir del
sufrimiento. La Virgen, entre el mundo y Cristo, es nuestra intercesora. Vela
por nosotros y nos conduce a su Hijo. Como en las bodas de Canaán nos invita a
hacer lo que Él nos diga (Jn.2,5), a obedecerle y a seguirle. Ella es la
perfecta cristiana, la primera mártir, que lejos de escandalizarse asume la
responsabilidad del “fruto de su vientre” mostrándonos así el camino.
Ella es pues imagen de la Iglesia, que nos acompaña en nuestro camino
mientras estamos en el mundo, y nos muestra cómo agarrarnos a la cruz y no
huir, como amar sin medida y no odiar, cómo perdonar de corazón y no culpar.
Sin la Virgen el sufrimiento de la cruz no se podría entender. Ella, aceptando
la voluntad de Dios, nos anima, aún en el sinsentido, a no renegar de su amor y
esperar en su nombre. Por eso está presente en esta cruz, porque sin ella jamás
podríamos llegar al conocimiento pleno de la Verdad, y poder ver la cruz como
Gloriosa.
Tiene en sus cuatro extremos cuatro animales, que son los símbolos de
los 4 evangelistas. Estos 4 símbolos, el llamado tetramorfos, están en las
cuatro esquinas y representan los 4 puntos cardinales a los que llega el
anuncio del Evangelio, es decir, a todas las naciones. El león es Marcos, el
toro es Lucas, el águila es Juan y el hombre es Mateo.
La cruz, por último, tiene como vemos forma de anzuelo, porque Dios,
mediante la cruz de su Hijo rescata a sus criaturas, nosotros los hombres, de
su medio natural, el agua (imagen de la muerte) para concedernos, por pura
gracia, una vida en plenitud. Si Cristo murió en una cruz fue para darnos la
posibilidad de vivir una vida totalmente distinta a como la vive el mundo, y
nosotros hemos sido llamados no sólo para gustar esta vida en este mundo sino
para darla a los demás como hizo nuestro Maestro.
En esta cruz es donde reposa el Hijo del hombre, donde descansa y
reclina la cabeza. La Cruz, escándalo para judíos y necedad para griegos, es
salvación para los que creen en ella. Con su carne destrozada no enseña que el
pecado mata profundamente, destroza a los que tenemos a nuestro alrededor,
provoca descomunión y soledad. Cristo, clavando su carne, nos enseña a morir a
nosotros mismos, a no resistirnos al mal, a poder amar hasta el extremo no solo
con el espíritu sino con nuestro cuerpo.
Cristo en la cruz ha cumplido enteramente el Shemá: “Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. Haz esto y
vivirás” Con la lanzada que traspasó su costado amó a Dios con todo su corazón,
y de él salió sangre, imagen de la vida terrena, y agua, imagen del Bautismo y
de la vida inmortal. Amó al Señor con toda su mente, crucificando su razón con
una corona de espinas, que expresan el dolor del sinsentido del sufrimiento, de
la historia de cada uno. Y amó al Señor con todas sus fuerzas, porque sus
brazos y manos, con los que trabajaba y hacía fuerza, fueron brutalmente
clavados sin él oponer resistencia, mostrando al mundo la no resistencia al mal
y la aceptación del otro sin medida, pues el que extiende las manos es para
expresar su deseo de obedecer y amar.
La cruz representa por tanto este misterio, nunca mejor dicho, del amor
de Dios para con nosotros. Como dijo San Agustín, “La medida del amor es amar
sin medida”
La paz.
Nota: Lo resaltado y agrandado es edicion mia... en un esfuerzo por hacerselo notar. Gracias (nsro).
No comments:
Post a Comment