Friday, October 28, 2016

Fiesta de San Simon y San Judas, apóstoles - ©Evangelizo.org 2001-2016


Fiesta de san Simón y san Judas, apóstoles
Leer el comentario del Evangelio por
Benedicto XVI, papa 2005-2013
Audiencia general del 11/10/2006
La unidad de los Doce, unidad de la Iglesia
      A los apóstoles Simón, el Cananeo, y Judas (Tadeo) –que no debemos confundir con Judas Iscariote- los consideramos juntos no tan sólo porque en la lista de los Doce se citan siempre uno detrás del otro (cf Mt 10,4; Mc 3,18; Lc 6,15; Hch 1,13) sino también porque los detalles que nos han llegado de ellos son muy pocos, a parte del hecho que en el Nuevo Testamento se conserva una carta atribuida a Judas.

      Simón recibe un epíteto variable según las cuatro listas; así, mientras Mateo y Marco lo llaman «el cananeo», Lucas lo llama «celotes». En realidad, los dos calificativos son equivalentes porque tienen el mismo significado. En efecto, en hebreo el verbo «kana» quiere decir «ser celoso, apasionado» ... Es, pues, muy posible que ese Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los celotes, por lo menos se haya caracterizado por un ardiente celo por la identidad judía, así pues, también por Dios, por su pueblo y por la ley divina. Si esto es así, Simón queda situado en las antípodas de Mateo, el cual, por el contrario y en tanto que publicano, ejercía una actividad considerada como del todo impura. Ello es un signo evidente de que Jesús llama como discípuos y colaboradores suyos a personas de las clases sociales y religiosas más diversas si ninguna clase de prejuicios. ¡Lo que le interesa son las personas y no las categorías sociales o las etiquetas!  

      Y lo bueno es que, en el grupo de sus discípulos, a pesar de ser tan diferentes, todos coexistían y superaban todas las dificultades imaginables; en efecto, era él mismo Jesús la razón de su cohesión y quien hacia que todos se encontraran unidos. Esto constituye una clara lección para nosotros, a menudo inclinados a subrayar las diferencias, y posiblemente las oposiciones, olvidando que, en Cristo Jesús, se nos da la fuerza para resolver nuestros conflictos. En nuestro interior no olvidemos que el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia en la que deben encontrar su lugar, todos los carismas, todos los pueblos y razas y todas las cualidades humanas, su identidad y su unidad en la comunión con Jesús
 




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Thursday, October 27, 2016

Sukkot - Tiempo de Nuestra Alegria - Prof. Julia Blum


El tiempo de nuestra alegría

¡Shalom amigos!
Sukkot es un Festival Bíblico de Alegría, incluso es llamado zman simchateinu —“el tiempo de nuestra alegría”—. Las Escrituras nos mandan a estar alegres especialmente durante el Sukkot:

13 Celebrad el Festival de los Tabernáculos durante siete días después de recoger la cosecha de los frutos de vuestra tierra y de vuestras viñas. 14 Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. 15 Siete días celebrarás fiesta solemne a Jehová tu Dios en el lugar que Jehová tu Dios escogiere; porque te habrá bendecido Jehová tu Dios en todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos, y estarás verdaderamente alegre (Deut. 16:13-15).

EL TIEMPO DE NUESTRA ALEGRÍA

In Blog @es by Julia Blum octubre 19, 2016

Sukkot es un Festival Bíblico de Alegría, incluso es llamado zman simchateinu —“el tiempo de nuestra alegría”—. Las Escrituras nos mandan a estar alegres especialmente durante el Sukkot:

13 Celebrad el Festival de los Tabernáculos durante siete días después de recoger la cosecha de los frutos de vuestra tierra y de vuestras viñas. 14 Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. 15 Siete días celebrarás fiesta solemne a Jehová tu Dios en el lugar que Jehová tu Dios escogiere; porque te habrá bendecido Jehová tu Dios en todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos, y estarás verdaderamente alegre (Deut. 16:13-15).

¿Por qué? ¿Por qué Sukkot es un festival tan alegre? Hoy vamos a comentar la lectura de la Torá para el Sabbat que cae entre los días de Sukkot: Éxodo 33:12-34:26. El capítulo 33 de Éxodo describe eventos que sucedieron justo después del terrible pecado de Israel –el incidente del becerro de oro– justo después de que las tablas fueran rotas por Moisés. Al final del capítulo anterior, vimos a Moisés intercediendo por el pueblo y siendo capaz de convencer a Dios para que perdonase a Israel. Al principio de este capítulo, Moisés acaba de recibir la confirmación de Dios: ¡Sí! Él permitirá a Moisés continuar con su misión de guiar al pueblo de Israel a la Tierra Prometida, la tierra que fluye leche y miel. Sin embargo, en Sus palabras, todavía podemos escuchar el eco de Su reciente ira. Cuando ordenó a Moisés e Israel que salieran hacia la Tierra, Él les dice: “Ve a la tierra que fluye leche y miel; porque yo no iré en medio de vosotros, no sea que os consuma durante el camino porque sois un pueblo de dura cerviz”.

Esto parece ser una sentencia absoluta y definitiva, completamente clara y completamente esperada y justa después del terrible pecado que Israel acababa de cometer. Esta porción de la Torá efectivamente se refiere a eso –acerca de la santidad de Dios–, y sobre como Él y Su presencia, no pueden, bajo ningún concepto, habitar entre los pecadores. Yo no iré en medio de vosotros…

Qué enorme debe ser la sorpresa del lector, cuando sin embargo, algo más adelante, en algunos versículos, literalmente se dice: “Mi presencia irá con vosotros y yo os daré reposo”. ¿Cómo podría ser posible? Él no es un hombre para que deba cambiar de opinión (1 Sam.15:29), por lo tanto, ¿qué explicación puede haber para esta aparente contradicción y repentino cambio de Su decisión?

Este es el profundo misterio que estamos a punto de comentar en este capítulo. Así de súbito, nos damos cuenta de que las Escrituras nos hablan, no solo de la santidad de Dios, sino también de Su misericordia. Sí, Su santidad es tal que no puede habitar y no puede ir junto con un pueblo pecador y pecaminoso, aún y así, Él elige habitar y caminar con Su pueblo, porque tal es Su compasión. La frase: Mi presencia irá con vosotros, y yo os daré descanso, testifica que la mismísima compasión de Dios se extiende al hombre pecador y pecaminoso –indigno de estar cerca de Él, indigno delante de Dios, de caminar junto a Él–. Cada uno de nosotros sabe que se merece por completo que el Señor le diga: Pero no iré con vosotros, porque sois un pueblo duro de cerviz y quizá os destruya por el camino. Pero aquí está implícita la gran misericordia de Dios, que a pesar de ello, Él dice a cada persona dispuesta a clamarle: Mi presencia irá contigo y te daré descanso. He aquí la sorprendente y completa interrelación entre la santidad de Dios y Su misericordia –entre Su fuerza y poder y Su mansedumbre y sencillez–.

En muchas traducciones, encontramos ambos versículos 3 y 14 parafraseados: Yo mismo iré; Yo mismo no iré. Pero en la Escritura original hebrea, el versículo 14 es ligeramente diferente del versículo 3. Dice así: Mi rostro irá con vosotros. Si recordamos que a priori de esto, el Señor prometió enviar a Su Ángel, entonces entendemos que es el Ángel de Su rostro –Malach Panav– el cual irá con Israel y les guiará hasta la Tierra Prometida.

¿Quién es este Malach Panav? El nombre completo aparece solo una vez en un lugar –en el libro de Isaías–: En toda la aflicción con que fue afligido, y el Ángel de Su presencia (Ángel de Su rostro –Malach Panav–‎ וּמַלְאַ֤ךְ פָּנָיו֙ ) les salvó: en su amor y en su piedad se acordó de ellos; y él les preservó y les llevó todos los días de antaño (Is. 63:9-10). Sin embargo, actualmente encontramos muchas veces a este Ángel en particular en el Tanach –uno que habla en nombre de Dios como en primera persona–, como si fuese Dios, y permanece delante del pueblo en forma de hombre. Además, la Escritura es muy clara sobre el hecho de que, después de los encuentros con este Ángel, la gente se da cuenta de que ha visto a Dios y que sus vidas han sido restauradas. Le vemos en Génesis 18 cuando se le aparece a Abraham; le vemos batallando con Jacob en el lugar llamado Peniel (Rostro de Dios); Manoah encuentra al “Ángel del SEÑOR” y declara que ha visto a Dios. Este “mensajero” o “ángel” acepta sacrificios de sangre como adoración por parte de Manoah (Jueces 13:9-22). Y si regresamos a Éxodo 33, sin duda, le encontramos también allí: El rostro de Dios va con Israel; el Ángel de su Rostro, Malach Panav, está guiando a Israel hacia la Tierra Prometida: Mi presencia irá con vosotros, y os daré descanso.

Esta es la causa de que Sukkot sea una época de gozo. ¿Has pensado alguna vez que no eres digno de recibir la compañía de Dios? ¿Te has preguntado alguna vez cómo Dios ha podido ser tan paciente contigo y tan misericordioso cuando tú mismo habrías renunciado tiempo atrás? Piensa solo en eso –cada uno de nosotros conoce millones de motivos por los que el Señor podría y debería decirnos–: Yo no iré contigo, no sea que te consuma por el camino, porque tú eres… duro de cerviz. Este pensamiento es muy duro en la tradición judía: Cada uno de nosotros se merece estas palabras por completo; cada uno de nosotros se merece que Dios se niegue a que vayamos con Él –y cada uno de nosotros debe estar muy consciente de ello–. Aún y así, más que nada en el mundo, cada uno de nosotros desea profundamente escuchar algo completamente diferente por parte de Él: Mi presencia irá contigo, y Yo te daré descanso –y lo más maravilloso de esto es que justamente eso es lo que nos está diciendo–. Esta es Su sorprendente promesa para cada uno de nosotros, el incomprensible misterio de Su misericordia: somos duros de cerviz, no nos merecemos Su amor ni Su misericordia, aún y así, Él va con nosotros y nos da reposo.

Este es el misterio de Sukkot –el misterio de Su misericordia y Su renovada relación. En la tradición judía, es bien conocido el hecho de que Moisés regresó con un segundo juego de tablas en Yom Kippur. Sukkot empieza casi inmediatamente después del día de Awe, el día de temblor y arrepentimiento. Finalizamos Yom Kippur y en la misma noche empezamos a construir la Sukkah: zman simchateinu, el tiempo de nuestra alegría ha llegado –porque Dios en Su misericordia, vino al tabernáculo para estar con Su pueblo–.

Saturday, October 22, 2016

Las Dos Cabras del Yom Kipur - Prof. Julia Blum


LAS DOS CABRAS DE YOM KIPPUR

In Blog @es by Julia Blumoctubre 13, 2016Leave a Comment

Una parte muy importante de la liturgia en el Día del Sacrificio en el Tabernáculo y en el Templo, era la ofrenda del sacrificio que requería dos cabras: eran escogidas lo más parecido posible la una de la otra; luego eran llevadas ante el Sumo Sacerdote; y por último eran echadas a suerte, una llevaba escrito “Para el Señor” y la otra “Para Azazel”. La que llevaba escrito para el Señor era ofrecida como sacrificio. Respecto a la otra, el Sumo Sacerdote confesaba los pecados de Israel y era llevada a las montañas del desierto, lejos de Jerusalén donde se le despeñaba para que muriese.

La tradición nos dice que durante el periodo del segundo Templo, estas dos cabras se debían comprar al mismo tiempo y por el mismo precio: debían ser casi idénticas en apariencia y valor. Después de que se hubiesen sorteado para determinar qué rol tendría cada una, un hilo rojo era atado al cuero de la cabra que debía ser llevada al desierto. Entonces, la mitad del hilo era quitado antes de que el animal fuese liberado. ¿Por qué?

La cabra era conducida lejos, por un hombre designado a un lugar específico llamado “desierto” (este lugar estaba a una distancia de cinco días de viaje del Sabbat). Se tomaban las diversas precauciones para asegurarse de que la cabra no regresara nunca. A intervalos iguales, a lo largo del camino, desde el Monte de los Olivos, hasta el lugar indicado, se montaban diez estaciones (paradas). Después de que el hombre y la cabra llegaban a la décima estación, el hombre empujaba la cabra desde el acantilado, de manera que al caer, muriese[1].

Mientras tanto, el Sumo Sacerdote esperaba en el Templo a que la señal del sacrificio fuese completada. La Mishná nos dice que una vez que la cabra había muerto, el hilo rojo que había sido atado a la puerta del santuario se volvería blanco, simbolizando la promesa de Isaías:

“Aunque vuestros pecados fuesen como la grana,
Serán blancos como la nieve;
Aunque sean rojos como el carmesí,
Serán como la lana”.[2]

Las ofrendas por el pecado y la culpa, eran comunes en el antiguo Israel, pero esta ceremonia era absolutamente única. ¿Cuál es el significado de esto? Según escribió Charles Feinberg “no existen verdades más significativas que posiblemente podrían ocupar la mente del creyente, que aquellas descritas en este capítulo de Levítico”.[3] Y eso es lo que sucedió cuando yo escribí mi último libro, para poder abrir el antiguo misterio de Abraham y sus dos hijos, Dios me guió a la llave escritural de este capítulo de Levítico 16. En mi último post, compartí con ustedes mis reflexiones sobre la lectura en la Torá de Rosh-Ha-Shaná. Esta semana ha sido Yom Kippur –y aquí están algunos de los pensamientos de la lectura de la Torá para Yom Kippur–.

“Tan poderosa ha sido para mí la lectura de Rosh Hashaná, que quedé absolutamente asombrada cuando llegó Yom Kippur, con su lectura en Levítico 16 sobre las dos cabras. Por supuesto que no era la primera vez que lo escuchaba, ya conocía este pasaje desde hace años. La lectura matutina de Yom Kippur (Levítico 16:1-34) comenta el servicio especial del Santo Templo en este sagrado día del año y la culminación de este servicio: el sacrificio de la cabra como ofrenda por los pecados, la confesión del Sumo Sacerdote en beneficio de Israel, su entrada en el Santo de los Santos y el envío de la cabra Azazel. Durante muchos años, he conocido esto como la lectura de Yom Kippur, aún y así, que diferente me suena este año por completo.

Leamos estos versículos juntos:

Tomará por parte de la congregación de los hijos de Israel, dos cabras como sacrificio por el pecado, y un becerro como holocausto. Aarón ofrecerá el becerro como sacrificio por su propio pecado para obtener el perdón para sí mismo y para su familia. Tomará las dos cabras y las presentará delante del Señor a la puerta de la tienda del encuentro. Entonces Aarón las echará en suerte: una suerte será por el Señor y la otra por la cabra expiatoria. Y Aarón llevará la cabra sobre la que cayó la suerte por el Señor, y la ofrecerá como sacrificio por el pecado. Pero la cabra sobre la que cayó la suerte expiatoria, se presentará viva delante del Señor para obtener el perdón y después la enviarán al desierto.

Como suele suceder, el Señor me lo mostró una vez y me pareció obvio. Una vez hecho, no se podía deshacer. De repente, el solitario Episodio de Génesis 22 ya nunca más estaba tan solo. El Episodio de Génesis 21 creció a su vez, casi tan alto y aterrador como el de Génesis 22. Hay dos cabras para sacrificar en Levítico 16, no una. Hay dos historias del sacrificio en la vida de Abraham, no una. Hay dos sacrificios en el libro de Génesis, no uno, y los dos reflejan el plan de Dios.

Hace mucho tiempo, antes de Yom Kippur, el Señor me mostró el increíble parecido entre Levítico 16 y Génesis 21 y 22. Me sorprendí cuando vi perfectamente el doble sacrificio de Abraham y cómo estaba reflejado en las dos cabras. Aún y así, era completamente alucinante darse cuenta de que precisamente esta porción de la Escritura es leída en el día más santo y sagrado del año judío. Estas dos cabras, que nunca antes me habían tocado el corazón, de repente vinieron a estar aterradoramente vivas: hechas de carne y sangre, calientes y respirando, temblando con dolor y temor. De repente no fui capaz de desligarme emocionalmente o de no involucrarme en este proceso.

Tal como escuchaba esta Escritura en Yom Kippur, iba sintiéndome mareada, como si estas dos cabras se estuviesen fusionando con dos sacrificios humanos –también terriblemente vivos, también de carne y sangre, temblando también de dolor y miedo–. Fui sacudida tal como si todo ello viniese a ser indistinguible y me sentí como si, junto a las personas que me rodeaban, estuviese conteniendo el aliento y esperando que el Sumo Sacerdote hiciese el sorteo. Esperando saber cuál sería el sacrificado en el altar y cual sería enviado vivo al desierto.

Y Aarón llevará la cabra sobre la que cayó la suerte por el Señor, y la ofrecerá como sacrificio por el pecado. Pero la cabra sobre la que cayó la suerte expiatoria, se presentará viva delante del Señor para obtener el perdón y después la enviarán al desierto.[4]

La palabra “scapegoat” (cabra expiatoria en castellano) fue ideada por William Tyndale, viene de (e)scape + cabra como representación de la palabra hebrea עזאזל –“Azazel”– en Levítico 16:8, 10, 26. Azazel deriva de עז (ez, “cabra”) y אוזל (ozél, “escape”). En inglés moderno, la palabra scapegoat evoca su propia definición errónea, pero deberíamos leer esta palabra apropiadamente: La scapegoat es la cabra que escapa.

Levítico 16 y Génisis 21-22 están entremezclados. Estas Escrituras están interconectadas, entrelazadas y son reflejo y repetición la una de la otra. Una cabra expiatoria era enviada viva al desierto mientras que la otra era sacrificada, y en este sentido, Ismael debería estar contento de no ser el escogido para morir. Si Génesis 22 hubiera estado antes que Génesis 21, la historia de la humanidad hubiese sido muy diferente: en lugar de envidia y de celos, Ismael hubiese tenido compasión hacia su hermano y gratitud hacia su propio destino. La terrible hostilidad y tensión que ha marcado una gran parte de la relación Isaac-Ismael no hubiera tenido lugar desde un principio. Sin embargo, este no es el caso, y deberíamos preguntarnos: ¿Por qué?[5]

[1] Yoma 6:6

[2] Isaías 1:18

[3] Charles L. Feinberg, The Scapegoat of Leviticus Sixteen, p.320

[4] Levítico 16:7-10

[5] Si quieres saber algo más sobre este misterio, puedes descargar una copia gratuita de mi libro “Abraham had two sons” dando un clic en https://juliablumbooks.sendlane.com/view/julia-blum

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Wednesday, October 19, 2016

Cantar de los Cantares - Resonancias Biblicas - P. Emiliano Jimenez Hernandez


CANTAR DE LOS CANTARES -RESONANCIAS BIBLICAS: Presentación e Índice
Autor: EMILIANO JIMENEZ HERNADEZ

 Feliz el que comprende
y canta los cánticos de la Escritura,
pero mucho más feliz el que canta
y comprende el Cantar de los cantares.
ORIGENES

                Cantar de los Cantares - Cántico sobre el Amor de Dios y la Iglesia y los hombres
       
El Cantar de los cantares es un canto sublime al amor del hombre y la mujer, como reflejo, imagen y signo del amor de Dios a los hombres. Es un cancionero de bodas, que canta la belleza de la esposa y del esposo, y la alegría de su amor. Lo que canta no es ciertamente el amor erótico de un encuentro ocasional, sino el amor permanente, "más fuerte que la muerte", el amor  matrimonial con todos sus encantos y todas las peripecias cotidianas de un amor para siempre y sin vuelta atrás posible. (continúa)

            2. NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8
a) Geografía e historia del Cantar
b) Negra, pero hermosa
c) Casta meretriz
d) ¡Mi propia viña no he sabido guardar!
e) Tras las huellas


3.MUTUA CELEBRACION DE LOS DOS: 1,9-2,7
a) Palabra celebrativa
b) A mi yegua te comparo
c) Tu cuello entre collares
d) ¡Palomas son tus ojos!
e) Narciso de Sarón
f) Manzano entre los árboles del bosque
g) En la bodega del amado

4. LA VOZ DEL AMADO: 2,8-17
a) Lenguaje simbólico
b) ¡La voz de mi amado!
c) Como un joven cervatillo
d) Levántate, amada mía
e) Paloma mía
f) Las raposas
g) Mi amado es mío y yo soy suya

5. BUSQUEDA DEL AMADO EN LA NOCHE: 3,1-5
a) Del Aleluya al Maranathá
b) La noche oscura
c) Busqué al amor de mi alma
d) Me encontraron los centinelas
e) La alcoba de la que me concibió

6. ¿QUIEN ES ESA QUE SUBE DEL DESIERTO: 3,6-11 71
a) ¿Quién es ésa?
b) La columna de humo
c) La litera de Salomón
d) Los sesenta valientes
e) La tienda de Salomón
            7. ¡QUE HERMOSA ERES, AMADA MIA!: 4,1-5,1
a) Celebración de la belleza de la amada
b) ¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa!
c) Tu hablar es melodioso
d) Ven del Líbano
e) Panal que destila son tus labios
f) Jardín cerrado

8. AUSENCIA Y BUSQUEDA DEL AMADO: 5,2-8
a) Mientras dormía, micorazón velaba
b) La voz del amado
c) La mano en la cerradura
d) Le busqué y no le hallé
e) Herida de amor

9. ¡ASÍ ES MI AMADO!: 5,9-6,3 105
a) Eres el más bello de los hombres
b) Su cabeza es oro finísimo
c) Sus ojos como palomas
d) Sus labios destilan mirra
e) Sus manos, aros de oro
f) Sus piernas, columnas de alabastro
g) Ven y lo verás
h) Yo soy para mi amado

10. ¡BENDITA TU ENTRE TODAS LAS MUJERES!: 6,4-7,11
a) ¡Qué hermosa eres, amada mía!
b) Unica es mi paloma
c) ¿Quién es ésa que asoma como el alba?
d) Bajé a mi nogueral
e) Danza de dos coros
f) ¡Qué hermosos son tus pies!
g) Subiré a la palmera

11. EL ESPIRITU Y LA NOVIA DICEN: ¡VEN!: 7,12-8,4
a) ¡Aleluya! ¡Maranathá!
b) ¡Ven, amado mío!
c) ¡Ay! ¡Si fueras mi hermano!
d) Apoyada en el amado
e) Debajo del manzano
f) Sello sobre el corazón

EPILOGO
a) Nuestra hermana pequeña
b) Mi viña está ante mí
c) Huye, amado mío


             PRESENTACION

El Cantar de los cantares es un canto sublime al amor del hombre y la mujer, como reflejo, imagen y signo del amor de Dios a los hombres. Es un cancionero de bodas, que canta la belleza de la esposa y del esposo, y la alegría de su amor. Lo que canta no es ciertamente el amor erótico de un encuentro ocasional, sino el amor permanente, "más fuerte que la muerte", el amor  matrimonial con todos sus encantos y todas las peripecias cotidianas de un amor para siempre y sin vuelta atrás posible.
Este amor es el que se hace signo e imagen del amor de Dios. Es así realmente como el Dios vivo ama a su pueblo y como Israel conoce y recibe a su Señor: con esta novedad, con este asombro, con este vigor insólito, como en el primer día de la creación, como el día del Mar Rojo, de Pascua o del Bautismo. Lo mismo que nadie se instala en el amor verdadero, tampoco hay rutina en la vida ante el Dios vivo. Todo es nuevo, renovado sin cesar. Se comprende que el pueblo del éxodo y del destierro nos haya transmitido este cántico de amor nunca rutinario y siempre joven. ¡Así es como ama el Dios de la alianza, con esa pasión, con esa impaciencia y con ese gozo!
El amor, en toda su belleza, como lo presenta el Cantar, es una invitación a un amor matri­monial plenamente humano, reflejo del amor de Dios, símbolo del amor de Cristo, que lo hace posible, pues tal amor sólo se puede vivir iluminado y fundado en el único amor perfecto: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1Jn 4,8). Y Dios, al principio, "creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó" (Gén 1,27). "Llamando al hombre a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios, al crear al hombre a su imagen, inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación del amor y de la comunión" (Familiaris consortio 11). "Dios es unidad en la comunión. El hombre y la mujer, creados como unidad de los dos, reflejan en el mundo la comunión de amor que se da en Dios. Solamente así se hace comprensi­ble la verdad de que Dios es amor (1Jn 4,16)" (Mulieris dignitatem 7). Juan Pablo II, hablando de la familia, concluye: "No hay en este mundo otra imagen más perfecta, más completa de lo que es Dios: unidad, comunión. No hay otra realidad humana que corresponda mejor al misterio de Dios". El hombre y la mujer unidos en una sola carne son el sacramento primordial de Dios, reflejo del amor trinitario y del amor incondicional de Dios al hombre. Es la imagen de Dios, creada por el mismo.
Los profetas, boca de Dios, nos iluminan el misterio del amor de Dios, presentando su amor con el símbolo del amor del hombre y la mujer. El matrimonio es el signo e imagen de la alianza de Dios con su pueblo. Dios es el esposo que ama a Israel con un amor nupcial. En su experiencia conyugal, el profeta Oseas descubre y manifiesta el misterio del amor esponsal de Dios e Israel. El matrimonio de Oseas se ha convertido en signo e imagen de la alianza de Dios con su pueblo. El amor inquebrantable de Oseas a Gomer es un gesto elocuente del amor de Dios a Israel.
Este simbolismo nupcial del amor de Dios para con su pueblo lo repiten Jeremías, Ezequiel e Isaías. El esposo del Cantar se identifica con Yahveh que se dirige a su esposa Israel. El Cantar evoca la historia de las relaciones de Dios con su pueblo orientada hacia el día de la salvación. La cautividad de Babilonia, la liberación y el retorno a la tierra constituyen el trasfondo del Cantar, que canta lo anunciado por los profetas: "Me desposaré contigo para siempre" (Os 2,21); "lo mismo que un joven se casa con su novia, también tu creador se casará contigo. Y el gozo del esposo por la esposa lo sentirá tu Dios contigo" (Is 62,15), "Yahveh crea una novedad en la tierra: la mujer abraza al varón" (Jr 31,22).
Después de la visión inicial de la Escritura, que muestra al hombre y a la mujer en la belleza de su ser y de su encuentro, el Génesis evoca la ruptura entre el hombre y Dios y, consiguientemente, entre el hombre y la mujer. La bondad original se tiñe de violencia. El engaño, astucias, infidelidades y violencias marcan la relación del hombre y la mujer. Este amor, con su marca de miedo, de deseo de dominio, necesita una salvación que lo recree, lo devuelva a lo que era en el designio de Dios. La alianza, vivida por Israel con sus infidelida­des, llega a su plenitud en Jesucristo, donde se da la recreación del "principio". En el Cantar se vislumbra al Mesías que viene a Sión. Jesucristo, con el don del Espíritu, renueva el corazón duro del hombre, para que pueda vivir el amor indisoluble con Dios y entre el hombre y la mujer, sacramento del amor de Dios.
El símbolo llega a su plenitud en el Nuevo Testamento. Lo mismo que Dios, al principio, conduce la mujer al hombre, en la plenitud de los tiempos, une a su Hijo con la Iglesia, su esposa, haciendo de ella su cuerpo. Cristo, nuevo Adán, tiene una esposa, la comunidad cristiana. El matrimonio es presentado por San Pablo como sacramento del amor de Cristo a la Iglesia (2Cor 11,2-3; Ef 5,25-27). Cristo renueva a la Iglesia y la prepara para las bodas definitivas en la escatología (Ap 19,7-8; 21,2-9; 22,17). El simbolismo esponsal, aplicado a la alianza de Cristo con la Iglesia, llena todo el Evangelio. El Reino de Dios se describe bajo la alegoría de las bodas o como banquete que prepara el rey para su hijo.[1][1] En el Nuevo Testamento el mismo término gamos, no designa directamente el matrimonio humano, sino más bien las bodas escatológicas de Cristo y los rescatados.
Como hay un amor carnal, llamado eros, y quien ama según él siembra en la carne (Gál 6,8), así existe también un amor espiritual, llamado agape, y el hombre interior, al amar según él, siembra en el espíritu (Gál 6,8). El portador de la imagen del hombre terreno, según el hombre exterior, se mueve por el deseo y el amor terrenos; en cambio, el portador de la imagen del hombre celeste (1Cor 15,49) según el hombre interior se mueve por el amor celeste. Este amor viene de Dios, que es amor (1Jn 4,7-8); se ha manifestado en Jesucristo, que dice: "Salí del Padre y vine a estar en el mundo" (Jn 16,27s). Si este "amor permanece en nosotros, Dios permanece en nosotros" (1Jn 4,12), según la palabra del mismo Señor: "El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23).
Y como Dios es amor y el Hijo, que procede de Dios, es también amor, está exigiendo en nosotros algo semejante, de modo que nos unamos a El con una especie de parentesco, de afinidad por amor, haciéndonos un solo espíritu con Cristo, como esposo y esposa se unen en una sola carne. De este amor habla el Cantar de los Cantares. En él arde y se inflama por el Verbo de Dios el alma bienaventurada, y canta este cantar de bodas, movida por el Espíritu Santo, por quien la Iglesia se enlaza y une con su esposo celeste, Cristo, ansiosa de juntarse con El y así salvarse gracias a esta casta maternidad (1Tim 2,15). El Paráclito, que procede del Padre (Jn 15,26), que conoce lo que hay en Dios (1Cor 2,11), anda rondando en busca de almas a las que pueda revelar la grandeza de este amor que viene de Dios (1Jn 4,7).
Bajo esta luz se entiende la interpretación rabínica del Cantar: alegoría del amor de Dios a su pueblo. Esta interpretación es recogida por los Padres, vista en su culminación: el amor de Cristo a la Iglesia. En el Cantar se esconde el designio de Dios y el destino del hombre. Un lazo de fuego une al hombre con Dios. Dios, fuego ardiente, incendia el corazón del hombre, ilumina su mente y marca el camino de sus pasos. "Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas" es la vida del hombre.

 Cantar de los Cantares: El Amor de pareja como alegoría del amor de Dios
Las múltiples alusiones, que hay en el Cantar  a toda la Escritura,  ha llevado fácilmente a esta interpretación alegórica. El Dios vivo del Sinaí se comprometió un día con su esposa para darle su vida y su amor, y este amor sigue caminando, a través de los siglos, hasta el momento de la gracia final, del amor definitivo en Cristo. El Cantar se encuentra entre el Génesis y el Apocalipsis. La primera mujer del Génesis camina de generación en generación hasta hacerse, por Jesucristo, la nueva Jerusalén, que baja del cielo "como novia adornada para su esposo". Es el "gran misterio" (Ef 5,32) del amor del hombre y la mujer, de Dios e Israel, de Cristo y la Iglesia.
El lugar del encuentro, tálamo de las bodas de la asamblea de Israel con Dios, es el Templo, que acompaña toda la historia de Israel: primero es el Tabernáculo erigido en el desierto, luego el Templo de Salomón, el "segundo Templo" de Esdras y Nehemías y, finalmente, el Santuario mesiánico, en el que la liturgia será totalmente agradable a Dios con su "incienso de aromas de suavísimo perfume". Sólo en él llegará a plenitud el amor y la unión entre Dios y su esposa.
La comunión nupcial del esposo y la esposa se consuma en la oración: la bendición que desciende de Dios y la alabanza que sube del pueblo. La oración hace a la esposa bella y amable a los ojos de Dios. La bendición de Dios hace de ella la "perfecta paloma", de modo que, cuando abre su boca con cantos de alabanza, destila dulzura como leche y miel. Dios anhela oír su voz. Y como Dios anhela oír la voz de la esposa en la oración, así la esposa anhela escuchar la Palabra de Dios. La Palabra es el don de Dios a su esposa. En la escucha de la Palabra Israel logra la más dulce intimidad con su Señor: "El Señor ha hablado con nosotros cara a cara, como quien besa a alguien", dice el Midrás
El Cantar es un Midrás alegórico que prolonga los textos nupciales de los profetas para conducirlos hacia el cumplimiento de la alianza y de la plenitud del amor: el día en que Dios será conocido por Israel y será verdaderamente amado, como anuncia el profeta Oseas. En la interpretación rabínica, dada por el Targum y el Midrás, el Cantar ofrece, versículo por versículo, la alegoría de toda la historia del Israel, la pasada y la futura. Se dice en el Zohar: "Este Cantar comprende toda la Torá, toda la obra de la creación, el misterio de los Padres; comprende el exilio en Egipto y el cántico del mar; comprende la esencia del decálogo y la alianza del monte Sinaí y el peregrinar de Israel por el desierto, hasta la entrada en la tierra prometida y la construcción del templo; comprende la coronación del santo nombre celeste en el amor y la alegría; comprende la resurrección de los muertos, hasta el día que es el sábado del Señor".
La historia de Israel es inter­pretada como un diálogo de amor entre Dios y su pueblo. El Cantar se convierte en epopeya y epitalamio. El esposo del Cantar es rey y pastor, correspondiendo a la figura del pastor real que anuncia Ezequiel. El Cantar evoca los momentos concretos de esa historia de amor y profetiza los acontecimien­tos futuros en que ese mismo amor se va a manifestar. En el Midrás y en el Targum, al precisar el momento histórico al que mejor se adecua cada palabra del Cantar, la espera mesiánica adquiere un relieve singular. El deseo de la restauración escatológi­ca, llevada a cabo por el Mesías, se entiende como una vuelta a la perfección de los orígenes. Por ello son tan frecuentes las alusiones al Edén, con el canto a la belleza de los árboles (1,17), de las flores (2,1), de sus frutos (2,5), de su "agua viva" (4,12;7,3), de sus perfumes (4,13;7,9). El Cantar se impregna de los frutos, olores y cantos del Edén, y también de la espera, el deseo, el sobresalto y la admiración de Adán frente a Eva, de Dios frente a su imagen: "Y vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho" (Gén 1,31). El Cantar celebra la gloria y llora los pecados de su pueblo, conjugando la nostalgia del Edén perdido con la espera de la redención mesiánica. De este modo, la historia se transforma en el canto de amor entre Dios y su pueblo.
La historia pasada, los prodigios de Dios para con su pueblo primogénito, en el Cantar, comentado por el Targum y el Midrás, se transforman en signo y profecía de los días mesiánicos. Por eso, todo tiende a esa espera; de este modo, la promesa del Mesías informa toda la historia de la salvación, desde Moisés al último destierro; a Moisés ya le fue revelado el Mesías e Israel en el destierro no hace sino escrutar el tiempo de la redención. Sólo entonces los pobres serán consolados, alzarán la cabeza de su humillación y se vestirán de púrpura (7,6). Entonces se cantará en Israel el último cántico y callará la penúltima alabanza, el Cantar de los Cantares. El Mesías está, pues, presente en todo el Cantar como protagonista del último acontecimiento de la historia de la salvación. El es el Rey al que, desde siempre, en el plan de Dios, está reservado el dominio sobre Israel y sobre el mundo; el reunificará a Israel reconduciéndolo al templo y quien enseñará a su pueblo, de modo nuevo e infinitamente más dulce y eficaz, las palabras de la Torá; El nutrirá a los elegidos con la carne del Leviatán, con el vino primordial y con los frutos deliciosos del paraíso; por medio de El le será dada a Israel, como puro don suyo, la salvación.
Los Padres, apoyados en esta tradición rabínica, han leído el Cantar en el mismo sentido, comenzando por Orígenes: "El esposo es Cristo, la esposa es la Iglesia sin mancha ni arruga". San Agustín dice a los catecúmenos: "Ya conocéis al esposo: Jesucristo. Y conocéis a la esposa: es la Iglesia. Honrad a la que se ha desposado como honráis a su esposo, y así seréis hijos suyos". El Concilio Vaticano II nos presenta el misterio de la Iglesia a través de las imágenes que aparecen en el Cantar: pueblo, viña, rebaño, cuerpo, esposa. Lo mismo que el hombre y la mujer están unidos en una sola carne, también lo están Cristo y la Iglesia, ya que "él se entregó por ella para santificarla, purificándola con el baño del agua acompañado de la palabra; porque quería presentársela a sí mismo resplandeciente, sin mancha ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). La confesión de fe cristiana identifica con Cristo al amado, mientras que la amada se convierte en figura de la Iglesia, comprendida en su totalidad o vista de un modo singular, pues la Iglesia se realiza en cada bautizado. La interpretación espiritual, dice Orígenes, aplica estas palabras a la relación de la Iglesia con Cristo, bajo la denominación de esposa y de esposo, y a la unión del alma con el Verbo de Dios.
Cristo dejó la casa del Padre para unirse a su esposa, haciéndose con ella un solo espíritu (1Cor 6,17). "Grande misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef 5,32). La alusión a la unión de Adán y Eva (Gén 2,21-22), le lleva a Pablo a descubrir el misterio de la unión de Cristo, nuevo Adán, y la Iglesia, su esposa. En efecto, como de Adán dormido fue formada la mujer, así de Cristo dormido en la cruz fue formada la Iglesia e incorporada a él. Como la mujer fue formada del costado de Adán, así también la Iglesia lo fue del costado abierto de Cristo (Jn 19,34-35). Del costado de Cristo brotó sangre y agua. Quien lo vio da testimonio de ello (Jn 19,35). Con el agua, que brotaba de la roca de Cristo (1Cor 10,4), la Iglesia fue santificada, purificada en el bautismo, para ser presentada al Esposo resplandeciente, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada (Ef 5,26-27). Con la sangre del costado traspasado por la lanza fue redimida y unida a Cristo en alianza nueva y eterna (Lc 22,20; 1Cor 11,23).
Cuando Dios condujo la mujer a Adán, éste exclamó: "Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gén 2,22-23). Pablo dice de Cristo y de la Iglesia lo mismo, pues somos miembros del cuerpo de Cristo: carne de su carne y hueso de sus huesos. Cristo tomó nuestra carne humana y, al mismo tiempo, se dio totalmente a la Iglesia, a la que dice: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo", "tomad y bebed, ésta es mi sangre" (Mt 26,26-28). Unidos a Cristo, nos hacemos un solo espíritu con él (1Cor 6,17). Este es el amor, el beso de su boca, con el que la esposa, cual casta virgen, ha sido desposada con un solo Esposo, Cristo (2Cor 11,1). En el bautismo el rey de la gloria viste a su esposa con el habito nupcial (Mt 22,11-12), la túnica blanca con la que seguirá al Esposo al banquete de la Jerusalén celestial (Ap 3,4; 21,2ss). Entre la inaugura­ción y la consumación, las nupcias de Cristo con la Iglesia se celebran en la vida sacramental. Dice Teodoreto: "Al comer los miembros del Esposo y beber su sangre, realizamos una unión nupcial".

 Cantar de los Cantares - hermosura del amor
Hay que leer o mejor oír el Cantar dejando que broten las analogías que evoca. Nos hallamos, más que ante unas palabras escritas, ante unas voces que cantan. La palabra está modulada por la música del amor. En él resuenan todas las modulaciones de la palabra oral en el encuentro de los amantes, que se interpelan y se responden con todos los tonos de voz que el amor sabe inventar. El cantar es cantar: "la música callada, la soledad sonora en el silbo de los aires amorosos" (S. Juan de la Cruz). No habla simplemente del amor. ¡Canta al amor! El amor inefable se desborda del corazón a los labios, con sus llamadas, ecos, preguntas, réplicas, deseos y gozos. Cada momento de presencia reanima las brasas del amor, para mantener vivo el corazón en la ausencia, en vela para un nuevo encuentro.
El cantar es un diálogo personal. Todo es expresión de un yo que se dirige a un , o que evoca a ese tu en el interior durante la ausencia. El oyente del Cantar está invitado a entrar con su yo personal en diálogo con el tú, que le busca, le interpela, desea su presencia o, con su ausencia, suscita el anhelo del encuentro. El oyente es la amada, la hermana, la novia, la esposa, que celebra el amor y anhela la comunión plena con el Amado. Quien no se sienta "enferma de amor" (2,5) no gustará el encanto del Cantar.
Para penetrar en el misterio del Cantar, advierte Orígenes, es necesario tener iluminados los ojos del corazón: "Aquellos que, en cuanto al hombre interior, son aún de edad tierna e infantil y se nutren de la leche de Cristo y no de comida sólida" (1Cor 3,2), y apenas han comenzado a "bramar por la leche espiritual y sin engaño" (1Pe 2,2), no pueden comprender estas palabras. Porque en las palabras del Cantar se contiene la comida de la que dice el apóstol: "La comida sólida, por el contrario, es de perfectos" (Hb 5,12); y esta comida exige que cuantos escuchan, "para poder participar, tengan los sentidos ejercitados en discernir el bien del mal" (Hb 5,14), "habiendo alcanzado el estado de hombre adulto, la talla de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13). Este hombre espiritual tiene su propia comida, que es "el pan bajado del cielo" (Jn 6,33.41), y su bebida, que es el agua ofrecida por Jesús: "El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed" (Jn 4,14).
 Como amonesta Gregorio de Nisa, quien se encuentre aún sometido a las pasiones no puede escuchar la palabra del Cantar. Para poder penetrar en los escondidos misterios que se revelan en este libro necesita salir de sí mismo, dar muerte al hombre de pecado. Para acercarse a la montaña santa, donde resuena la voz del Amado, es necesario lavar antes los vestidos del corazón (Ex 19,10ss). Sólo así será posible escuchar, sin morir, el sonido de la trompeta, que resuena con fuerza (Ex 19,13.16), pues es la voz de Dios, que humea como fuego devorador (Ex 19,18). La voz santa, que nos llega desde el santo de los santos, sólo puede escucharla quien ya ha sido caldeado por el fuego que el Señor ha venido a traer a la tierra (Lc 12,49). "Vosotros, los que siguiendo el consejo de Pablo, os habéis despojado, como de un vestido miserable, del hombre viejo con sus obras y ambiciones, y que os habéis vestido por la pureza de vuestra vida con los vestidos espléndidos que el Señor mostró el día de su transfiguración en el monte, o mejor dicho, que os habéis revestido de nuestro Señor Jesucristo, con su santa túnica, y os habéis transfigurado con él para veros libres de pasión, oíd los misterios del Cantar de los cantares. Entrad en la incorruptible cámara nupcial, vestidos de la túnica blanca de pensamientos puros y sin mancha".
Lo mismo dice San Gregorio Magno, uniendo el Evangelio de las bodas y el Cantar: "Hemos de venir a estas santas bodas del Esposo y la Esposa con el traje nupcial, pues si no nos hemos vestido con el traje nupcial seremos expulsados de este banquete nupcial a las tinieblas exteriores, es decir, a la ceguera de la ignorancia". Cuantos, siguiendo el consejo de Pablo, se han despojado del hombre viejo (Col 3,9) y se han revestido de las cándidas vestiduras del Señor, con las que él se mostró durante la transfiguración (Mt 17,2), mejor aún, se han revestido del mismo Señor Jesucristo (Rom 13,14;Ap 6,11) y se han transfigurado con él (Flp 3,10.21), ellos pueden escuchar los misterios del Cantar de los Cantares. Sólo se entra en el interior de la inmaculada estancia nupcial revestidos de vestiduras blancas (Mt 22,10-13). Vestido de esposa, el bautizado puede unirse con Cristo en el amor. No se entra en la cámara nupcial con el espíritu de temor (1Jn 4,18), ni movido por interés, en busca de dones, sino buscando al que es la fuente de todos los dones. Entra quien ama al esposo con todo el corazón, con toda la mente y con todas sus fuerzas (Dt 6,5).

Cantar de los Cantares AT
Este comentario lo hago guiado, en primer lugar, por el olfato de los rabinos de Israel, siguiendo sobre todo el Targum y el Midrás. Y, en segundo lugar, sigo el rastro de los Padres de la Iglesia: Orígenes, Gregorio de Nisa, Filón de Carpasia y San Bernardo... Merece la pena seguir este múltiple rastreo para acercarnos a la intimidad del amor de Dios a los hombres, al misterio del amor de Cristo a la Iglesia.
Orígenes confiesa que, a veces, es difícil descubrir todos los significados de las palabras de la Escritura: "Me parece encontrarme en situación parecida a la de quien sale a rastrear la caza, valiéndose del olfato de un buen galgo. Ocurre alguna vez que, mientras el cazador, atento sólo a las huellas, cree estar ya cerca de las ocultas madrigueras,  de repente el perro pierde el rastro y tiene que volver sobre sus pasos por las sendas ya recorridas, aguzando aún más el olfato, hasta que halla el punto en que la caza tomó, sin que la vieran, otro sendero; y cuando el cazador da con éste, lo sigue más animado por la esperanza cierta de la presa. También nosotros, cuando perdemos el rastro de la explicación, volvemos un poco sobre nuestros pasos, con la esperanza de que el Señor  ponga en nuestras manos la caza y que nosotros, preparán­dola y sazonándola según la ciencia de la madre Raquel, con la salsa de la palabra, merezcamos obtener las bendiciones del padre Jacob (Gén 49,1ss). Esto supone repetir a veces lo mismo para dar con el significado más adecuado".
 Con el Midrás es posible dar interpretaciones diversas de un texto, leído en el contexto de otros, que se arrastran mutuamente, como cerezas sacadas de una cesta, formando una cadena interminable. La Escritura es una, toda ella englobada en el único plan de Dios. De aquí que los hechos se hagan eco entre sí; se preparan y se desvelan mutuamente. La luz de la fe da vueltas a la palabra en el corazón, escrutando cada palabra dentro de la cadena de palabras que la preceden o la siguen. Así la Escritura se ilumina con la misma Escritura. "El Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo se hace patente en el Nuevo" (DV 16). El Antiguo Testamento está, como Moisés (Ex 34,34), cubierto por un velo, que sólo desaparece en Cristo. Cuando alguien se convierte al Señor, se arranca el velo, porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2Cor 3,14-17). Por eso se dice que "la letra mata, pero el espíritu vivifica" (2Cor 3,6).
Fray Luis de León reconoce que muchas veces la lengua no alcanza al corazón cuando trata de expresar el entrañable amor de Cristo a su Iglesia: "Bajo los amorosos requiebros explica el Espíritu Santo la encarnación de Cristo y el entrañable amor que tuvo siempre a su Iglesia". Este amor es el corazón del Cantar de los cantares. Amor escondido bajo la corteza de la letra. Quien no ha gustado este amor de Dios no rompe la corteza, quedándose como quien contempla un baile sin escuchar la música que mueve los pies.
Gregorio de Nisa, sin embargo, nos anima: "Quienes emprenden un viaje más allá del mar, movidos por la esperanza de una ganancia, cuando se hallan en alta mar, elevan una oración a Dios, pidiéndole que un viento suave y favorable hinche las velas y envista, según el deseo del timonel, por la popa. Pues, si el viento sopla según sus deseos, es agradable el mar, que espléndidamente se encrespa con sus plácidas olas, mientras la nave se desliza con facilidad sobre las aguas. Ante los ojos de todos fulguran las riquezas que esperan alcanzar, pues la bonanza del mar es buen presagio de ello. Así a nosotros nos esperan grandes riquezas, mediante esta navegación en la barca de la Iglesia. Para ello, también nosotros elevamos a Dios nuestra plegaria, pidiéndole el viento suave y favorable del Espíritu Santo, para deslizarnos por las olas del texto y llegar al conocimiento del amor de Dios hacia nosotros, manifestado en la unión de Cristo con su Iglesia".
Orígenes nos exhorta con las palabras que dirigía a sus oyentes: "Escucha el Cantar de los cantares y apresúrate a repetir con la Esposa lo que dice la Esposa, para poder oír lo que ella misma oyó". Sólo el hombre "espiritual", es decir, el hombre dócil al Espíritu de Dios, puede oír el Cantar como revelación del amor más alto, pues el Espíritu le abre el acceso al misterio del corazón de Dios. Como dice San Bernardo: "El amor habla aquí por doquier. Y si alguno quiere adquirir alguna inteligencia de él, ha de amar. El que no ama, en vano escuchará o leerá este Cantar de amor, pues sus palabras inflamadas no pueden ser comprendidas por un alma fría". Quienes lo viven reconocen "lo que pasa entre Dios y el alma", dice Santa Teresa a sus hermanas, comentándolas el Cantar.
No se trata, pues, de explicar intelectualmente el Cantar, sino de hablarlo en nombre propio. La vocación cristiana consiste en ser esa amada en la que se realiza el plan inicial de Dios. Cristo ha venido a salvar a la Iglesia con su amor, haciéndola capaz de amar también ella con amor pleno.

Cantar de los Cantares inspirado por el Espíritu Santo


            PROLOGO




Cantar de los cantares de Salomón (1,1). En la Biblia hay muchos cánticos. Hay cantos de gozo y de duelo, cantos de siembra y de recolección o de vendimia, cantos triunfales y cantos de amor, cantos de peregrinación y cantos de alabanza. Pero entre todos sobresale el Cantar de los Cantares. Según el Targum y el Midrás, diez cánticos se han dicho en este mundo, de los cuales éste es el más glorioso de todos.

El primer cántico lo entonó Adán cuando fue absuelto de su pecado, ya que llegó el Sábado y lo defendió. Entonces Adán abrió su boca y dijo: "Salmo, cántico para el día del Sábado" (Sal 92,1). El segundo cántico lo cantó Moisés con lo hijos de Israel cuando Yahveh les abrió el Mar Rojo: "Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron la alabanza" (Ex 15,1). El tercer cántico lo cantaron los hijos de Israel cuando les fue dado el pozo de agua: "Entonces Israel cantó la alabanza" (Nú 21,17). El cuarto cántico lo dijo Moisés, profeta, cuando le llegó el tiempo de partir de este mundo. Con el canto amonestó a la casa de Israel, como está escrito: "Escuchad, cielos, y hablaré" (Dt 32,1). El quinto cántico lo entonó Josué cuando luchó contra Gabaón y el sol y la luna se pararon treinta y dos horas,  cesando en su cántico. Josué pidió al sol que se callase y el sol dijo a Josué: Y mientras yo calle, ¿quién dirá la alabanza del Santo? Josué le respondió: Tú, calla, y seré yo quien diga un canto en tu lugar. Entonces "Josué cantó la alabanza delante del Señor" (Jos 10,12). El sexto cántico lo entonaron Barac y Débora el día en que el Señor puso a Sísara y a su siervos en manos de los hijos de Israel: "Y Débora y Barac cantaron la alabanza" (Jos 5,1). El séptimo cántico lo dijo Ana, cuando le fue dado un hijo de parte del Señor: "Y Ana oró en profecía y dijo" (1Sam 2,1). El octavo cántico lo entonó David, rey de Israel, por todos los prodigios que el Señor había hecho en su favor: "David en profecía cantó la alabanza delante del Señor" (2Sam 22,1).

El noveno cántico lo dijo Salomón, rey de Israel, en Espíritu Santo, delante del Soberano de todo el mundo, el Señor (Cant 1,1). ¿Con qué se puede comparar esto? Con un barril lleno de piedras preciosas y perlas, cubierto con un cobertor de hilo y escondido en un rincón, sin que nadie supiera lo que había dentro. Llegó uno y lo volcó y todos descubrieron el tesoro. Es lo que hizo Salomón, cuyo corazón rebosaba sabiduría. Cuando la santa inspiración se posó sobre él nos descubrió el tesoro escondido en la Torá, los amores entrañables del Rey a la asamblea de Israel. Hasta que surgió Salomón nadie pudo penetrar en el misterio del amor de Dios, oculto bajo las palabras de la Torá.

 El décimo cántico lo entonarán los redimidos cuando sean rescatados del exilio, como está escrito: "Los rescatados del Señor volverán a Sión con un cántico de triunfo, una alegría perpetua coronará su cabeza" (Is 51,11). "Aquel cántico será alegría para vosotros, como la noche en que se celebra la fiesta de Pascua y hay alegría en el corazón del pueblo que aparece delante del Señor tres veces al año con varias especies de instrumentos y al son del tímpano, sobre el monte del Señor, para dar culto al Señor, el fuerte de Israel (Is 30,29)".[2][2]

R. Aqiba dijo "que toda la historia no vale lo que el día en que fue compuesto el Cantar de los Cantares. ¿Por qué así? Porque si todos los Escritos son santos, el Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos". Como el santo de los santos, el Cantar es una palabra incandescente. El Cantar es como harina candeal, es el mejor de los cantares, el más excelso, el más exquisito. En todas las canciones de la Escritura o Dios alaba a Israel (Dt 32,13) o Israel alaba a Dios (Ex 15,2); pero en el Cantar de los Cantares Israel alaba a Dios y Dios alaba a Israel. El dice: "¡qué hermosa eres, mi amor!" (1,15), e Israel dice: "¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso!" (1,16).

En el Zohar encontramos el elogio más sublime del Cantar: "Este cántico lo profirió el rey Salomón cuando fue construido el Templo a imagen del Templo celeste. Cuando el Templo inferior fue construido hubo tal alegría ante el Santo como no la había habido desde el día en que fue creado el mundo hasta aquel día. Entonces el mundo fue puesto sobre su fundamento y todas las ventanas del cielo se abrieron de par en par para irradiar luz; nunca antes hubo tanta alegría como la de aquel día; entonces todos los seres del cielo y de la tierra entonaron un canto: el Cantar de los cantares. Este himno de alabanza, santo de los santos, comprende toda la Torá; en él participan los seres del cielo y los de la tierra. Es el canto imagen del mundo celeste, que es el sábado supremo; es el canto con el que el santo Nombre celeste es coronado: por ello es el 'santo de los santos'. Este es el canto de alabanza de la Asamblea de Israel cuando es coronada en el cielo; en ningún himno del mundo se complace el Santo cuanto en este himno".



Cantar de los Cantares


También Orígenes indaga sobre los cantares de los que éste se dice ser el Cantar: "Pienso que estos cantares son aquellos que desde hacía tiempo se venían cantando por obra de los profetas y de los ángeles, es decir, por los amigos del Esposo. En cambio éste es el Cantar propio del Esposo a punto de recibir a su esposa. En él la esposa no quiere ya que le canten los amigos del Esposo, sino que anhela las palabras del Esposo en persona, presente ya cuando dice: Que me bese con besos de su boca. Los demás cantares, que la ley y los profetas cantaron, parecen haber sido cantados a la esposa todavía niña, cuando aún no había pasado los umbrales de la edad madura, mientras que este Cantar parece estar cantado a la esposa adulta, apta para el vigor fecundante del varón. Por ello se dice de ella que es paloma única y perfecta, y así, en cuanto esposa perfecta de un esposo perfecto, ha concebido palabras de doctrina perfecta".

El primer cantar lo cantaron Moisés y los hijos de Israel cuando vieron a los egipcios muertos en la orilla del mar; al ver la mano fuerte y el tenso brazo del Señor entonaron: "Cantemos al Señor, pues gloriosamente se ha cubierto de gloria" (Ex 15,1). Este canto lo cantará todo el que haya sido liberado de la esclavitud de Egipto. Pero aún no puede cantar el Cantar de los Cantares. Para ello, deberá antes caminar a pie enjuto por en medio del mar, vivir todo lo que describen el Exodo y el Levítico, ser incorporado al censo divino, entonando entonces el segundo cantar junto al pozo de Zared (Nú 21,16)...[3][3] Con todos estos cánticos la esposa va avanzando paso a paso hasta llegar al tálamo del Esposo, "al lugar de la tienda admirable, hasta la casa de Dios, entre gritos de júbilo y alabanza, entre el bullicio de gente en fiesta" (Sal 41,5). De etapa en etapa, llega al tálamo mismo del Esposo, para escuchar y cantar el Cantar de los Cantares.

Cantar de los cantares de Salomón. Es el cantar de Salomón, a quien Dios colmó de su sabiduría (1Re 3,12;5,9-14). Quizás pienses, dice Gregorio de Nisa, que estoy hablando de aquel Salomón nacido de Betsabé en Belén (1Re 3,4; 11,6-8). No, hay otro Salomón, del que aquel era figura. También éste nació según la carne en Belén del linaje de David (Rom 1,3); su nombre es paz y es el verdadero Israel (Heb 7,2), el constructor del templo de Dios (1Re 5,19; Mt 23,61). El posee la sabiduría de Dios (1Cor 1,30). El es el autor del Cantar, que es el canto de su amor, sin el que nada existiría, pues todo es fruto de su amor (Sab 11,24s). Su amor hizo arder el sol y los astros del cielo. El dio el ser a la pequeña hija de Sión y la enriqueció de gracia y belleza, elevándola hasta su trono, como reina. Y, como canto del amado, es también el eco del amor de Dios en el corazón de la amada que, desde la tierra se eleva al cielo como exhalación de gratitud. La amada, por ser amada, hace suyo el canto del amado.

San Bernardo comenta: "Yo creo justa la designación de Cantar de los cantares por ser fruto de todos los demás. Es un canto que inspira sólo devoción y sólo enseña experiencia. No es un simple sonido de la boca, sino júbilo del corazón; no es un retintín de los labios, sino una pulsación de la alegría; es un acorde de voluntades y no sólo de voces. No es allá fuera donde se oye, no es en la calle donde suena; tan sólo lo oye aquella que lo canta; tan sólo aquel a quien se canta: la esposa y el esposo. Es un canto de bodas y celebra el abrazo puro, encantador, de corazones, el acorde de un arte de sentir y de vivir, su unísona y recíproca tensión de amor. Es el canto apropiado para el que, bajo la guarda y cuidado de Dios, ha llegado a la mayoría de edad, ha madurado hasta la edad del matrimonio y está preparado para la unión nupcial con el esposo celeste".

El Cantar de Salomón, el Pacífico, comienza con un signo de paz, con un beso. Es el beso casto de los fieles, que han sido purificados por Cristo del tumulto de las pasiones. Como canto nupcial, que celebra las dulzuras inefables del amor de Cristo y la Iglesia, se cubre de símbolos y figuras, como Moisés cubrió con un velo su rostro (Ex 3,6), porque de otro modo no se podrían resistir los fulgurantes rayos de su luz. Es el Cantar de los Cantares, cantado al Rey de reyes y Señor de señores (1Tim 6,15) por aquellos que, antes, han cantado los cánticos graduales, es decir, han ido subiendo grado a grado hacia el tálamo nupcial del Señor y ahora viven para cantar su gloria: "Cantad en vuestro corazón salmos, himnos y cánticos espirituales" (Ef 5,19). Tras el largo camino hacia la unión con el esposo, se oyen "voces de júbilo y de salvación en las moradas de los justos" (Sal 117,15). Es el cantar de quienes han recibido el beso de su boca. Boca del Padre es el Hijo, la Palabra hecha carne, que besa a sus discípulos con el soplo del Espíritu Santo: "Jesús sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22).

El Espíritu Santo, beso mutuo del Padre y el Hijo, es quien inspira el Cantar y quien lo hace cantar a la esposa del Padre y del Hijo, a Israel y a la Iglesia, que piden a su esposo: ¡Que me bese con el beso de su boca! Sólo en el beso la esposa conoce al esposo, en quien halla vida eterna: "Esta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17,3). "El Espíritu, que sondea hasta las profundidades de Dios, es quien nos lo ha revelado" (1Cor 2,10).































































Obras  del Rvdo. Presbítero Profesor Dr. Emiliano Jiménez Hernández (1961-2007)


































     [1] [1] Mt 8,11; 9,15; 22,2-14; 25,1-12; Lc 5,34-35; 12,35-36; 14,16-24;  Jn 3,29.
[2] [2] Las citas bíclicas corresponden al texto ampliado del Targum.
[3] [3] Así recorre Orígenes los seis cánticos, que para él, preceden al Cantar de los Cantares, que es el séptimo        y perfecto Cantar.