LAS DOS CABRAS DE YOM
KIPPUR
Una parte
muy importante de la liturgia en el Día del Sacrificio en el Tabernáculo y en
el Templo, era la ofrenda del sacrificio que requería dos cabras: eran
escogidas lo más parecido posible la una de la otra; luego eran llevadas ante
el Sumo Sacerdote; y por último eran echadas a suerte, una llevaba escrito
“Para el Señor” y la otra “Para Azazel”. La que llevaba escrito para el Señor
era ofrecida como sacrificio. Respecto a la otra, el Sumo Sacerdote confesaba
los pecados de Israel y era llevada a las montañas del desierto, lejos de
Jerusalén donde se le despeñaba para que muriese.
La tradición
nos dice que durante el periodo del segundo Templo, estas dos cabras se debían
comprar al mismo tiempo y por el mismo precio: debían ser casi idénticas en
apariencia y valor. Después de que se hubiesen sorteado para determinar qué rol
tendría cada una, un hilo rojo era atado al cuero de la cabra que debía ser
llevada al desierto. Entonces, la mitad del hilo era quitado antes de que el
animal fuese liberado. ¿Por qué?
La cabra
era conducida lejos, por un hombre designado a un lugar específico llamado
“desierto” (este lugar estaba a una distancia de cinco días de viaje del
Sabbat). Se tomaban las diversas precauciones para asegurarse de que la cabra
no regresara nunca. A intervalos iguales, a lo largo del camino, desde el Monte
de los Olivos, hasta el lugar indicado, se montaban diez estaciones (paradas).
Después de que el hombre y la cabra llegaban a la décima estación, el hombre
empujaba la cabra desde el acantilado, de manera que al caer, muriese[1].
Mientras
tanto, el Sumo Sacerdote esperaba en el Templo a que la señal del sacrificio
fuese completada. La Mishná nos dice que una vez que la cabra había muerto, el
hilo rojo que había sido atado a la puerta del santuario se volvería blanco,
simbolizando la promesa de Isaías:
“Aunque
vuestros pecados fuesen como la grana,
Serán blancos como la nieve;
Aunque sean rojos como el carmesí,
Serán como la lana”.[2]
Serán blancos como la nieve;
Aunque sean rojos como el carmesí,
Serán como la lana”.[2]
Las
ofrendas por el pecado y la culpa, eran comunes en el antiguo Israel, pero esta
ceremonia era absolutamente única. ¿Cuál es el significado de esto? Según
escribió Charles Feinberg “no existen verdades más significativas que
posiblemente podrían ocupar la mente del creyente, que aquellas descritas en
este capítulo de Levítico”.[3]
Y eso es lo que sucedió cuando yo escribí mi último libro, para poder abrir el
antiguo misterio de Abraham y sus dos hijos, Dios me guió a la llave escritural
de este capítulo de Levítico 16. En mi último post, compartí con ustedes mis
reflexiones sobre la lectura en la Torá de Rosh-Ha-Shaná. Esta semana ha sido
Yom Kippur –y aquí están algunos de los pensamientos de la lectura de la Torá
para Yom Kippur–.
“Tan
poderosa ha sido para mí la lectura de Rosh Hashaná, que quedé absolutamente
asombrada cuando llegó Yom Kippur, con su lectura en Levítico 16 sobre las dos
cabras. Por supuesto que no era la primera vez que lo escuchaba, ya conocía
este pasaje desde hace años. La lectura matutina de Yom Kippur (Levítico
16:1-34) comenta el servicio especial del Santo Templo en este sagrado día del
año y la culminación de este servicio: el sacrificio de la cabra como ofrenda
por los pecados, la confesión del Sumo Sacerdote en beneficio de Israel, su
entrada en el Santo de los Santos y el envío de la cabra Azazel. Durante
muchos años, he conocido esto como la lectura de Yom Kippur, aún y así, que diferente
me suena este año por completo.
Leamos
estos versículos juntos:
Tomará
por parte de la congregación de los hijos de Israel, dos cabras como
sacrificio por el pecado, y un becerro como holocausto. Aarón ofrecerá
el becerro como sacrificio por su propio pecado para obtener el perdón para sí
mismo y para su familia. Tomará las dos cabras y las presentará delante del
Señor a la puerta de la tienda del encuentro. Entonces Aarón las echará en
suerte: una suerte será por el Señor y la otra por la cabra expiatoria. Y Aarón
llevará la cabra sobre la que cayó la suerte por el Señor, y la ofrecerá como
sacrificio por el pecado. Pero la cabra sobre la que cayó la suerte expiatoria,
se presentará viva delante del Señor para obtener el perdón y después la
enviarán al desierto.
Como
suele suceder, el Señor me lo mostró una vez y me pareció obvio. Una vez hecho,
no se podía deshacer. De repente, el solitario Episodio de Génesis 22 ya nunca
más estaba tan solo. El Episodio de Génesis 21 creció a su vez, casi tan alto y
aterrador como el de Génesis 22. Hay dos cabras para sacrificar en Levítico 16,
no una. Hay dos historias del sacrificio en la vida de Abraham, no una. Hay dos
sacrificios en el libro de Génesis, no uno, y los dos reflejan el plan de Dios.
Hace
mucho tiempo, antes de Yom Kippur, el Señor me mostró el increíble parecido
entre Levítico 16 y Génesis 21 y 22. Me sorprendí cuando vi perfectamente el
doble sacrificio de Abraham y cómo estaba reflejado en las dos cabras. Aún y
así, era completamente alucinante darse cuenta de que precisamente esta porción
de la Escritura es leída en el día más santo y sagrado del año judío. Estas dos
cabras, que nunca antes me habían tocado el corazón, de repente vinieron a
estar aterradoramente vivas: hechas de carne y sangre, calientes y respirando,
temblando con dolor y temor. De repente no fui capaz de desligarme
emocionalmente o de no involucrarme en este proceso.
Tal como
escuchaba esta Escritura en Yom Kippur, iba sintiéndome mareada, como si estas
dos cabras se estuviesen fusionando con dos sacrificios humanos –también
terriblemente vivos, también de carne y sangre, temblando también de dolor y
miedo–. Fui sacudida tal como si todo ello viniese a ser indistinguible y me
sentí como si, junto a las personas que me rodeaban, estuviese conteniendo el
aliento y esperando que el Sumo Sacerdote hiciese el sorteo. Esperando saber
cuál sería el sacrificado en el altar y cual sería enviado vivo al desierto.
Y Aarón
llevará la cabra sobre la que cayó la suerte por el Señor, y la ofrecerá como
sacrificio por el pecado. Pero la cabra sobre la que cayó la suerte expiatoria,
se presentará viva delante del Señor para obtener el perdón y después la
enviarán al desierto.[4]
La
palabra “scapegoat” (cabra expiatoria en castellano) fue ideada por William
Tyndale, viene de (e)scape + cabra como representación de la palabra hebrea
עזאזל –“Azazel”– en Levítico 16:8, 10, 26. Azazel deriva de עז
(ez, “cabra”) y אוזל (ozél, “escape”). En inglés moderno, la palabra
scapegoat evoca su propia definición errónea, pero deberíamos leer esta palabra
apropiadamente: La scapegoat es la cabra que escapa.
Levítico
16 y Génisis 21-22 están entremezclados. Estas Escrituras están
interconectadas, entrelazadas y son reflejo y repetición la una de la otra. Una
cabra expiatoria era enviada viva al desierto mientras que la otra
era sacrificada, y en este sentido, Ismael debería estar contento de no ser
el escogido para morir. Si Génesis 22 hubiera estado antes que Génesis 21, la
historia de la humanidad hubiese sido muy diferente: en lugar de envidia y de
celos, Ismael hubiese tenido compasión hacia su hermano y gratitud hacia su
propio destino. La terrible hostilidad y tensión que ha marcado una gran parte
de la relación Isaac-Ismael no hubiera tenido lugar desde un principio. Sin
embargo, este no es el caso, y deberíamos preguntarnos: ¿Por qué?[5]
[5] Si quieres saber algo más sobre
este misterio, puedes descargar una copia gratuita de mi libro “Abraham had two
sons” dando un clic en https://juliablumbooks.sendlane.com/view/julia-blum
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