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EL TIEMPO DE NUESTRA
ALEGRÍA
Sukkot es
un Festival Bíblico de Alegría, incluso es llamado zman simchateinu —“el
tiempo de nuestra alegría”—. Las Escrituras nos mandan a estar alegres
especialmente durante el Sukkot:
13 Celebrad el Festival de los
Tabernáculos durante siete días después de recoger la cosecha de los frutos de
vuestra tierra y de vuestras viñas. 14 Y te alegrarás en tus
fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el
extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. 15 Siete
días celebrarás fiesta solemne a Jehová tu Dios en el lugar que Jehová tu Dios
escogiere; porque te habrá bendecido Jehová tu Dios en todos tus frutos, y en
toda la obra de tus manos, y estarás verdaderamente alegre (Deut.
16:13-15).
¿Por qué?
¿Por qué Sukkot es un festival tan alegre? Hoy vamos a comentar la lectura de
la Torá para el Sabbat que cae entre los días de
Sukkot: Éxodo 33:12-34:26. El capítulo 33 de Éxodo describe eventos
que sucedieron justo después del terrible pecado de Israel –el incidente del
becerro de oro– justo después de que las tablas fueran rotas por Moisés. Al
final del capítulo anterior, vimos a Moisés intercediendo por el pueblo y
siendo capaz de convencer a Dios para que perdonase a Israel. Al principio de
este capítulo, Moisés acaba de recibir la confirmación de Dios: ¡Sí! Él
permitirá a Moisés continuar con su misión de guiar al pueblo de Israel a la
Tierra Prometida, la tierra que fluye leche y miel. Sin embargo, en Sus
palabras, todavía podemos escuchar el eco de Su reciente ira. Cuando ordenó a
Moisés e Israel que salieran hacia la Tierra, Él les dice: “Ve a la tierra
que fluye leche y miel; porque yo no iré en medio de vosotros, no sea que os
consuma durante el camino porque sois un pueblo de dura cerviz”.
Esto
parece ser una sentencia absoluta y definitiva, completamente clara y
completamente esperada y justa después del terrible pecado que Israel acababa
de cometer. Esta porción de la Torá efectivamente se refiere a eso –acerca de
la santidad de Dios–, y sobre como Él y Su presencia, no pueden, bajo ningún
concepto, habitar entre los pecadores. Yo no iré en medio de vosotros…
Qué enorme
debe ser la sorpresa del lector, cuando sin embargo, algo más adelante, en
algunos versículos, literalmente se dice: “Mi presencia irá con vosotros y
yo os daré reposo”. ¿Cómo podría ser posible? Él no es un hombre
para que deba cambiar de opinión (1 Sam.15:29), por lo tanto,
¿qué explicación puede haber para esta aparente contradicción y repentino
cambio de Su decisión?
Este es
el profundo misterio que estamos a punto de comentar en este capítulo. Así de
súbito, nos damos cuenta de que las Escrituras nos hablan, no solo de la
santidad de Dios, sino también de Su misericordia. Sí, Su santidad es tal que
no puede habitar y no puede ir junto con un pueblo pecador y pecaminoso, aún y
así, Él elige habitar y caminar con Su pueblo, porque tal es Su compasión. La
frase: Mi presencia irá con vosotros, y yo os daré descanso, testifica que la
mismísima compasión de Dios se extiende al hombre pecador y pecaminoso –indigno
de estar cerca de Él, indigno delante de Dios, de caminar junto a Él–. Cada uno
de nosotros sabe que se merece por completo que el Señor le diga: Pero no
iré con vosotros, porque sois un pueblo duro de cerviz y quizá os destruya por
el camino. Pero aquí está implícita la gran misericordia de Dios, que a
pesar de ello, Él dice a cada persona dispuesta a clamarle: Mi
presencia irá contigo y te daré descanso. He aquí la sorprendente y
completa interrelación entre la santidad de Dios y Su misericordia –entre Su
fuerza y poder y Su mansedumbre y sencillez–.
En muchas
traducciones, encontramos ambos versículos 3 y 14 parafraseados: Yo mismo iré;
Yo mismo no iré. Pero en la Escritura original hebrea, el versículo 14 es
ligeramente diferente del versículo 3. Dice así: Mi rostro irá con vosotros.
Si recordamos que a priori de esto, el Señor prometió enviar a Su Ángel,
entonces entendemos que es el Ángel de Su rostro –Malach Panav– el cual
irá con Israel y les guiará hasta la Tierra Prometida.
¿Quién es
este Malach Panav? El nombre completo aparece solo una vez en un
lugar –en el libro de Isaías–: En toda la aflicción con que fue afligido, y
el Ángel de Su presencia (Ángel de Su rostro –Malach Panav– וּמַלְאַ֤ךְ
פָּנָיו֙ ) les salvó: en su amor y en su piedad se acordó de ellos; y él les
preservó y les llevó todos los días de antaño (Is. 63:9-10). Sin
embargo, actualmente encontramos muchas veces a este Ángel en particular en el
Tanach –uno que habla en nombre de Dios como en primera persona–, como si fuese
Dios, y permanece delante del pueblo en forma de hombre. Además, la Escritura
es muy clara sobre el hecho de que, después de los encuentros con este Ángel,
la gente se da cuenta de que ha visto a Dios y que sus vidas han sido
restauradas. Le vemos en Génesis 18 cuando se le aparece a Abraham; le vemos
batallando con Jacob en el lugar llamado Peniel (Rostro de Dios); Manoah
encuentra al “Ángel del SEÑOR” y declara que ha visto a Dios. Este “mensajero”
o “ángel” acepta sacrificios de sangre como adoración por parte de
Manoah (Jueces 13:9-22). Y si regresamos a Éxodo 33, sin duda, le
encontramos también allí: El rostro de Dios va con Israel; el Ángel de su
Rostro, Malach Panav, está guiando a Israel hacia la Tierra Prometida: Mi
presencia irá con vosotros, y os daré descanso.
Esta es la causa de que Sukkot sea una época de gozo. ¿Has pensado alguna vez que no eres digno de recibir la compañía de Dios? ¿Te has preguntado alguna vez cómo Dios ha podido ser tan paciente contigo y tan misericordioso cuando tú mismo habrías renunciado tiempo atrás? Piensa solo en eso –cada uno de nosotros conoce millones de motivos por los que el Señor podría y debería decirnos–: Yo no iré contigo, no sea que te consuma por el camino, porque tú eres… duro de cerviz. Este pensamiento es muy duro en la tradición judía: Cada uno de nosotros se merece estas palabras por completo; cada uno de nosotros se merece que Dios se niegue a que vayamos con Él –y cada uno de nosotros debe estar muy consciente de ello–. Aún y así, más que nada en el mundo, cada uno de nosotros desea profundamente escuchar algo completamente diferente por parte de Él: Mi presencia irá contigo, y Yo te daré descanso –y lo más maravilloso de esto es que justamente eso es lo que nos está diciendo–. Esta es Su sorprendente promesa para cada uno de nosotros, el incomprensible misterio de Su misericordia: somos duros de cerviz, no nos merecemos Su amor ni Su misericordia, aún y así, Él va con nosotros y nos da reposo.
Esta es la causa de que Sukkot sea una época de gozo. ¿Has pensado alguna vez que no eres digno de recibir la compañía de Dios? ¿Te has preguntado alguna vez cómo Dios ha podido ser tan paciente contigo y tan misericordioso cuando tú mismo habrías renunciado tiempo atrás? Piensa solo en eso –cada uno de nosotros conoce millones de motivos por los que el Señor podría y debería decirnos–: Yo no iré contigo, no sea que te consuma por el camino, porque tú eres… duro de cerviz. Este pensamiento es muy duro en la tradición judía: Cada uno de nosotros se merece estas palabras por completo; cada uno de nosotros se merece que Dios se niegue a que vayamos con Él –y cada uno de nosotros debe estar muy consciente de ello–. Aún y así, más que nada en el mundo, cada uno de nosotros desea profundamente escuchar algo completamente diferente por parte de Él: Mi presencia irá contigo, y Yo te daré descanso –y lo más maravilloso de esto es que justamente eso es lo que nos está diciendo–. Esta es Su sorprendente promesa para cada uno de nosotros, el incomprensible misterio de Su misericordia: somos duros de cerviz, no nos merecemos Su amor ni Su misericordia, aún y así, Él va con nosotros y nos da reposo.
Este es
el misterio de Sukkot –el misterio de Su misericordia y Su renovada relación.
En la tradición judía, es bien conocido el hecho de que Moisés regresó con un
segundo juego de tablas en Yom Kippur. Sukkot empieza casi inmediatamente
después del día de Awe, el día de temblor y arrepentimiento. Finalizamos Yom
Kippur y en la misma noche empezamos a construir la Sukkah: zman simchateinu,
el tiempo de nuestra alegría ha llegado –porque Dios en Su misericordia,
vino al tabernáculo para estar con Su pueblo–.
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